l pasado 2 de octubre la jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, organizó un acto conmemorativo por la masacre ocurrida hace 51 años en la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, y fui invitado a participar igual que el año anterior. Estaba citado a las 9 de la mañana y llegué minutos antes, hacía mucho frío esa mañana y se sentía más porque corría algo de viento. Empecé a sentir un extraño malestar. Avisé a los compañeros encargados de la organización que me retiraba porque me sentía muy débil. Uno de ellos me acompañó hasta donde dejé estacionado mi auto sobre la acera de la calle Manuel González. Me sentí un poco mejor y me dirigí hacia el edificio del Congreso local para participar en la sesión solemne convocada precisamente para recordar los acontecimientos del 2 de octubre, al igual que el año anterior.
La sesión era virtual, estaba programada a las 10 y yo sería el último en intervenir. Por eso, previendo desde el día anterior que no alcanzaría a llegar a casa, los del equipo técnico del Congreso habilitaron una computadora en el salón principal y desde ahí pude hacer mi intervención en tiempo y forma. Hacia el final de la lectura de las notas que preparé volví a sentirme agotado. Los compañeros de resguardo me invitaron a tomar un café y creo que llamaron a la doctora que tenemos ahí, ella me auscultó y me dijo que aunque no tenía dolor de cabeza ni fiebre debía hacerme la prueba del Covid-19, misma que realicé al día siguiente con resultados positivos. Mi debilidad aumentaba, aunque sin dolor de cabeza ni fiebre y le habría dicho a mi esposa que no quería ir al hospital, una especie de pérdida de la consciencia. Etelvina tomó las riendas del asunto e hizo las gestiones necesarias, la compañera Claudia Sheinbaum estuvo al pendiente desde el 2 de octubre y estuvieron en contacto ambas. En el límite de mi situación crítica, la mañana del 6 de octubre Claudia envió una ambulancia que me trasladó al hospital. De esos momentos tengo borrosos recuerdos. Cuando me recibieron le dijeron a Etelvina que no se retirara porque tenía que tomar decisiones rápidas. Ciertamente, al poco tiempo le preguntaron si aceptaba que me hicieran intubación temprana antes de que fuera tarde, le comentaron que yo dije que ella decidiera. Nerviosa le llamó a nuestro médico y amigo Osvaldo González, quien recomendó que procedieran. Fue así que debido a hipoxemia refractaria y deterioro grave en la función respiratoria se decidió ingreso a la unidad de terapia intensiva para la realización de intubación ortotraqueal y ventilación mecánica invasiva
, así decía el reporte del hospital.
Autorizada la intubación siguió la incertidumbre. Durante 10 días Etelvina recibió el reporte de hay que esperar la desinflamación del pulmón
. Ella preguntaba a los médicos que lo daban qué significaba y respondieron que debía despertar de la sedación y si no reaccionaba tal vez tendrían que ponerme boca abajo, lo que implicaría mayor riesgo. Afortunadamente al décimo día reaccioné, se lo comunicaron y la situación dio un giro. La muerte no tuvo permiso.
Cuando desperté, durante las primeras horas, no sabía dónde estaba, tampoco si era de día o de noche. Me enteré que un grupo de médicos hacía un apoyo emocional humanitario colocando sus celulares en los oídos de quienes estábamos sedados para escuchar mensajes de aliento de familiares, pues dicen que uno escucha aunque no se esté del todo consciente de ello, así lo hicieron conmigo y yo agradezco ahora ese valioso gesto. Después de un día extubado una doctora me dijo: Yo fui la primera que le habló cuando abrió los ojos y le dije que se recuperaría pronto y saldría del hospital, ¿lo recuerda?
, la miré y le dije que sí, no podía ver su rostro, pero recordaba su voz. En esos momentos no tenía fuerza para hablar y tampoco para moverme, me sentía adolorido de todo el cuerpo, apenas si levantaba un poco la cabeza y los brazos. En un momento dado le hice la seña a un enfermero para que viniera y en broma me dijo: Si no me habla claro no lo atiendo
. Le dije que quería tomar agua y que si podría ver a mi esposa, me dijo que no a las dos peticiones, aclarándome que en terapia intensiva no entraban familiares. En esa área había un movimiento constante del personal médico, enfermeras y enfermeros, camilleros y los encargados de la limpieza. Todos muy laboriosos, competentes y solidarios con los pacientes, reportando a diario nuestro avance o retroceso. Extenuados y fatigados, además, por estar cubiertos todo el día con sus trajes hasta el cuello, cubrebocas y caretas. Al segundo día después de extubado me pasaron a piso. Ahí sí me pudieron visitar mi esposa y mi hijo, no sin antes pasar por un breve curso de capacitación para que los familiares puedan estar en un hospital Covid, siguiendo todos los protocolos de cuidado necesarios. También en piso el personal, en su conjunto, brinda una atención muy profesional y esmerada. Al tercer día los médicos reportaron “durante su estancia en piso el paciente se mantuvo afebril y hemodinámicamente estable… debido a su buena evolución se decide su alta”.
Agradezco a todo el personal del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán y a la jefa de Gobierno de la CDMX, todos están en la primera línea de combate al coronavirus, su esfuerzo es heroico. Yo estuve ahí y salí vivo. Puedo decir que soy resiliente y sonriente.
Desde que empezó el malestar no he dejado de pensar que el espíritu chocarrero de Gustavo Díaz Ordaz invocó al coronavirus para que me atacara precisamente en una fecha tan emblemática. Por eso digo, sigo diciendo: 2 de octubre ¡No se olvida!
* Diputado del Congreso de la Ciudad de México