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Disquero
La Sarahmagia está de regreso
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▲ ¿Sueñan los elefantes con partituras eléctricas?Foto Monika Rittershaus
 
Periódico La Jornada
Sábado 6 de marzo de 2021, p. a12

¿Qué guardan los elefantes en su vasta memoria? ¿Anidan sus inmensos oídos las sinfonías completas de Anton Bruckner, de naturaleza oceánica?

¿Se conforman con ser representados por el contrabajo en la partitura de Saint-Saëns, El carnaval de los animales? ¿Prefieren seguir el juego al legendario Ludwik Margules, quien hizo de Puck y el burro de Shakespeare el mismo personaje?

¿Sueñan los elefantes con partituras eléctricas?

La respuesta está en el viento y en un video maravilloso dentro de la página web de Sarah Willis: ella toca el corno francés para los elefantes del zoológico de Berlín ¡y ellos le contestan!

Bailan, se balancean (dos elefantes / se columpiaban / sobre la tela de una araña / y como veían / que resistía / fueron a llamar a otro elefante…) frente a Sarah Willis y el pabellón latiente de su corno francés mientras flota en el aire una melodía de Volfi Mozart y ellos barritan unísonos. Ellos: los elefantes y el corno francés.

Sí, el corno francés barrita, de la misma manera que las abejas zumban, el burro rozna, el tecolote ulula, la serpiente sisea, el buey muge, el ciervo bala, la cigüeña crotora, la cotorra platica, la codorniz cacarea, el cuervo grazna y el gato ronronea.

El corno francés tiene un pabellón tan amplio como los sombreros de los personajes de los cuadros de Rembrandt, las velas de las embarcaciones en los óleos soleados de Sorolla, tan grande como el corazón de las personas buenas.

Su sonido es amplio y elegante. Alcanza un rango de registros suficientemente amplio para que quepa un elefante. Y barriten, juntos.

En la página web de Sarah Willis hay un montón de videos hermosos con otros personajes tan nobles como los elefantes, entre ellos: Wynton Marsalis, Peter Sellars, Volfi Mozart y músicos cubanos. Con ellos, con los jóvenes cubanos, grabó uno de los discos más hermosos que se han grabado en décadas: Mozart y Mambo, cuya reseña se publicó en este Disquero el pasado 15 de agosto.

Por supuesto que volvemos a recomendar ese disco porque es un tesoro: la música de Mozart a ritmo de mambo y un arcón de maravillas. Una delicia.

Luego del éxito atronador de Mozart y Mambo, uno de los de mayores ventas en estos meses en Alemania, la disquera Alpha decidió apostar de nuevo por el álbum que dio nacimiento a ese cañonazo.

Nos referimos a Horn Discoveries, grabado en 2014 a partir de composiciones originales y un puñado de arreglos a piezas románticas y divertidas.

Válvulas de terciopelo, así tituló Sarah Willis a las piezas que abren su disco. En el original es un bonito juego de palabras: Velvet valves, para definir una parte de la anatomía del corno francés, ese instrumento tan elegante y tan relegado por las dificultades técnicas que entraña su ejecución.

Curiosamente, el antecedente histórico del corno francés es el cuerno de caza, por si hubiera necesidad de insistir en la honda relación entre los animales y la música.

Seis arreglos a partir de composiciones hechas en el Romanticismo, para trío: seis deliciosos pasajes originalmente escritos por Chaikovski, Dvorak, Bizet, Schubert y Debussy. Suenan: una hermosa Melodía de Chaikovsky, el Humoreske de Dvorak, una Romanza de Bizet y el luminoso Claro de Luna de Debussy.

Enseguida suena La abeja, de François Schubert. Y aquí la diversión es doble, pues la pieza es harto divertida, como la historia de confusiones que la envuelve: para empezar, se la atribuyen, equivocadamente por supuesto, a Franz Peter Schubert simplemente por la cuasi homonimia, pero como dicen en mi pueblo: no es lo mismo Chana que Juana, pues Pancho Schubert es una persona diferente a don Panchopedro Schubert.

