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El estante de lo insólito

Antonio Aguilar: El Charro de México

“Él entonces disparó el rifle, al aire, hacia los cielos. Y el estampido fue atronador, como en aquel atardecer donde se estremecieron vaqueros y mirones…”
Ricardo Garibay. Par de reyes.

N

acido en Villanueva, Zacatecas, en 1919, empezó a cantar siguiendo los pasos de su madre, quien cantaba en la iglesia de su pueblo. Un tío lo respaldó para viajar y tomar cursos a fin de convertirse en piloto en Nueva York, pero él prefirió aprovechar su estancia y estudiar canto. Siguió con clases vocales en Hollywood, antes de volver a México para cantar como profesional en Tijuana, si bien no dejó de prepararse y perfeccionarse. Pero un tropiezo artístico en Puerto Rico lo hizo reflexionar, cuando Rafael Hernández El Jibarito le aconsejó que debía interpretar lo propio, lo ranchero. Desde ese momento comenzaría a construirse la estrella de El Charro de México, Antonio Aguilar.

El Charro por dentro

Antonio Aguilar hizo oficialmente un total de 162 discos. Si bien esa impresionante numeralia incluye antologías y producciones en vivo, no deja de ser una cifra asombrosa. Del bolero, al corrido, al huapango, al son y al mariachi. Podía hacer un refinamiento de piezas como Albur de amor, o entrar en la pachanga humorística de canciones como El chivo. Fue, además, pionero en el lanzamiento del sonido de banda, pasándolo de tradicional regional de Zacatecas o Sinaloa, a volverse un género de atracción nacional e internacional. Su figura con traje de charro, de usanza campirana, de faena, se volvió una estampa icónica de nuestra música. No es poca cosa que se quedara como El Charro de México.

Hombre de cine

Apareció brevemente en la cinta Un rincón cerca del cielo (Rogelio A. González, 1952), uno de los éxitos más conocidos de Pedro Infante, cuando la carrera de Antonio comenzaba a ensancharse en el cine. Con el tiempo, tendría su propia casa productora: Producciones Águila. Le interesaba que trabajaran con él guionistas de calidad, de preferencia escritores, por lo que nombres como los de Ricardo Garibay, Xavier Robles, Luis Spota y Francisco Sánchez se cuentan entre muchos de los importantes guionistas de su cine. Como productor o actor contratado, pudo trabajar con varios artistas y técnicos destacados, entre ellos los cinefotógrafos Gabriel Figueroa, Rosalío Solano, Ezequiel Carrasco y Alex Phillips Jr., además de una lista muy variada de realizadores, como Roberto Gavaldón, Julio Bracho, Gilberto Martínez Solares, Miguel M. Delgado, Chano Urueta y Mario Hernández, su director de cabecera.

Para Antonio Aguilar, el cine y la representación musical mexicana fueron siempre temas de defensa y enseñanza. Quiso legar historias que engrandecieran los grandes valores nacionales, con sus pasajes históricos y sus personajes legendarios. Por eso se aproximó a Emiliano Zapata en el largometraje homónimo ( Zapata, de Felipe Cazals, 1970), lo que le agenció problemas financieros graves al resentir la censura del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, cuyos funcionarios consideraban que la película tocaba duramente personajes históricos como Madero (a quien Zapata reclama y sacude en una escena perdida para siempre) y fue considerada ridículamente subversiva. Con 12 cortes obligatorios, Aguilar no pudo venderla en Hollywood (donde interesaba, pero en versión íntegra) y fue orillada a las exhibiciones de barriada, donde deambuló en malas proyecciones que liquidaron sus copias. Había puesto todo en el proyecto, con miles de extras y caballos, vestuarios, armamento, y trajo la primera cámara Panavision a México para ese rodaje.

Volvió al tema con Zapata en Chinameca (Mario Hernández, 1987), como también hizo Simón Blanco (Mario Hernández, 1974), sobre el hombre que acompañó a Zapata en la lucha armada. También hizo la biografía de Francisco Villa, el Centauro del Norte, en La Muerte de Pancho Villa (Mario Hernández, 1974), al que volvió a interpretar en el largometraje La sangre de un valiente (El Hombre de Hierro, de Mario Hernández, 1992), estelarizada por su hijo Pepe Aguilar. Otras cintas pasan también por la lucha campesina y el combate a los poderosos, como Que me maten en tus brazos (Rafael Baledón, 1961), donde el déspota cacique David Briseño (David Reynoso) suministra el potasio para explosivos que están reuniendo los enemigos del gobierno de Francisco I. Madero. El tahúr Raúl (Antonio Aguilar), se pone del lado de los villistas que llegan al pueblo.

