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Relatos del ombligo

Los brujos de San Jerónimo y su hermandad con Lídice

D

icen que si se observa el cielo durante las noches de martes y viernes es posible ver bolas de fuego navegando en las alturas y confundirlas con estrellas fugaces. Se trata, cuentan los que dicen saber, de brujas y brujos que una vez que dejaron bajo del petate sus piernas, emprenden vuelo en las direcciones que sus designios les indican. Todavía hace no tantas décadas, los desvelados que miraban hacia el occidente de la Ciudad de México se espantaban al ver bajar en hilera de la Sierra de las Cruces a brujas y brujos que, como bolas de fuego, iluminaban el trayecto entre San Jerónimo y San Ángel.

Los brujos de San Jerónimo no realizaban mayor conjuro que colocar semillas de violetas, claveles y rosales en la tierra para cultivar flores que vendían en el mercado del antiguo pueblo de Tenanitla, hoy San Ángel, donde actualmente amantes y arrepentidos continúan comprando los significados que, sean cuales sean, regalan con un ramo. Los brujos bajaban desde las cañadas y lomas de la Magdalena Contreras cargando en sus espaldas los manojos de flores recién cortadas y durante buena parte de la madrugada caminaban para llegar con la salida del sol al mercado y lograr así que sus flores estuvieran lo más frescas posibles. Ya después de haber negociado con el marchante regresaban con atole en la panza y centavos en el bolsillo a dar gracias por la cosecha y sus ganancias en la parroquia de San Jerónimo, construida por franciscanos en el siglo XVI.

El pueblo de San Jerónimo tiene sus orígenes en el México prehispánico. En el lugar se han hallado vestigios de origen tolteca y se sabe que fue habitado por tepanecas que, durante el poderío mexica, fueron tributarios de Tenochtitlan hasta la llegada de los españoles. Con la evangelización, la zona quedó bajo la advocación de San Jerónimo, padre y doctor de la iglesia nacido en Estridón –hoy Croacia– en el año 374. De nombre Eusebio Hierónimo, tuvo la fortuna de nacer en una familia rica, lo que le permitió estudiar filosofía en Roma y viajar por Europa, África y Asia, atendiendo la enorme pasión que tenía por el conocimiento de distintas culturas, lo que lo convirtió en un ávido lector en varios idiomas, y parroquiano de tabernas y otros lugares de no sano, pero sí muy divertido, esparcimiento.

Durante uno de sus viajes, y dicen que dándole vuelo a la hilacha, él y varios de sus amigos enfermaron en Antioquía, cruce para transitar entre África, Asia y Europa e importante ciudad bizantina que contaba con más de medio millón de habitantes; era tan sofisticada que su clase acomodada contaba con agua corriente y calefacción central dentro de las viviendas; lo que no tenía era la higiene suficiente para que Jerónimo y sus cuates no cayeran víctimas de un malestar estomacal que, en el caso particular de quien después fue nombrado santo, lo llevó a sufrir visiones de tal magnitud que lo influyeron para abandonar los estudios civiles y, en su lugar, dedicarse a las cosas de Dios, a olvidarse de cualquier lectura que no tuviera que ver con la religión y a llevar una vida de penitencia después de haber conocido, en tres continentes, las bondades del hedonismo.

El pueblo de San Jerónimo en la Magdalena Contreras ha cambiado de nombre varias veces: se llamó Calyapulco o Acolco, que en náhuatl significa lugar donde tuerce el agua, debido, seguramente, a dos corrientes que todavía hasta el siglo pasado circulaban libremente por aquí a través de ríos y manantiales que hoy están entubados. San Jerónimo Aculco fue el nombre con el que se le conoció desde el virreinato hasta el 30 de agosto de 1942, fecha en la que la Magdalena Contreras, la Ciudad de México y el país nos hermanamos con Checoslovaquia –hoy República Checa–, añadiendo a San Jerónimo el nombre de Lídice, población que es símbolo de la injusticia.

Lídice fue arrasada por el régimen nazi durante la segunda guerra mundial como venganza de Adolfo Hitler por el asesinato, sucedido en Praga, de uno de sus colaboradores más cercanos: Reinhard Heydrich. Llegaron a oídos de Hitler rumores que sugerían que el pueblo de Lídice había amparado a los asesinos, por lo que durante la noche del 9 de junio de 1942 tropas nazis rodearon la localidad y, durante la madrugada y mañana del día siguiente, ejecutaron a 173 hombres, golpearon a los ancianos, separaron a las madres de sus hijos, los trasladaron a campos de concentración y quemaron el pueblo para después dinamitar los escombros.

En su próxima visita al pueblo de San Jerónimo no deje de ir a la Plaza Lídice, donde encontrará el mural del artista Ariosto Otero llamado Campos de luz y muerte. También dé una vuelta por la parroquia del siglo XVI, en la que encontrará un agradabilísimo paseo por sus jardines. Y, si llega en la noche, no olvide voltear en dirección a la montaña, en una de esas puede ver a alguno de los brujos, porque, aunque usted no crea en ellos, de que vuelan, vuelan.