ctavio Paz seguramente comprendió las semejanzas e identidades entre India y México. La semana pasada recibimos la caricia de ese país de la promesa de vacunas junto con Rusia y China. No en balde el pensamiento de Paz está ligado a la razón poética de María Zambrano y a la razón estética de Chantal Maillard (trabajo suscrito por Lola Nieto en la Universidad de Barcelona).
Para comprender el alcance metafórico de este pensamiento será necesario acudir a las enseñanzas del filósofo Nāgārjuna, en el siglo II o III, cuando funda la escuela de la vía media que suponía una vuelta a la tuerca del budismo.
Nāgārjuna se anticipó en varios siglos a la modernidad filosófica occidental, señalando los dualismos con los que opera la mente y los considera limitados para una comprensión abracadabra.
Dicho de otro modo, para Nāgārjuna, el significado se desprende del contexto, de la relación que establece un término con los otros que lo acompañan. Las palabras están abiertas semánticamente a las transformaciones que la disposición contextual les aporta. Si las piezas gramaticales adquieren significado por sus movimientos relacionales, entonces no se pueden considerar conceptos cerrados, con un sentido predeterminado e inamovible, sino abiertos a metáforas.
Con esta complicada introducción me recreo en las vivencias de Octavio Paz relacionadas con María Zambrano y Nāgārjuna.
Se iba el pensamiento del poeta a la noche densa de los vívidos luceros que traspasaba India, que al abrir los ojos bordaba dos esmeraldas en el callado y tibio terciopelo de los jardines en calma. La seda de un velo en una bella mujer india apenas rescataba el limpio cobre de la tez caliente, siete vueltas se señalaban en los turbantes policromos: sarcillos y collares se derramaban en los ríos sonoros y revueltos en los cuerpos indios y cuentas de ámbar amarillos. Violetas de deseo, rojas de místico sexo, verdes de creencias que no hay que confundir con el blanco de la esperanza.
India jugo de limón y naranjas agrias con las que creía el poeta descubrir el secreto de las noches indias llenas de ansias de sexo místico, leídas en el Kamasutra. Sexo que besa sin besar, acaricia sin acaricias, toca sin tocar, penetra sin penetrar, de aguas y hojas silenciosas que esperan mujeres de cara cubierta, ojos hundidos, tez cobriza que traspasa sin traspasar el relámpago breve de sus vibraciones contenidas.
Hasta los bosques sagrados de India llegó Octavio Paz, se armonizó con el rumor, religiosidad, pluralidad, violencia y cantó con voz de oro y aliento de fiebre sagrada mexicana, abrazando la hoguera de las festividades indias. Vestido con traje blanco, bota charolada, la fuerza de la pluma mágica, vestida de plata que enlazó cráteres de nieve con volcanes, dulces con picantes, misticismo religioso con sexo, recuerdos con realidades, India y los indios con México y los mexicanos.
(Ver Dicenda: cuadernos de filología hispánica, 2015. Vol. 33. Número Especial 179-193.)