n noviembre de 1978 fui invitado a un seminario sobre agricultura y medio ambiente en Tailandia. Enterado de ese viaje, Manuel Becerra Acosta, director del diario Uno m á s Uno, me sugirió visitar Vietnam y escribir sobre cómo ese heroico pueblo se recuperaba de la sangrienta intervención estadunidense. Acepté su propuesta y el embajador vienamita en México organizó el recorrido y una entrevista con el presidente Pham Van Dong. El viaje se extendió a Camboya y finalizó en China, donde la embajada de México me acogió generosamente. El Uno m á s Uno destacó lo que escribí sobre esos países y luego se editó un libro.
El incluir a China como fin del viaje fue porque una noche antes de partir, mi amigo Cassio Luiselli me obsequió un ejemplar del documento en que el sucesor de Mao Tse Tung, Deng Xiaoping (1904-97), planteaba el programa de su gobierno para ir con éxito hacia el futuro. Para ello era fundamental realizar cuatro grandes revoluciones: en la agricultura, la industria, la defensa nacional y la ciencia y la tecnología.
Los líderes chinos enfrentaban un enorme desafío tras la muerte de Mao y el fracaso de los programas el Gran Salto Adelante, que causó hambrunas, y la Revolución Cultural. En el documento no se decía que se trataba de modernizar
el modelo socialista a fin de alcanzar el progreso en mínimo tiempo, y sin que el Partido Comunista perdiera el control ideológico sobre más de mil millones de habitantes.
La cúpula del poder chino sabía del atraso económico y cultural en que estaba su país y la pesada carga de tener cientos de millones de habitantes en pobreza extrema. No tenía claro el rumbo a seguir para superar tan desfavorable situación. Pero Deng supo liderar, unir voluntades y avanzar en lo que considero es la mayor reforma económica de la historia. La estrategia fue experimentar y avanzar sobre programas que producían resultados positivos. Y que los aceptara la cúpula del Partido Comunista.
Ese 1978 me tocó presenciar la llegada de la Coca-Cola a Pekín. Costaba un dólar la pequeña botella y se la disputaban los pocos con poder adquisitivo. Un año después, en otra visita para conocer el uso del biogás en varias provincias, comprobé cómo las reformas que planteaba Deng estaban en marcha: miles de jóvenes se aprestaban a especializarse en el exterior en ciencia y tecnología. De los países europeos y Estados Unidos llegaban personalidades reconocidas en dichos campos a fin de intercambiar experiencias con los investigadores locales. También arribaron los intereses trasnacionales deseosos de explotar los recursos naturales y una mano de obra muy barata.
De la visita en 1979 destaco la entrevista que Deng concedió a un grupo de estudiosos ambientales. Hice parte de ellos. Al saber el líder que procedía de México, recordó que fuimos el primer país latinoamericano en establecer relaciones diplomáticas con China en 1971. Y exigir se le reconociera como integrante de Naciones Unidas, a lo que se oponía Estados Unidos. Tuve el atrevimiento de preguntar a Deng lo que más esperaba de sus cuatro grandes revoluciones. Sin rodeos, respondió: Sacar pronto de la miseria extrema a 90 por ciento de la población. Luego, terminar con la pobreza
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A 32 años de esa visita, y luego de sortear numerosas dificultades, el gigante asiático es la segunda potencia económica del mundo y destaca en ciencia y tecnología. Abrió sus fronteras a la inversión extranjera y al comercio internacional; a la tecnología de punta en sus procesos productivos. La modernización agrícola expulsó del campo a millones de campesinos que se ocuparon en la construcción de modernas ciudades, nuevas industrias y servicios. Todo eso ha tenido un enorme costo social, la explotación irracional de los recursos naturales y la contaminación.
Xi Jinping, líder de China desde 2013, confirmó hace poco a lo que aspiraba Deng en 1979: más de 850 millones de personas dejaron ya la pobreza extrema. Pero el distanciamiento económico y social entre ricos y pobres es enorme. Detener la contaminación y el uso racional de los recursos, un desafío.
En México hubo hace un siglo una sangrienta revolución para acabar con la injusticia social y económica. Pero hoy más de la mitad de la población es pobre y ofende el grado de concentración de la riqueza en unas cuantas familias. Bien harían nuestros gobernantes en aprender un poco de cómo China hizo tanto en tan poco tiempo.