uchar contra la deforestación de selvas y bosques y plantar millones de árboles son promesas repetidas por presidentes de la República y funcionarios diversos en los últimos 80 años. Las adornan con referencias a don Miguel Ángel de Quevedo, que luchó por conservar y enriquecer las áreas forestales. Insistía en que eran fundamentales para garantizar la biodiversidad y el bienestar de la población a través de la producción de alimentos y bienes maderables; para la regulación del clima, la producción de agua y evitar la erosión. Ahora, también para detener el cambio climático.
Sin embargo, la deforestación es mal de cada día. En 2019 se perdieron unas 321 mil hectáreas de bosques y selvas por la tala ilegal, la expansión de las áreas agrícolas y ganaderas, los incendios, el turismo y el crimen organizado, que impone su ley en algunas regiones de México. En lo que va de este siglo, ya no contamos con 4 millones de hectáreas con árboles.
Cada año se pierden, en promedio, 129 mil hectáreas boscosas, especialmente en los estados del sureste (Chiapas, Yucatán, Campeche, Oaxaca, Veracruz y Quintana Roo), el norte (Chihuahua y Durango) y centro del territorio: Jalisco, Colima, Michoacán y estado de México. No escapan a la deforestación ni las áreas de reserva que rodean la capital del país. Tampoco los manglares, pese a estar protegidos por la ley. Cabe señalar que en las áreas forestales viven casi 11 millones de personas, buena parte de las cuales son indígenas que las ocupan desde tiempos remotos y conocen mejor que nadie la manera correcta de utilizarlas y conservarlas.
Aunque el país tiene un variado andamiaje legal para garantizar un medio ambiente lo más sano posible, fallan las instancias creadas para hacer que ello sea realidad. Se agregan insuficientes apoyos financieros y técnicos del sector público; relación inadecuada con las comunidades agrarias, que son las mejores aliadas para garantizar el buen estado de bosques y selvas; se da más apoyo a la agricultura y la ganadería que a la silvicultura. Se pregona la existencia de millones de hectáreas protegidas, pero falta personal para cuidarlas. Y en cuanto a los programas de reforestación, las fallas son constantes y apenas sobrevive menos de 10 por ciento de lo plantado. El Día del Árbol es una celebración cada vez más opaca cuando debía celebrarse todo el año, a fin de recalcar que es más rentable conservar un árbol que talarlo, como está demostrado mundialmente.
No debe sorprender, entonces, que casi una cuarta parte del territorio nacional registre procesos físicos y químicos de degradación, y poco más de una quinta, erosión hídrica o eólica. Esto, en buena medida, es fruto de la carencia del paraguas verde que forman los árboles.
Uno de los programas prioritarios del actual gobierno federal para resolver todos esos desajustes es Sembrando vida, al que se le han asignado los dos últimos años cuantiosos recursos en beneficio de miles de campesinos que se dedicarían a conservar el bosque y reforestar con árboles frutales ymaderables. Está a cargo de la Secretaría del Bienestar, abarca 20 entidades y se inició en enero de 2019. Sin embargo, abundan las críticas a dicho programa. En buena medida por carecer de reglas claras de operación, no saber cuántos campesinos han sido realmente beneficiados, el número de plantas producidas y plantadas y los resultados obtenidos.
En julio pasado, la entonces secretaria del Bienestar, María Luisa Albores, dijo en Tlaxcala que si el programa fracasaba no era culpa del Presidente de la República. Cuando ella preguntaba en las comunidades la causa de que no funcionara, le respondían que sería por culpa de los beneficiados, por no estar trabajando bien
. Hoy, Albores ya no funge en ese cargo. Lo desempeña, desde septiembre, Javier May Rodríguez, que tuvo bajo su responsabilidad Sembrando vida. ¿Alguna evaluación seria del sector público de ese programa? Ninguna.
Para el quinquenio 2020-2024 existe además uno que incluye proteger bosques y selvas, restaurar las áreas afectadas por la tala, buscar la diversificación de los recursos forestales y contar, para lograr lo anterior, con la participación de las comunidades agrarias. Conviene saber cómo se lograrán tan importantes objetivos y su relación con los que son la base de Sembrando vida.