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El estante de lo insólito

Los medios en el cine Lo que vemos y lo que es

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▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Tengo la certeza de que no hay hombre más libre que el reportero

Julio Scherer García. La terca memoria

L

os medios de comunicación han mutado en diferentes direcciones. Hoy, pulsar unos comandos puede modificar la cercanía, pero también la conducta, como se explica en el documental de Werner Herzog Lo And Behold (2016). Los medios tienen una presencia constante en el cine; en muchos filmes importantes son lo fundamental.

Noticias y reporteros

El monopolio de Charles Foster Kane (la vida de Randolph Hearst) sacude sus entrañas ante la muerte del líder en El ciudadano Kane (Orson Welles, 1941). Rosebud es lo último que dice en su lecho de muerte, lo que empuja la investigación periodística que expone una vida de éxitos, empoderamiento y soberbia. David Fincher hizo Mank (2020), mostrando lo que Herman J. Mankiewics (Gary Oldman) vivió para escribir la historia base de ese clásico. La premisa básica fue recapturada en el largometraje de José Buil La leyenda de una máscara (1989), donde el reportero Olmo Robles (Damián Alcázar) persigue el gran reportaje del luchador El Ángel Enmascarado (Héctor Bonilla). En Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), los reporteros Carl Bernstein y Bob Woodward (Robert Redford y Dustin Hoffman) precipitan el colapso del presidente Nixon con su investigación sobre el caso Watergate. El thriller sentaría modelo para trabajos como El informe pelícano (1993, del mismo Pakula); JFK (1991), de Oliver Stone, o El informante (1991), de Michael Mann.

Reed: México insurgente (Paul Leduc, 1970) coloca al periodista John Reed (Claudio Obregón) cara a cara con Pancho Villa (Eraclio Zepeda) y su organización de fusilamientos. Los gritos del silencio (Roland Joffé, 1984) muestra la historia de Sydney Schanberg y Dith Pran, su intérprete, mientras cumplía funciones de reportero en el conflicto bélico en Camboya. Bajo fuego (Roger Spottiswoode, 1983) pone a tres periodistas (Nick Nolte, Gene Hackman y Joanna Cassidy) que cubren la guerra civil en Nicaragua e intercambian información con un mercenario (Ed Harris). Tomar parte en fuego cruzado también impulsa al fotorreportero Richard Boyle (James Woods) en Salvador (Oliver Stone, 1986), quien compite por lograr la imagen que gane el Pulitzer. En Antes de la lluvia (1994), Milcho Manchevski otorgó la misma clase de peso al fotógrafo de guerra Alexander (Rade Serbedzija) en medio de la guerra civil de Macedonia. Dennis Hopper interpretó a otra clase de fotógrafo en Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), subordinado a las máximas del coronel Kurtz (Marlon Brando).

Emilio El Indio Fernández plasmó su visión del esfuerzo reporteril en Reportaje (1953), donde un editor ofrece un premio con tal de que le presenten una historia única. The Post (Steven Spielberg, 2017) enseña cuando periodistas de The New York Times y The Washington Post exhibieron el manejo oscuro sobre la guerra de Vietnam. En tanto que Spotlight (Tom McCarthy, 2015) ofrece un asomo sobre la construcción periodística y los terribles casos de sacerdotes pederastas detectados en Boston. El periódico (Ron Howard, 1994) tiene a reporteros indagando sobre el caso de dos jóvenes señalados por homicidio; sus resultados podrían transformar el caso. Por su parte, Cameron Crowe hizo Casi famosos (2000) con el joven William Miller (Patrick Fugit) gestando el artículo que puede darle la mismísima portada de The Rolling Stone Magazine; se trata de la propia experiencia de Crowe, del mismo modo que Territorio comanche (Gerardo Herrero, 1997) se basa en la experiencia de Arturo Pérez-Reverte como corresponsal de guerra, reunida en su libro homónimo. En El síndrome de China (James Bridges, 1979), la periodista Kimberly Wells (Jane Fonda) y su camarógrafo Richard Adams (Michael Douglas) hacen un reportaje en el que cuestionan el manejo de una planta nuclear; mismo esfuerzo que exponía en un escenario bélico al reportero y productor Warren Justice (Robert Redford) en Algo muy personal (Jon Avnet, 1996).

Televisión y realities

Del registro de la infame matanza de Aguas Blancas a los videogates políticos, las cámaras no profesionales pueden tener denuncia formal tipo Presunto culpable (Roberto Hernández y Geoffrey Smith, 2011), al exponer la corruptela burocrática, o servir para el rating sin escrúpulo en Night Crawler (Dan Gilroy, 2013), donde el ambicioso Louis Bloom (Jake Gyllenhaal) no denuncia crímenes evitables para tener las primicias. Todo el día y toda la noche (1996), de Michael Linday-Hogg, pone a una camarógrafa anónima (Hope Davis) a grabar al ciudadano promedio Guy (Vincent D’ Onofrio) para consumar un reality show. Era el precepto distópico que narra George Orwell en su novela 1984 (adaptada al cine por Michael Radford), donde se establece el concepto del Big Brother, el omnipresente hermano mayor que todo lo observa, la maquinación divina del Dios omnipresente, dogma que sirve como regulador social en THX-1138 (George Lucas, 1971) con cabinas de confesión cristiana. Otro tipo de reality show (cada vez menos ficción) es el de Truman Show (Peter Weir, 1998), donde el hombre ordinario Truman (Jim Carrey) es cooptado desde su infancia en favor de la ostentosa producción de un espectáculo televisivo que lo sigue 24 horas al día.

