Los valles del Yaqui y del Mayo, ubicados en la planicie costera del sur del estado de Sonora, se han convertido en una de las regiones agrícolas más generosas del país. Algodón, cártamo, trigo y hortalizas, entre otros monocultivos de exportación y para el mercado nacional, son producidos por las manos de jornaleros y jornaleras agrícolas en las tierras de los principales inversionistas agroindustriales del noroeste.
Se trata de una región que sin duda contribuye a la satisfacción de las necesidades alimentarias del país, sobre todo por la alta productividad que la caracteriza. Sin embargo, tiene una contraparte de la que poco se habla. En ella se desarrolla una agricultura altamente tecnificada, con semillas mejoradas y una gran cantidad de agrotóxicos: plaguicidas, fungicidas, fertilizantes y herbicidas. Muchos de ellos, son aplicados por avionetas que vuelan a baja altura sobre las tierras de cultivo de cientos y miles de hectáreas.
La mayoría de estos agrotóxicos afectan la salud del consumidor final de estos productos. Además, durante por lo menos cinco décadas, para el Estado mexicano no ha sido motivo de atención el destino de estos agrovenenos, una vez que se han aplicado sobre los cultivos. Sin embargo, las comunidades de pescadores ribereños asentadas a lo largo de la franja litoral de esta región agrícola, lo tienen muy claro, pues han sido testigos durante años de las aguas y sedimentos residuales que ciclo tras ciclo son arrastrados hacia bahías y esteros, a través de una intrincada red de canales y drenes.
La Bahía del Tóbari, en la que se asientan tres comunidades pesqueras pertenecientes al municipio de Benito Juárez: Paredón Colorado, Paredoncito y Aceitunitas, es uno de los cuerpos de agua costeros más impactados por los efectos residuales de la agroindustria. Algunos estudios recientes muestran los altos niveles de eutrofización y contaminación de la bahía, generados por la descarga de aguas residuales no tratadas de origen agrícola, pero también acuícola. Cuarenta y cinco drenes combinan en su cauce las aguas urbanas y pecuarias, además de los efluentes de las granjas camaronícolas que circundan a la bahía.
Esto ha generado una alta presencia de nutrientes, lo que ha provocado la disminución de oxígeno, mortandad de peces y la creación de zonas muertas. Se ha detectado que la bahía recibe una serie de descargas con un |alto contenido de contaminantes (nitritos, nitratos y fosfatos), provenientes de la zona agroindustrial circundante, los cuales superan al menos 540 veces los límites establecidos en los criterios ecológicos de calidad del agua, según estudios del Instituto Politécnico Nacional.
En años recientes, el equipo científico del Laboratorio de Ciencias Ambientales del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo A. C. (CIAD), a través de su sede en Guaymas, ha realizado estudios en la bahía para detectar diferentes tipos de contaminantes. Como parte sus resultados, ha encontrado la presencia de plaguicidas compuestos por organoclorados (artificiales) y endosulfan (insecticida altamente tóxico) en peces y aves que habitan en la Bahía del Tóbari. Se han encontrado afectaciones sobre todo en lisas y mojarras; también en aves, como el garzón gris, la espátula rosada y el pedrete corona clara. Es posible que estas aves estuvieran en contacto con alimento (peces o vegetación) expuesto a plaguicidas organofosforados. Estos químicos, que se usaron hace más de cuarenta años y que siguen estando presentes en el ecosistema, son bioacumulables, pues se transportan a través de la cadena trófica, pasando de bivalvos (almeja, mejillón, ostras, etc.) a peces y de ahí a las aves. En 2014 se encontró la presencia de estos insecticidas utilizados desde los años sesenta y ochenta en el cuerpo de agua de la bahía, los cuales tienen un mayor índice de toxicidad en el ecosistema y en la salud humana.
Como ya se señalaba, a las descargas provenientes de la agroindustria se han sumado las que se originan en las granjas camaronícolas, que vierten año con año una gran cantidad de aguas residuales de manera directa a la bahía, sin tratamiento alguno, con un alto contenido de calhidra y antibióticos. Los pescadores ribereños, indígenas mayo o yoreme en su mayoría, han identificado que, desde la instalación de las granjas acuícolas, hace veinte años, el manglar ha empezado a secarse. Esto causa mucha preocupación e indignación, pues estos árboles costeros son los “criaderos naturales” del camarón silvestre y de otras especies marinas que son aprovechadas por la pesca artesanal: “la extinción de manglares es por la suciedad de los parques acuícolas. Desde que estos estanques se instalaron, se acabaron los mangles…”.
Es por ello que los pescadores y sus familias identifican a la agroindustria y a la acuacultura como las causas fundamentales de la virtual extinción de la biodiversidad marina y del colapso de la producción pesquera. Las capturas ribereñas cada vez son menores y a mayor distancia, lo que disminuye los ingresos e incrementa el riesgo de las familias pescadoras. Frente a la imposibilidad de seguirse sosteniendo de la pesca, la gran mayoría ha optado por buscar alternativas de sobrevivencia contratándose como jornaleros agrícolas en la región, en condiciones sumamente precarias: horarios extenuantes, salarios muy bajos y sin seguridad social.
Desde el año 2010 hemos denunciado este proceso de devastación socioambiental en este y en otros medios de comunicación (https://www.jornada.com.mx/2010/08/21/bahia.html). Las comunidades pesqueras se han movilizado desde el 2002 para exigir justicia ambiental. Todo ha sido infructuoso. En las dos últimas décadas, diversas instituciones como SEMARNAT, Conagua, Conapesca y el Gobierno estatal, han implementado acciones millonarias para “rehabilitar ambientalmente a la Bahía del Tóbari”. Sin embargo, todos ellos han resultado ser una gran simulación que no tuvo mayor impacto más allá del mediático. Los pobladores siguen presenciando la acelerada disminución de la vida marina y la desaparición de su modo de vida heredado por sus ancestros, basado en la pesca ribereña y en el aprovechamiento tradicional de los recursos costeros. Sin embargo, identifican que los tiempos políticos son otros, por lo que tienen esperanza de que, así como a sus hermanos yaquis, de quienes los separan unos cuantos kilómetros, pronto empiece a llegar la justicia a su territorio, herido por la modernidad ecocida que se impuso durante cuatro décadas de neoliberalismo. •