El violinista y compositor alemán François Schubert, en efecto, pasó a la historia como el otro Schubert: nació en 1808 y murió en 1878, mientras su cuasi tocayo, el austriaco Franz Peter Schubert, nació en 1797 y abandonó el rubicundo cuerpo físico en 1828.

Panchito, llamémosle así, pues ya se ganó el diminutivo, fue hijo de Franz Anton Schubert, conocido como Franz Anton Schubert El Viejo, el esposo de la gran actriz Maschinka Schubert. Ella era hija del compositor y ejecutante ¡de corno francés! Georg Abraham Schneider.

François Schubert escribió estudios, piezas cortas, diversa música de cámara, pero pasó a la historia por ser el autor de La abeja: un perpetuum mobile originalmente para violín y piano. Un segundo episodio de la serie de equívocos: esta piecesita pizpireta suele confundirse, a su vez, con el celebérrimo Vuelo del abejorro, del más chido de todos los orquestadores: Nikolai Rimsky-Korsakov, llamado cariñosamente entre los círculos de bailarines de kasaschok, como don Rimsky.

Luego de esas deliciosas piezas que suenan con Velvet Valves, escuchamos una obra para corno solo, ejecutado magistralmente por Sarah Willis, titulada Song of a New World.

Horn Discoveries es un disco delicioso, ameno, elegante, muy divertido. La segunda parte anuncia ya la gran fiesta que es el siguiente disco de Sarah Willis: Mozart y Mambo.

Ahí están ya, como en el disco que grabó con los músicos cubanos, los juegos de palabras con su nombre: Sarah Willis y la música de Volfi. Así, el track 12 se titula Willisabethan Sarahbande: Gozo fan tutte, donde el juego de palabras se extiende al abanico de estilos: la música isabelina, la solemne belleza de las sarabandas y el manierismo mozartiano con el título de una de sus óperas: Cosi fan tutte.

El disco cierra con mambo, sí señor (esa expresión cubanísima, que estribillan músicos jóvenes, los mismos que protagonizarán el cedé Mozart y Mambo). La pieza se titula My Yorker y uno de plano termina bailando y soñando, transportado.

Sí, transportado, por múltiples razones (Chava Flores dixit). En primer lugar, porque el corno francés es un instrumento transpositor. Es decir, su sonido real es diferente al escrito. Para explicar el asunto, pongamos el ejemplo del contrabajo (sí, el que Saint-Säens relaciona con el elefante en El carnaval de los animales), para cuya escritura harían falta líneas adicionales en el pentagrama, haciendo incómoda su lectura y es por eso que la parte, o partitura, del contrabajo se escribe una octava más alta de lo que suena en realidad.

De semejante manera (o como diría Nicolás Guillén: de qué callada manera / se me adentra usted sonriendo / como si fuera la primavera), el sonido real del corno francés está una quinta más baja que la notación indicada en la partitura.

Casi todos los instrumentos de aliento, los de madera y los de metal, son transpositores. Al corno francés le llamamos cariñosamente corno y omitimos su apellido, cosa que no ocurre con el corno inglés, que es de aliento, es de madera, es pariente del oboe (uno de los más bellos sonidos de todos los instrumentos, el que nace del oboe) y siempre que la profesora pasa lista en clase, el corno barrita mientras el corno inglés, flemático él, levanta la lengüetilla cuando escucha su sonoro nombre y apellido.

Instrumentos transpositores o transportadores. Nos transportan, pero no como hace un automóvil o un burrito (hola de nuevo, Puck), sino como Stephen Hawking definió los viajes en el tiempo nombrando agujeros de gusano (otra vez, los animales y la música, hermanos gemelos) a los portales dimensionales que según la física cuántica y la teoría de la relatividad, son atajos que recorren el espacio y el tiempo.

Así Sarah Willis nos transporta, nos conduce al éxtasis divino cuando hace sonar su corno francés y, por eso, por esa su gracia infinita, por esa su bendita sarahmagia, los elefantes le contestan cuando ella dice sí. Ellos también asienten.

Sarah Willis nos ayuda a descubrir los sonidos del alma con su disco Horn Discoveries. Nos ayuda a sonreír. Nos ayuda a vivir.

Ha vuelto con nosotros la sagrada Sarahmagia.

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