Punto y aparte para Santo vs El Asesino de la Televisión (Rafael Pérez Grovas, 1981), en el que un alevoso villano controla las señales de televisión para transmitir sus fechorías, del mismo modo que The Joker (Jack Nicholson) condicionaba a los habitantes de Gotham en Batman (Tim Burton, 1989). La consagración del sueño mediático lleva a Suzanne Stone (Nicole Kidman) a organizar la ejecución de su marido (Mat Dillon) en Todo por un sueño (Gus Van Sant, 1997). La clase de sueño guajiro que hace del delincuente Emilio (Víctor Hugo Arana) un entusiasta de los foros televisivos en la inteligente y ácida Un mundo raro (Armando Casas, 2001), con el mismo fanatismo protagónico que haría imposible la relación con conductores cómicos en El rey de la comedia (Martin Scorsese, 1983) y Joker (Tod Phillips, 2019).

El cineasta Sidney Lumet ubica la dureza de los medios en Tarde de perros (1975), donde un asalto bancario se convierte, por el seguimiento noticioso, en un episodio mucho más peligroso y fuera de control. Lumet también hizo otras dos aportaciones críticas con Network (1976) y El precio del poder (1986). La imposición ideológica vía televisión llega a extremos de guerra en Escándalo en la Casa Blanca (Wag the Dog; Barry Levinson, 1998), donde los problemas del presidente requieren de un mezquino y hábil productor de Hollywood (Dustin Hoffman). Los medios muestran sus fauces en Mad City (Costa-Gavras, 1997), donde una situación impensada de rehenes pone al ingenuo guardia de seguridad Sam (John Travolta) a ser manipulado por el periodista Brackett (Dustin Hoffman).

El cine dentro del cine

Siempre ha resultado apasionante contemplar el cine dentro del cine. Quizá nada comparable a Ocho y medio (1963), de Federico Fellini, obra maestra con insólito detrás de cámaras dentro de la mente convulsionada de un cineasta y su búsqueda por lograr la película total. En otro set, la vida le cambia al cartero Adalberto Chávez (Adalberto Martínez Resortes) en El cartero del barrio Yo quiero ser artista– (Tito Davison, 1958), cuando el cine busca a una nueva figura. En Blow Out (1984), Brian de Palma coloca al sonidista Jack Terry (John Travolta) registrando una detonación en lo que se suponía un accidente carretero. Sonido y fotografías son combinados en una isla de edición para exponer la verdad. En La noche americana (1973), Francois Truffaut retrata el quehacer cinematográfico con los problemas del rodaje y las batallas por brindarle organicidad y sentido autoral. Conflictos similares presentan Carlos Sorín y Gabriel Retes en sus respectivas La película del rey (1986) y Bienvenido/Welcome (1993). La exhibición peregrina del cine halla un lugar notable en Vidas errantes (1983), de Juan Antonio de la Riva, con exhibición trashumante en comunidades rurales.

En El ejecutivo (Robert Altman, 1992), el joven Griffin Mill (Tim Robbins) dirige un estudio de cine con éxito, pero es amenazado por un guionista cuyas historias no llegaron a las salas. Barton Fink (Joel y Ethan Coen, 1991) muestra al guionista Barton (John Turturro) en tribulaciones éticas y obstrucción creativa al intentar concluir una historia por encargo. Esa misma inseguridad afecta al guionista Charlie Kaufman en El ladrón de orquídeas (2002). Tim Burton mostró en Ed Wood (1994) algunas de las fases más decadentes del proceso cinematográfico, cuando Wood pasaría a la impensable gloria de ser considerado el peor director de la historia por hacer Plan 9 From Outher Space (1959). En El extra (Miguel M. Delgado, 1962), el divertido Rogaciano (Cantinflas) mete la pata una vez sí y otra también cuando trabaja de extra en diferentes producciones, con la certeza de que sin esa figura el cine no sería nada.

La tecnología que viene

En Brainstorm (1983), un proyecto científico da un paso mayor en la realidad virtual al grabar acciones de punto de vista para sentir que se viven las experiencias. La pérdida de identidad vía Internet tuvo su cumbre en The Matrix (Wachowski Brothers, 2000), cuando el hacker protagonista Neo (Keannu Reeves) descubre que el mundo es una ficción virtual que controla a la humanidad. Una paranoia que ya se incluía (con extraterrestres) en Dark City (Alex Proyas, 1998). En Brazil (1985), de Terry Gilliam, la mente puede perderse en su propia búsqueda, mientras la realidad aparente sigue órdenes supremas. Gilliam pondría aún más retorcida la vida como sueño en Teorema Zero (2013). En Días extraños (Kathryn Bigelow, 1995) se plantea un artefacto que usa imágenes extraídas directamente del cerebro. No hay necesidad de expresarse elocuentemente para contar lo que nos pasó. Se puede ver. Así de fascinante y terrorífico puede ser el siguiente paso de la comunicación.