Foto
Foto Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

La vida a caballo

Las películas de caballos fueron otros éxitos importantes en su filmografía, parte de su esencia interpretativa, ya que muchos de sus temas más solicitados fueron aquellas crónicas de personajes equinos. Hizo El caballo blanco (Rafael Baledón, 1962), El alazán y El rosillo (René Cardona, 1966), El as de oros (Chano Urueta, 1968), Caballo bayo (René Cardona, 1968), Caballo prieto azabache (René Cardona, 1968), El caballo blanco (Chano Urueta, 1968), La yegua colorada (Mario Hernández, 1973), Mi caballo, el cantador (Mario Hernández, 1973) y El moro de cumpas (Mario Hernández, 1977). Su álbum 15 Corridos de caballos famosos es uno de los más vendidos en la historia de la música ranchera.

Antonio Aguilar también estelarizó una larga lista de cintas como personaje justiciero enmascarado, que incluye El Norteño (Manuel Muñoz R, 1963). Éxitos comerciales, como Los Santos Reyes (Rafael Baledón, 1958), lo reunieron con figuras como Luis Aguilar, Eulalio González Piporro, Antonio Badú y Sara García. Estante especial para el extraordinario clásico Los hermanos del hierro (1961), punto culminante en su trayectoria como actor y productor, ya que fue él quien llevó a Ismael Rodríguez a hacerse cargo de la dirección.

Los principales títulos de su carrera tenían a dos figuras del cine, el espectáculo y su vida: Flor Silvestre, su esposa, y su gran amigo Eleazar García Chelelo. Sus hijos Antonio y Pepe también tuvieron papeles recurrentes, y todos eran la columna del fabuloso Espectáculo Internacional Ecuestre, que dio la vuelta al mundo con Aguilar soltando repertorio de éxitos montado en caballos de alta escuela. Había jineteo de yeguas, toros, suertes charras, música, comedia... una fiesta. Pepe Aguilar buscó revivir el espectáculo en varios momentos; lo hizo con éxito con la gran producción de 2019 Jaripeos sin Fronteras.

En entrevista (Diario de Xalapa, en 1989), El Charro de México explicó lo que aquello significó en su carrera: “Cuando yo empecé profesionalmente estaba muy fuerte en el medio gente como Pedro Infante, Jorge Negrete, José Alfredo Jiménez, Miguel Aceves Mejía. Ellos tenían dinero para comprarse trajes costosos y yo tenía muchos problemas económicos. Entonces se me ocurrió entrenar una yegua para que hiciera pasos, me recogiera el sombrero, etcétera, y la presenté en la Asociación Nacional de Charros; fue un gran éxito. Por eso me dije: ‘aquí está mi futuro’. Comencé a alquilar caballos, toros, yeguas, y al paso de un tiempo yo los compré. Así fue surgiendo el espectáculo, que fue el primero que abrió las puertas desde San Francisco hasta el Madison Square Garden de Nueva York”.

Un puño de tierra
“Lo que pasó en este mundo
Nomás el recuerdo queda
Ya muerto voy a llevarme
Nomás un puño de tierra”.

Fragmento de la canción compuesta por Carlos Coral.

Antonio Aguilar falleció el 19 de junio de 2007. Tres años antes una lluvia torrencial que causó estragos en la Ciudad de México no impidió que miles acudieran a la Plaza de Toros para el homenaje que lo despedía formalmente del medio artístico. Sus hijos, su esposa, Banda El Recodo, Guadalupe Pineda (su sobrina), Marco Antonio Solís y Los Temerarios recapitularon los éxitos de su carrera. En una gran pantalla se reproducían fragmentos de sus personajes inmortalizados en el cine. Fue un tributo a tiempo para tenerlo al centro del escenario, cuando todavía pudo sentir el aprecio de la gente, para la que actuó, cantó, bromeo y cabalgó en 54 años de prolífica carrera artística. Quizás aquel público, empapado por entero, pero estoico para aplaudir al ídolo, fue la imagen más fuerte que ayudó entender que el charro al que elogiaron presidentes del mundo y leyendas del espectáculo necesitaba, ante todo, el calor de ese pueblo, del que siempre estuvo orgulloso.