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El estante de lo insólito

El Flaco de la noche azul

“Yo nací con la luna de plata
y nací con alma de pirata,
he nacido rumbero y jarocho,
trovador de veras…”
Agustín Lara. Veracruz.

A

los seis años tuvo clases particulares de música, mostrando de inmediato un talento sorprendente para seguir ritmos, aunque nunca aprendió ni necesitó leer partitura para componer. Dejó el hogar peleado con su rígido padre, pero volvió cuando el mismo patriarca abandonó a su madre y hermana. Conocido entre sus amigos adolescentes como músico y pianista, fue invitado a tener un empleo: tocando en un burdel. El adolescente Agustín, sin más mundo que la convivencia escolar, las clases musicales y los encuentros familiares, se colmó de tacones altos, medias seductoras, cuerpos que lo apapacharon y un ambiente nocturno que parecía otra vida; pronto, se volverá la propia, donde la charla, la bohemia, las canciones, los dramas, los llantos y los amores imposibles se encuentran y desencuentran todas las noches. El adolescente crece de golpe, pasa las noches sin dormir, pero gana para la manutención familiar. Cuando su padre regresó y quiso hacerlo militar, el joven rompió definitivamente con la familia. Sería compositor y músico para siempre.

La biografía propia

Un documento parecía certificarlo como nacido en la capital del país, pero El Flaco de Oro, el hombre con alma de pirata, el tan aclamado Músico poeta, sostuvo hasta el último día de su existencia que nació en el año 1900 en Tlacotalpan, Veracruz. Dicen que incluso se ofendía cuando alguien dudaba de su espíritu jarocho. Como apego a su arraigo veracruzano, Agustín apela a las palabras, a la rima poética, al discurso alegre que también haga olvidar que es un joven esmirriado, sin ningún atractivo físico. Tiene el carácter y la visión de imponerse a esas limitantes para entonces ser personaje. La conformación esquelética se cubre de elegancia y porte; de su rostro cadavérico salen frases para recordar.

Llega el dolor y nace el poeta

Como si todo en su andar fuera un corrido acelerado, Agustín se casó con Esther Rivas, su novia, a los 17 años. Ya esperaban un hijo. El bebé falleció pronto y la pareja se dijo adiós. Poniendo sus manos sobre pianos de nuevos prostíbulos, la fatalidad le asestó otro golpe, esta vez físico, cuando una mujer (su amante en un burdel) le hizo un corte en el rostro. Flaco, feo, de mirada cansada y gesto triste, Agustín suma la cara marcada. La depresión es triple: murió su hijo, esta solo y carga ahora con una escandalosa cicatriz. Será el amor de Angelina Brusqueta la que lo saque de la depresión y lo ponga a tocar en el café de su madre, un espacio tranquilo, donde Agustín ejecuta, pero también compone. Vive el impulso necesario para convertirse en autor de tiempo completo. La cantante Maruca Rodríguez hace popular su tema Imposible, dedicado Angelina.

“Yo sé que es imposible que me quieras
Que tu amor para mí fue pasajero
Y que cambias tus besos por dinero
Envenenando así, mi corazón”

A finales de 1928 se casa con Angelina y el primer escalón de felicidad llega a su vida. Poco después, el tenor Juan Arvizu lo invita para hacer con él una gira artística. El recorrido comienza en la ciudad de Xalapa, donde Agustín se presenta al piano con una petición: que la publicidad lo anuncie como veracruzano. Arvizu popularizó Farolito, su siguiente éxito. “Sin llevarle más que una canción…” Amante de la noche y conocedor de los contratos efímeros con las prostitutas, Lara le pone corazón y cadencia a lo que puede ser indolencia y maltrato. Así escribe Aventurera, una canción polémica que se vuelve de culto: “Vende caro tu amor, aventurera. Da el precio del dolor, a tu pasado…”

Ser Agustín Lara

Lara, como hombre bohemio, enamorado, soñador, consagrado a la música y la sensibilidad extrema (después será acusado de cursi y él replicará que eso no es malo), es, por gusto, su propio personaje. La aparición de la XEW catapulta las canciones del autor cuando se crea el programa La hora íntima de Agustín Lara. Todo el país corea sus letras y la elección de sus intérpretes de cabecera no puede discutirse: Toña La Negra y Pedro Vargas. Corren los contratos, el dinero, las charlas, los despilfarros y nace un himno: Veracruz. El Larismo tiene un largo esplendor, al que ingresan muy pocos amigos, como Renato Leduc o el propio Pedro Vargas. En la cumbre, reconocido y agigantado, Lara pierde a su esposa. Se dice que siempre le siguió componiendo y cantando, pese a los romances de ocasión y sus distintos matrimonios. Angelina hizo el libro Agustín y yo (Edit. Gobierno de Veracruz, 1979), donde escribe: “Fui la única que renunció a ti porque realmente te amaba (…) La única que no se enamoró de Agustín Lara el gran músico, sino del joven pianista, obsesionado por escribir canciones de amor. Entonces me pertenecías a mí y no a tu público. Yo era tu dueña…” Al músico le sobran amargas depresiones; la primera grande es perder a Angelina. Esas caídas emocionales parecían impensables en el entorno de un hombre admirado y exitoso pero, como si cada tanto necesitara volver al piso del primer burdel, Agustín tocaba fondo, para después recomponerse, alegrarse y crear de nuevo.

