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Aprender a morir

Manzanero, su mejor obra

S

i aprender a vivir, a saber aceptar y sortear los claroscuros de la vida es requisito para aprender a morir, el inspirado compositor e intérprete yucateco Armando Manzanero Canché, recientemente fallecido, resultó un maestro en esto de jugar a la vida, como dijera Enrique Ballesté en su hermosa canción. Hablar de Manzanero es hablar de un auténtico maestro de la música cuyas armonías en el piano iban exactas con la palabra o la frase de sus sentidas composiciones, sin estruendos efectistas, sino con el cabal dominio técnico de un virtuoso sin alardes. Se trató de un talentoso ser humano que supo encontrar la veta para emocionar a millones de espíritus románticos en todo el mundo y recorrer el camino para hablar del amor con una sensibilidad privilegiada, comenta a este espacio José Luis Yga, experimentado ingeniero de sonido de reconocidos intérpretes y dedicado a la música hace más de medio siglo.

“Como todo genio creador −añade el también director y arreglista de la Comparsa Internacional de Saltillo que por décadas amenizara el cabaret El Patio−, Manzanero se atrevió a vivir el amor en todas sus manifestaciones para luego transmitir esas vivencias con increíble empatía, trasladar sus sentimientos, aspiraciones y desencuentros a millones de seres que inevitablemente se reconocían o descubrían en las composiciones del maestro. Me parece que esa es la función del arte sin adjetivos: revelar a las personas la riqueza interior que poseen y las posibilidades de vida de que disponen, no de victimizarse.

“Por eso, no se podrá olvidar de varias de sus canciones el equilibrio entre melodía y letra. Poeta y escritor de la esencia amorosa del ser humano, de sus anhelos, desconocimiento de sí y del otro, desde el ‘Yo no sé’, hasta el ‘No sé tú’, su fino sentido de la búsqueda, el tiempo y la espera, gozoso y a la vez afanoso, fue un espíritu sin límites para luchar, superarse y seguir acariciando la piel del amor en todas sus manifestaciones: ternura, erotismo, adioses, gastronomía y, desde luego, la historia y talento de sus ancestros mayas, de los que tan orgulloso estaba.

Exigente y al mismo tiempo amistado consigo mismo, lo que Manzanero tenía de inspirado lo tenía de profesional, con un gran sentido de responsabilidad con el público. Tuve el honor de sonorizarlo en México y en una inolvidable gira por La Paz y Santa Cruz, en Bolivia, junto con José José, concluye José Luis Yga.