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Anna Karina fue capaz de transmitir lo que las palabras no pueden pero sí el corazón
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▲ La actriz francesa, en una escena de la clásica película de Jean-Luc Godard
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 26 de diciembre de 2020, p. 7

“¡Esto es, en efecto, la vida misma! / Se volvió repentinamente para mirar a su bien amada… / Estaba muerta”, escribió Edgar Allan Poe en El retrato oval, en 1842.

Cuanto más se habla, menos quieren decir las palabras. Vivir su vida es un retrato aflictivo, esperanzador y completamente devastador del que no se puede sino cuestionar la esencia efímera de lo que es vivir. En 12 secuencias, se nos presenta la situación precaria en que se encuentra Nana (Anna Karina) quien, con la ilusión y el deseo de convertirse en actriz en París, decide abandonar a Paul, su pareja sentimental. Eventualmente, entre una serie de dificultades, comienza a ejercer la prostitución donde la felicidad lo es todo menos alegre.

¿Qué hace especial a una persona? En una primera mirada donde las apariencias no son nada comparadas con la grandeza de las palabras, Jean-Luc Godard nos muestra a una Nana rodeada completamente de incertidumbres e inseguridades. Para ella, la vida no es estacionaria, es algo que se tiene que atrapar, no es un medio, sino un fin. Rompe con Paul con la esperanza de poder atraparla, de no dejarla ir nunca. Sin dinero, consigue trabajo en una tienda de discos, pero con una paga miserable, eventualmente es incapaz de pagar su alquiler. En esta difícil situación conoce a Raoul (Sady Rebbot), quien la incitará a ejercer la prostitución, ese trabajo que comienza cuando se encienden las luces de la ciudad, donde rondan sin esperanza las muchachas de la calle.

La lucha interna de Nana será representada en varias secuencias. La primera se mostrará a través de una proyección de cine, donde se nos habla sobre el camino que Nana está dispuesta a recorrer para lograr que, aquella cosa abstracta y hermosa llamada vida, sea suya. Su pensamiento se verá reflejado en la icónica película La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer, donde se dice que Dios sabe adónde nos lleva, sólo comprenderemos la ruta al término de nuestro camino. La segunda secuencia llegará en forma de un filósofo que se encuentra en una cafetería de París, un hombre viejo y cansado que interviene en una discusión filosófica con Nana, donde se nos muestran las imperfecciones de las palabras.

Todo aquello que no se puede decir se desvanece en un pensamiento, pero todo aquel pensamiento que no se puede decir, jamás tendrá la oportunidad de hacerlo. Tal es la imperfección y la mentira de lo que es dicho.

Pronto Nana se da cuenta del mundo que decidió habitar. Uno donde las palabras no dicen nada, los sentimientos no existen y su mundo, completamente dominado por hombres, se ve corrompido y quebrantado por los actos más pueriles. ¿Qué es más pueril que un acto amoroso hecho por la frivolidad animal que corrompe los sentidos y silencia las emociones? Tal es el destino de Nana, en el que la liberación sólo se encontrará a través de la muerte.

Hablar de Godard es hablar de un cine ambicioso, experimental y altamente sofisticado y al término de la película, uno se da cuenta de cosas que lo acompañarán para siempre a fin de atrapar aquello que es la vida.

La película no es la excepción, logra encapsular todo sentimiento de alienación y frivolidad hacia la vida que uno puede sentir, acompañada de la increíble actuación de Anna Karina, es un viaje que hará sentir todo lo que las palabras son incapaces de describir pero que el corazón es capaz de sentir.