ntes, durante el mismo 8 de marzo y también con posterioridad, se enredó y sigue enredando la gigantesca madeja del femenismo. Poca energía se emplea en pensar o proyectar las entrañas de este crucial, complejo y universal movimiento. La tendencia difusiva (mayoritaria) lleva hoy un claro propósito de ataque a la persona del Presidente. En medio de tan vasto universo, como son las causas y distintas carencias, problemas, reclamos, delitos y movilizaciones que se entretejen en este longevo fenómeno femenino, se mezclan también opiniones que no le corresponden por naturaleza. Muy por el contrario, lo desvían hacia usos y manipulaciones varias. En el transcurso de estos días y semanas, emergieron numerosas posturas que, con claro sentido político grupal, pretendieron arrimar ganancias a variados intereses.
Una ojeada, aunque sea incipiente, al diverso mundo que se agrupa dentro del femenismo, de inmediato resalta un abigarrado complejo de factores que lo distinguen. Trátese de las reivindicaciones de las sojuzgadas indígenas dentro de sus comunidades –ahora llamadas originarias– o sean airadas voces que se levantan para reclamar paridad de ingresos con los varones por similar trabajo. Puede enfocarse la mirada en las múltiples desigualdades que aquejan a todas las mujeres que buscan respeto, seguridad o compensación en las escalas burocráticas, públicas o privadas. Sean, asimismo, las que buscan participar, en igualdad de circunstancias, en la vida electiva. En los graves temas de los derechos humanos se da una intrincada lucha por preservar individualidades y grupales femeninas, merecedoras de atención especial. Las dolientes por la pérdida de familiares protestan ante la desatención, no sólo de autoridades omisas, sino por la indiferencia de la sociedad en su conjunto. Un punto neurálgico, pero no más sentido que otros muchos, se rebela ante las consecuencias de un ambiente patriarcal heredado –pero aún activo– que encasilla a las mujeres como peones de brega y sumisión multifacética.
Y así se podría ir numerando la inmensa variedad de tópicos que integran el caudal del feminismo como un fenómeno presente que, sin duda alguna, arrastra su pasado ancestral. Reducir tan vital corriente en pos de la igualdad, el respeto y el derecho a una vida feliz de todas y cada una de las mujeres, a un pleito entre posturas, presuntamente incomprendidas por la autoridad, es grosero esquema conceptual. Tratar de enfrentar al gobierno federal con el feminismo de variadas tesituras, usando angostos alegatos de intimidades sicológicas simplificadas, es hasta torpe si no es que mal intencionada pretensión. Una somera ojeada a las causas esgrimidas por robustos o ralos colectivos (como los anteriormente mencionados) en seguida pueden identificarse las acciones gubernamentales de respuesta a cada uno de ellos. Ciertamente falta un enfoque globalizador que las vaya ubicando, con abarcante mirada, en una estrategia general con perspectiva de género.
Se ataca al Presidente de la República por ser, según dictado del ágora difusiva, incapaz de comprender el feminismo. Hacerlo de esa repetitiva como tonta manera desvía el asunto a mera elucubración manifiestamente irrelevante. Encerrarlo en tal incomprensión de la realidad es, de nueva cuenta, un intento pueril y reactivo que hierra en casi toda la línea de la comunicación. Esa vital línea que a él lo conecta con los sentires populares mayoritarios. Alegatos y acusaciones que surtirán los efectos deseados. Tamaña exageración es franca patraña. Y lo es porque soslaya las determinaciones presidenciales para otorgar, a las mujeres, el lugar que merecen. Trátese de ser las conductoras de misiones reivindicadoras; o como encargadas de atacar los dramas por las reiteradas violaciones a sus propios derechos humanos. No sólo el gabinete es paritario, sino que algunas de ellas son las promotoras de políticas claves de la vida pública. En ellas reside buena parte del esfuerzo transformador en proceso del gobierno. Estigmatizar al Presidente por levantar vallas alrededor de Palacio, soslaya los intentos de evitar confrontaciones directas, cruentas y nocivas entre policías y manifestantes. En Palacio no se tiene miedo alguno de los empeños reivindicatorios de las que, en efecto, son la mitad de la población. Por el contrario se está empeñado en atender sus reclamos, curar heridas, oír sus voces que pelean por una vida mejor. Muy lejos han quedado las intenciones de titulares del Ejecutivo anteriores para dar cabida a mujeres en la crucial toma de decisiones. Tanto Fox como Calderón o Peña Nieto, para no ir más lejos, apenas si las tomaban en cuenta. Siempre fueron porcentajes muy chicos: de 15, 18 o 20 por ciento y, eso, en responsabilidades menores. Lo que hoy sucede no es un episodio menor. Es la conciencia de respetar la lucha por la igualdad de todos en sus variadas formas y momentos.