Agendas
I. Incógnita
uando abro la agenda anual siempre la asocio a la experiencia escolar de tener cuadernos nuevos. La que me regalaron este año tiene cubierta de vinilo rojo sobre la que está grabada la cifra 2021. Como siempre, cada una de sus páginas corresponde a un día de la semana escrito en español, inglés y francés, e indica el santo a venerar en ese momento: mayo l7, San Pascual Bailón; septiembre 11, Nuestra señora de la Santa Cueva; 26 de noviembre, San Leonardo... Tinta roja distingue las líneas que indican cuándo comenzarán la Semana Santa, los periodos de vacaciones, el cambio de estación.
La agenda, además de servirme de guía, me permite la dicha de tener breves y hermosas lecturas ya que al pie de cada página están impresas frases memorables de los más célebres poetas, novelistas, historiadores y filósofos de todos los tiempos. Memorizarlas encabeza la lista de mis buenos propósitos.
Por curiosidad, para hacerme las ilusiones de que puedo asomarme al futuro, he revisado varias veces las hojas del cuadernillo y en ninguna he visto el vaticinio que ansiaba encontrar: 2021 será menos cruel que el año anterior.
Leer esa frase me habría tranquilizado. No sé a usted, pero a mí las agendas siempre me han parecido objetos muy confiables.
II. Otras flores del mal
Me dicen que en algunas calles, al sur de la ciudad, ha surgido una especie de nueva floración: las cartulinas de colores a través de las cuales hombres y mujeres de todas las edades –venciendo su pudor– piden comida a cambio de brindar sus servicios gratuitos como empleados domésticos, barrenderos, albañiles, mecánicos, vigilantes, cuidadores, cocineros...
Cada uno de esos cartelones relata las historias que se viven en los tiempos difíciles: Trabajé 20 años como mesero. El restaurante cerró y quedé sin empleo. Encontrar otro ha sido imposible. Mi familia necesita comer
. Soy madre soltera con dos hijos. La dueña del salón de belleza en donde trabajaba tuvo que cerrar y estoy desempleada. Hace meses que no gano un centavo. No tengo ahorros ni nada más qué vender. Mis niños tienen hambre. Regáleme un poco de comida, por favor
. Tengo 80 años y ya no puedo trabajar. El hijo que me sostenía acaba de morir. Quedé solo. Necesito que alguien me ayude dándome algo qué comer
.
III. Ausencias
Abrí la nueva agenda con la ilusión de saber en qué día de la semana caerán las fechas señaladas para mis seres más queridos. El 8 de febrero, aniversario de bodas de mis padres, lunes; el 12 de marzo, cumpleaños de Raúl, jueves; el 10 de abril, día en que Abelardo inauguró su consultorio, caerá en sábado; el 30 de junio, fecha en que Lucía contrajo matrimonio, miércoles; el 3 de septiembre, día en que mi hermana adoptó a su bebé, será viernes.
Mis padres, Raúl, Abelardo, Lucía, mi hermana, ya no viven pero me dejaron el recuerdo de sus fechas memorables. Ahora que lo pienso, creo que se parecen a las personas que al terminar la fiesta dan las gracias por la hospitalidad, se despiden y se van sin darse cuenta de que dejaron olvidados sus abrigos.
IV. Nada
En un cajón de su escritorio guarda las agendas de cinco años pasados. Están llenas de nombres, números de teléfono, horarios, datos referentes a sus proyectos, rutas. En comparación al aislamiento y la relativa inactividad en que ha estado en los últimos meses le parece que los años anteriores fueron vertiginosos, dinámicos, emocionantes, ricos en experiencias tan fuera de lo común que podrían ser temas para un cuento o una novela ¿por qué no?
A fin de darle cierta continuidad a su voluntario reencuentro con el pasado ella decidió hacer una lectura completa, sin saltarse ningún día, de las agendas atrasadas. Para eso renunció a los descansos y las interrupciones. Puso platos de comida trasnochada y fría sobre el escritorio, olvidó prepararse las habituales tacitas de café y dejó para después la promesa de llamar a sus familiares y amigos.
Para ella lo único importante era revivir, a través de las anotaciones, horas que recordaba emocionantes y únicas. Haberlas vivido la convertía en un ser privilegiado. Cuando, ya avanzada la noche, terminó el repaso de sus trabajos y sus días se dio cuenta de que en los últimos cinco años de su vida en realidad no había pasado nada más que tiempo.
V. Mudanza
Tal vez este año no, pero en los anteriores muchas personas decidían cambiarse de casa el primer día del año. Era lo ideal: por ser feriado no tendrían que faltar al trabajo. Solicitaban el servicio de mudanza para las cinco de la mañana, hora de menor tráfico. La noche anterior, a los vecinos que iban a despedirlos, les regalaban trastos, muebles, accesorios domésticos que no tendrían cabida en su nuevo departamento: más luminoso, sin paredes cargadas de recuerdos.
Abordaban el vehículo que los conduciría a su nuevo domicilio con el gesto impetuoso, retador, de quienes están dispuestos a enfrentar los riesgos de lo desconocido. Iban silenciosos, contentos, ligeros. Sólo llevaban una meta, escrito en un papel un domicilio, el nombre de las calles aledañas y su vida de siempre, esa de la que habían salido huyendo.