Opinión
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Apuntes para comenzar el año
L

legó el año 2021 pero los deseos de que sea mejor que el anterior no se ven por ninguna parte. Los ventarrones de enero avisan que las tormentas continuarán y sus efectos seguirán cayendo sobre los pueblos. Las pandemias que azotaron a los pueblos el año pasado continuarán. Una, el Covid-19, ha dejado una secuela de muerte que se sigue cebando sobre los pueblos. De nada sirve pedir a los gobiernos que hagan algo para disminuir sus efectos porque si ya ni siquiera los muertos cuentan, no podemos esperar que elaboren algún programa para aminorarla o proveer de alimentos a las comunidades que se quedaron sin trabajo y sin poder movilizarse para conseguirlos. La otra, Aprende en casa, el programa con que se ha pretendido sustituir la educación en las aulas, ya ha dejado una ola de deserciones y gente que se mantiene en el esquema pero no aprende porque no hay condiciones para ello.

Junto con ello los megaproyectos siguen viento en popa, como en los tiempos de gobiernos neoliberales. No sólo eso, el gobierno federal ha aumentado el presupuesto necesario para su ejecución, con la finalidad de que estén listos para funcionar en el tiempo prometido al capital, y para evitar cualquier protesta social ha modificado la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, facultando a la Secretaría de la Defensa Nacional para prestar los servicios auxiliares que requieran el Ejército y la Fuerza Aérea, así como los servicios civiles que a dichas fuerzas señale el Ejecutivo federal y los demás que le atribuyan expresamente las leyes y reglamentos. De más está decir que los pueblos no están contra los proyectos porque se nieguen al desarrollo, si porque se están construyendo pisoteando sus derechos y minando su futuro.

Pero también hay vientos buenos. Esos que invitan a los pueblos a luchar por sus derechos y por un mundo mejor. En ellos destaca el llamado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional a movilizarse por la vida quien junto con el Congreso Nacional Indígena y miles de ciudadanos han realizado una declaración en ese sentido. Junto con ellos existe un sinfín de movimientos pequeños, medianos y grandes, visibles e invisibles, que hacen lo propio y que no pueden ser ignorados porque a la hora de las sumas también cuentan. Aquí lo importante es movilizarse contra la actual situación y por un mundo mejor, quienes se movilizan y de qué manera lo hacen es lo que menos importa ahora. Los pueblos y los que los conocen saben que hay movimientos que no se ven, pero cuando es necesario explotan, mientras otros se deslizan suavemente. La forma de moverse no importa, sino el tiempo y el rumbo: ahora y por cambiar las situaciones de vida por otras mejores.

Es necesario insistir sobre las formas. Durante mucho tiempo las protestas políticas han privilegiado las movilizaciones masivas –marchas, ocupación de edificios públicos, cierres de vías de comunicación– sobre las pasivas –denuncias, cabildeo, información y negociaciones, vías judiciales–, pero la historia enseña que los que han salido triunfantes son los que han hecho un uso inteligente de ellas. La rebelión indígena del valle de México encabezada por Julio López Chávez, en el siglo XIX, a pocos meses del triunfo de la república liberal, comenzó como defensa de sus tierras y aguas que las haciendas les habían despojado. Ahora mismo existen bastantes juicios ante diversos tribunales en defensa de los territorios y los recursos naturales y quienes los promueven también quieren un cambio.

Un suceso al que no se le puede quitar el ojo de encima es el proceso electoral. El grotesco espectáculo que los partidos políticos están dando al púbico para elegir precandidatos muestra la descomposición de la política, de la cosa pública, que desde los pueblos indígenas es servicio. Existen pueblos donde está penado pretender ocupar un cargo y en otros es práctica consuetudinaria rechazar el cargo una vez que alguien ha sido electo popularmente para ocuparlos. Es otra forma de entender la política, pero muchos prefieren ignorarlo porque representa un cuestionamiento a sus ambiciones de ocupar un cargo, para lo cual no tienen empacho en inventar que sus pueblos les piden, les exigen, los obligan a que busquen un puesto público. Y ellos se sacrifican. Es bueno no perder de vista el proceso electoral para no caer en sus redes, pero también para saber que la lucha por el cambio no pasa por esa vía, sino por otra que tiene que construirse autónomamente.

En fin, estos acontecimientos de inicio de año nos recuerdan que vivimos una época de crisis que ya no ofrece salidas viables y por lo mismo impone el reto de buscarlas fuera de ellas. Difícil pero no imposible, si se camina con los pueblos y no sólo se habla en su nombre.