Miércoles 24 de marzo de 2021, p. 3
Klara, una amiga artificial
programada para cuidar niños, es la narradora y protagonista en las más reciente novela de Kazuo Ishiguro, la primera que publica después de recibir el Premio Nobel de Literatura en 2017. Esta robot que se alimenta de sol es la herramienta literaria para ahondar en la reflexión sobre la esencia de lo humano.
“Yo creo que es buen momento para leer a Ishiguro y su novela Klara y el Sol, sobre una robot con inteligencia artificial”, incitó Andrés Ortega, curador de la exposición Nosotros, robots, que presenta Universum, Museo de las Ciencias. Es fantástico
, calificó la obra literaria publicada en español por Anagrama y que comienza a circular mañana en librerías mexicanas, en una época en que la ciencia ficción se parece cada vez más a la vi-da cotidiana.
Klara pasa sus días encerrada en el escaparate de una tienda. Mientras espera, contempla el exterior y observa el comportamiento más allá del cristal. Ishiguro juega con la ciencia ficción al presentarnos un ser artificial que hace cuestiones muy humanas: ¿qué es lo que nos define como personas? ¿Cuál es nuestro papel en el mundo? ¿Qué es el amor?
Deslumbrante novela
, describe Anagrama, de potencia fabuladora
que vuelve a emocionarnos y a abordar temas de calado que poco narradores contemporáneos osan afrontar.
Andrés Ortega, escritor y analista español, refirió también la Teoría del Valle Inquietante, en la que el profesor japonés Masahiro Mori propuso hace 50 años que los robots no deben parecerse en exceso a los humanos, pues nos causa demasiada inquietud porque nos recuerdan la muerte y que nos van a quitar nuestro trabajo
.
Y habló de otro Ishiguro, éste de nombre Iroshi, quien al crear en Japón a su robot Érica se lanzó recientemente al espectro completamente contrario del postulado de Mori. El aspecto humano es extremadamente realista, donde el cerebro no sabe si se enfrenta ante lo atractivo o le resulta repulsivo. No sólo logró un avance en su aspecto y movimiento, sino también en su nivel de conversación.
En palabras del curador: se trata de un desarrollo en el ámbito de la empatía y las emociones, nos dice que estos humanoides los necesitamos para conocernos a nosotros mismos, porque la ciencia del cerebro no nos aporta suficiente
.
Fue en el ámbito de las letras donde nació la palabra robot hace un siglo: en 1920 el escritor checo Karel Capek estrenó en Praga la obra de teatro RUR (Robots Universales Rossum). Es aquí donde da nombre a estos seres que se encargaban de hacer el trabajo pesado y desagradable que no querían realizar los humanos. La palabra de origen eslavo robota se refiere a labor forzada
o del térmi-no esclavo.
Es uno de los datos que se exponen al recorrer la exhibición Nosotros, robots, que entre conocimientos científicos hace un recuento sobre los sueños del hombre expresados en la literatura, el cine, la televisión, la música y el arte. Por ejemplo, las ensoñaciones de Leonardo Da Vinci, el monstruo de Frankenstein que escribió Mary Shelley en 1818, los relatos de Isaac Asimov en Yo, robot (1950), las famosas Tres leyes de la robótica y El hombre bicentenario (1976). Por supuesto, en el cine la gran huella que dejó la película Metrópolis.
Es un hecho, hoy en día, que los robots están en todas partes. Nos pasamos gran parte del día interactuando con ellos para hacer nuestra vida más sencilla y es difícil imaginar un mundo sin ellos. Sin embargo, los robots no han existido siempre.
El curador recuerda que hemos de garantizar que los robots estén a nuestro servicio, nunca al revés, con robots que nos permitan remplazarnos no sólo en tareas arduas, donde no podemos hacer cosas por nosotros mismos, ya sea por necesidad, fuerza, destreza, precisión, rapidez o distancia. Por ello es necesario que sepan procesar nuestra manera de pensar y de sentir. Los humanos hemos de aprender a colaborar con nuestros robots. Quien no lo haga se quedará al margen
.