Las puertas del infierno, publicado por Océano, aborda terribles episodios de la historia del siglo XX, cuenta el escritor en entrevista con La Jornada
Lunes 28 de diciembre de 2020, p. 7
Manuel Echeverría (Ciudad de México, 1942) presenta su novela más reciente, Las puertas del infierno, obra perturbadora y compleja
, en la que hizo un esfuerzo por recoger todos los retazos de su personalidad para reflejarlos en el protagonista.
En entrevista con La Jornada, el autor comparte el proceso creativo del relato ambientado en Berlín en 1938, uno de los años más turbulentos en la historia de Alemania.
“A lo largo de mi vida analicé varias lecturas en torno al nazismo, cuando por alguna razón (hace mucho tiempo) comencé a imaginar la vida de un personaje, así como su desarrollo emocional desde la parte más básica de la moralidad hasta introducirlo en los mares más profundos de la confusión y el arrepentimiento.
Su biografía interna y externa debía cruzar las fuerzas más imprevisibles y compulsivas por las que atraviesa cualquier ser humano. Sin embargo, la narración no sería fácil, porque quería introducir algunos elementos históricos en el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial.
Bruno Meyer, alumno brillante de derecho, abandona la universidad para mantener a su familia luego de que su padre es asesinado en plenas funciones como integrante destacado de la KriPo. Tras las negativas para encontrar un trabajo relacionado con sus estudios, logra integrarse en esa agencia policial que, junto con la Gestapo y las SS, estaba al servicio del Estado nacionalsocialista.
En su camino laboral aparece Hugo Ritter, oficial de alto rango y con mucho poder, quien, al identificarlo como hijo de uno de sus más entrañables amigos, lo recluta como su asistente. Ritter mostrará a Bruno el lado más oscuro del Tercer Reich, las infamias, las traiciones, la avaricia desmedida que no se detiene ante nada…
La obra, publicada por Océano, es perturbadora y compleja. Realmente hice un esfuerzo por recoger todos los retazos de mi personalidad para reflejarlos en el protagonista
, acota Echeverría, quien también tiene formación jurídica.
Meyer es una víctima de las circunstancias y, al mismo tiempo, víctima de su carácter. Es un muchacho inteligente que logra desenvolver sus habilidades detectivescas para conocer los grandes secretos que guardó su padre.
porque refleja la subjetividad de un personaje en lucha consigo mismo y contra el medio ambiente. Es una metáfora de un muchacho apasionado.Foto Óscar Olivo Morales
La trama aborda algunos de los episodios más terribles en la historia del siglo XX, como La noche de los cristales rotos, la proximidad de la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo de las juventudes hitlerianas y la invasión de la Alemania nazi en Austria.
Estos acontecimientos incentivaron los cambios en la tesitura sicológica de Bruno Meyer (de 20 años), debido a que éste era consciente de la espeluznante situación que atravesaba el pueblo alemán, pero de pronto se vuelve visceralmente inconsciente cuando encuentra a su amada en medio de un desbarajuste fenomenal
, señala el autor.
Atmósfera mexicana
Aunque pareciera que la novela no tiene relación alguna con México, cuando Manuel Echeverría trató de reconstruir el panorama delictivo alemán de 1938 también rememoró la atmósfera que prevalece en nuestro país desde hace años.
“Las fuerzas públicas alemanas de aquella época fueron capaces de cometer actos inconcebibles; el entorno era muy corrupto y atrabiliario. Por momentos visualicé a México en los últimos 35 o 40 años en el contexto del gran debate que ha habido públicamente sobre las políticas de las autoridades para combatir al crimen organizado.
“La novela no es histórica porque sus letras reflejan la subjetividad de un personaje que lucha consigo mismo y contra el medio ambiente. Es una pequeña metáfora de un muchacho apasionado e intenso cuya vida es tormentosa. Un joven sin un ápice de malicia que recorre un camino absorbente e incontenible.
A lo largo de nuestra vida sufrimos reveses trepidantes y difíciles de evitar: en menos de seis meses, a causa del coronavirus, el mundo experimentó un duro golpe en su estabilidad emocional, pública, política, económica, entre otras. La cuestión es que nos dimos cuenta de algo que ya sabíamos: la existencia humana es inmensamente frágil.