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¿La fiesta en paz?

No sólo resistir, sino actuar para recuperar la dignidad y el orgullo de ser

H

ay muchas maneras de comenzar el año, algunas tan motivantes como esperanzadoras de una conexión más cierta entre el corazón, el cerebro y la lengua de los seres humanos, como por ejemplo la terminante primera parte de “Una declaración… por la vida”, difundida este viernes.

“Con la certeza de que la lucha por la humanidad es mundial y que la destrucción en curso no reconoce fronteras, nacionalidades, banderas, lenguas, culturas ni razas –comienza la declaración–, cientos de organizaciones, artistas, escritores, intelectuales y personas de más de 30 países, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Concejo Indígena de Gobierno (CIG) acordaron realizar en los cinco continentes encuentros, diálogos, intercambios de ideas, experiencias, análisis y valoraciones entre quienes nos encontramos empeñados, desde distintas concepciones y en diferentes terrenos, en la lucha por la vida”.

Añade que “no es posible reformar el sistema capitalista, ni educarlo, atenuarlo, limarlo, domesticarlo o humanizarlo, por lo que es compromiso luchar en todas partes y a todas horas –cada quien en su terreno–, contra este sistema hasta destruirlo por completo”. Asimismo, la declaración tiene la certeza de que la lucha por la humanidad es mundial, y así como la destrucción en curso no reconoce fronteras, nacionalidades, banderas, lenguas, culturas ni razas, la lucha por la humanidad es en todas partes, todo el tiempo. Sostiene la convicción de que son muchos los mundos que viven y luchan en el mundo, y que toda pretensión de homogeneidad y hegemonía atenta contra la esencia del ser humano: la libertad. La igualdad de la humanidad está en el respeto a la diferencia. En su diversidad está su semejanza.

Los importantes conceptos arriba citados parecería que poco o nada tienen que ver con lo taurino ni con el sistema que ha ido menguando su sustento ético, a partir de la bravura y la competencia, hasta convertirlo en decadente cachondeo. Sin embargo, el relato bíblico que advertía de las consecuencias de adorar al becerro de oro fue desoído y, salvo confirmadoras excepciones, ha sido el falso dios que guía los pasos de la aturdida humanidad, compuesta por explotadores y explotables, por lo menos desde los tiempos de Moisés.

La simbólica bestia –fuerza, combatividad, fiereza– de ninguna manera se ha perdido, sino que algunos adinerados criadores del toro de lidia adulteraron la bravura, contuvieron la acometividad, como diría el clásico, y prefirieron adorar al dios de la ambición, proporcionalmente repartida entre promotores ficticios, héroes de luces monótonos, crítica embustera y una desfigurada afición tan benévola como escasa. Del grueso del público a nadie le interesó volver a ocuparse.

De ahí la lúcida y valiente convocatoria de “Una declaración… por la vida” para reunirse a dialogar, intercambiar ideas y experiencias, analizar y valorar nuevas formas de resistencia y de acciones responsables y eficaces –los taurinos del mundo no necesitan eso– ante un sistema tan obsesionado como demencial en su pueril afán de acumulación, como si la muerte nunca los fuera a tocar, que decía don Juan Matus en su memorable Viaje a Ixtlán.

Tanto los metidos a taurinos como los simplistas antitaurinos deberían grabarse a fuego que toda pretensión de homogeneidad y hegemonía atenta contra la esencia del ser humano: la libertad. Que la igualdad de la humanidad está en el respeto a la diferencia y que en su diversidad está su semejanza. Pero no lo harán. El becerro de oro los rebasó y juega a embestir.