En la región de los Altos de Chiapas la cría de ovinos se considera una actividad económica distintiva de las comunidades indígenas, asociada a la imagen bucólica que se promociona como atractivo para el turista. Con la lana de esos animales se elabora la ropa tradicional de la mayoría de las comunidades tzotziles y tzeltales de la región, a tal grado que vestimenta y ovinos se asocian estrechamente con la vida cotidiana. A lo largo de los años, múltiples intentos se han hecho para promocionar la ropa artesanal elaborada por las mujeres indígenas como productos de marca, en Europa y en EU, con la intención de generar beneficios económicos para ellas. Los resultados no han sido los esperados y hoy día la ovinocultura parece retroceder ante el avance de muchos otros factores de ese mercado que parecía tan prometedor.
Sin embargo, esta ovinocultura es un ejemplo extraordinario del papel central que la cría de animales juega en las estrategias económicas de esta región de Chiapas, donde el concepto “ganadería” no refleja apropiadamente el significado de la producción animal en las familias campesinas e indígenas. Lejos de ser el factor destructor de recursos naturales que hoy día se quiere proyectar en los ámbitos urbanos, la producción animal es parte orgánica de las economías indígenas. Traídos por los europeos en diferentes momentos de la historia, los animales domésticos, principalmente bovinos y ovejas, formaron parte de las estrategias de apropiación de tierras seguidas por los conquistadores. En los Altos de Chiapas la intención de criar enormes rebaños de ovejas pastoreando grandes extensiones de tierra (al estilo de la meseta española) tuvo como obstáculos principales las condiciones ambientales restrictivas de la región, fuertemente extremas y estacionales: veranos muy húmedos y calurosos alternados con inviernos helados y secos.
Altas cargas parasitarias en verano y escasez severa de forraje en invierno causaron la mortandad animal e impidieron lograr lo esperado, generando decepción en los encomenderos conquistadores que perdieron interés en esta actividad. Pero las mujeres indígenas tuvieron éxito al cambiar totalmente el sistema y la estrategia de producción de animales, incorporándolos en la lógica de la producción familiar.
Cuidar las gripes, limpiar lalana, alimentar las crías, eliminar parásitos y curar heridas se transformaron en cuidados personalizados para un número reducido de animales que ante la posibilidad de nuevos beneficios (lana y estiércol principalmente), pronto conformaron el componente animal que hoy día caracteriza a toda la agricultura campesina, conjuntamente con la milpa, el traspatio, el manejo del bosque y la vida familiar. Si bien el ambiente sigue siendo la limitante más importante de la cría de animales, su atención y manejo son la responsabilidad creativa y exitosa de las mujeres tzotziles y tzeltales de la región.
Ovinos, aves y cerdos están al lado de semillas y azadones, coas y machetes, calendarios agrícolas y rituales propiciatorios para formar parte del acervo cultural, tecnológico y productivo de la unidad de producción familiar, que se maneja haciendo interactuar sus componentes animal, vegetal y humano sin sobrepasar la capacidad de trabajo que exista al interior de la familia. Diez o doce ovinos, media docena de gallinas, uno o dos jolotes y ocasionalmente algún cerdo o novillo, son el inventario pecuario que retribuye sus cuidados pastoreando acahuales y abonando parcelas en descanso, comiendo rastrojos de los cultivos y los desechos de la cocina, aflojando el suelo, aportando lana y generando recursos monetarios en tiempos de crisis financiera.
Aunque el consumo de carne y otros productos de origen animal no es tan relevante como podría creerse, comer pollo o huevos es frecuente en las familias indígenas. La venta de animales vivos tampoco es el objetivo principal de su crianza, sino los productos y servicios que generan. Entre las mujeres tzotziles los ovinos, o los novillos en el caso de las tzeltales, además de lana, estiércol y algún eventual dinero, inciden en el “prestigio social” que otorgan. Los animales pueden venderse en momentos familiares críticos, como una enfermedad, el estiércol se utiliza como abono de las hortalizas o en la milpa, la lana se usa para confeccionar la ropa, pero el buen aspecto de los animales proyecta una imagen responsable, confiable y hasta envidiable de su dueña.
Aunque la información estadística nacional no lo registra adecuadamente, esta producción animal familiar decrece rápidamente ante escenarios adversos, aún entre académicos que se niegan a aceptar su importancia y pertinencia. Al interior de las familias indígenas de los Altos de Chiapas, las nuevas generaciones, principalmente las mujeres, están en la búsqueda constante de mejores opciones de vida. Salir a estudiar o a trabajar es mejor que casarse y repetir los ciclos de sus madres y padres. Con estos cambios se van también costumbres, tradiciones, estrategias económicas y conocimientos agrícolas.
La globalización, que afecta todos los aspectos de nuestras vidas, cambia expectativas, visiones y hábitos de consumo. Los agroquímicos sustituyen tecnologías locales, la ropa industrial desplaza la vestimenta tradicional, los tiempos destinados al cuidado personalizado de los animales se destinan a trabajos remunerados, el conocimiento empírico cede ante las propuestas institucionales. En síntesis, los modos de vida indígenas se transforman arrastrando consigo a los sistemas de producción familiar. ¿Cuánto más persistirán? •