Foto
Foto Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Si ser Lara parecía suficiente para dejar atrás los traumas del rompimiento familiar, los amores perdidos y las muchas cicatrices del alma, el músico poeta hace en 1945 lo que muchos consideraron entonces su máxima hazaña: se casa con María Félix. La actriz que dominaba con la ceja altiva y la voz impetuosa, que enamoraba con un movimiento y excitaba con un ademán, ella, la diva del cine mexicano, se convierte en su María. De su luna de miel nace María Bonita, una de sus canciones más populares. La insidia de la prensa habla de la bella y la bestia. Cuando a María le hablaban de la fealdad su marido, afirmaba: Nadie sabe lo que hace Agustín cuando cierra la puerta. Pero, como las historias que ocurren detrás del brillante escenario, Agustín reservaba las risas para el público, mientras en su camerino personal se convierte en un Otelo para su esposa. Su joven y clandestina amante Raquel Díaz de León, serena y callada, aborta para no ser abandonada con una criatura, segura que Agustín preferiría a la estrella del cine. Raquel dirá que, con el compositor, cualquier mujer estaba de paso. Lara, una vez más, se deprime. Deseaba tener un hijo y aquella pérdida lo marcó.

Al torero Silverio Pérez El Faraón de Texcoco, le compuso su propio tema: Silverio. Eso lo dejó en la inmortalidad más que sus lances frente a los toros. En broma, el matador decía que Lara le había dejado una marca muy difícil, ya que la letra dice: Silverio, Silverio Pérez, diamante del redondel, tormento de las mujeres; a ver, quién puede con él. Las damas acudían a los cosos taurinos esperando conocer al guapo Silverio. Bueno en la faena, Silverio no era galán, así que se esforzaba para cubrir en ruedo la expectativa que líricamente cerraba diciendo: Silverio, cuando toreas, no cambio por un trono, mi barrera de sol.

Lara hizo la música de Santa (Antonio Moreno, 1931), primera película sonora mexicana. El mismo Agustín actuaría en la versión teatral. En muchas películas aparece sólo cantando, como en Mi campeón (Chano Urueta, 1951), donde no hace otro rol más que ser él mismo, preferentemente, al piano, como en Coqueta (Fernando A. Rivero, 1949), Señora Tentación (José Díaz Morales, 1948), Perdida (Fernando A. Rivero, 1950) o Tropicana (Antonio Moreno, 1931). Permitiría también la realización de su filme biográfico La vida de Agustín Lara (Alejandro Galindo, 1958), con Germán Robles interpretándolo. Con los amigos Pedro Vargas y Luis Aguilar hizo las exitosas comedias Los chiflados del rock and roll (José Díaz Morales, 1956) y Los tres bohemios (Miguel Morayta, 1957). El escritor Paco Ignacio Taibo I hizo el recuento total en el libro La música de Agustín Lara en el cine (Edit. Filmoteca de la UNAM, 1984). Agustín Lara pasó también por la historieta con la serie Vida de Agustín Lara, que involucró a diferentes argumentistas y dibujantes (predominantemente Antonio Gutiérrez), lanzada con toda pompa en 1964. Alcanzó 135 números. La comparación de su vida con el correr histórico de la cronología historietística permite ver que hay mucho de invención y retocado. Pero al final, la vida de Lara tiene mucho de la sustancia escénica, con la luz filtrada, la escenografía frágil y la sonrisa que contiene sinsabores que no son compartibles al público.

El corazón viaja solo

Sin haber pisado nunca España, Agustín Lara compuso Granada en 1932. Juan Arvizu fue el primero en cantarla en un estudio de grabación, antes que lo hicieran estrellas como Pedro Vargas, Mario Lanza, Bing Crosby, Frank Sinatra, Javier Solís, Plácido Domingo o Luciano Pavarotti. Canción emblema, de difícil interpretación, se convertiría, como Veracruz, en el tema que identifica a una ciudad para siempre. Lara pisó Granada hasta 1954, sólo para comprobar que su imaginación fue capaz de capturar la esencia de un lugar pensado, como los amores, en la distancia colmada de brumas, como un ensueño permanente. Similar pasó con la canción Madrid, interpretada en los negocios y por los músicos callejeros de la capital española. Cuando el endeble cuerpo de Agustín pisó España para conocer los espacios de sus creaciones líricas, ya su corazón había estado ahí. Ese corazón que sigue cantando aunque se detuvo el 6 de noviembre de 1970. Como le escribió a Marlene Dietrich: “En tu leyenda hay sombra que se vuelve luz…”