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Nuevo menú de opciones en la Casa Blanca
P

or razones evidentes, nuestro menú de opciones ha cambiado: si usted creyó que Joseph Biden ganaría la elección marque 1 sí, 2 no. Si usted pensó que Donald Trump se negaría a reconocerlo marque 1 sí, 2 no. Si usted considera que habrá una transición pacífica marque 1 sí, 2 no.

Si atinó a todas las respuestas, usted es un optimista que debe apostar por que el mundo será mejor sin un maniático, mentiroso, tramposo y ególatra al frente de la nación más poderosa del orbe. Si atinó los dos primeros pero se muestra escéptico sobre el tercer punto, usted debe empezar a tomar calmantes desde ahora.

Lo insólito sucedió, aunque no debido a que Biden derrotó a Trump en las urnas, sino porque es la primera ocasión que en Estados Unidos un presidente en funciones se niega a reconocer que perdió la presidencia y amenaza con sumir en el caos al país los próximos dos meses. Para ello, no ha escatimado en prometer, no sólo usar todo tipo de medidas legales para demostrar que él ganó, sino abrir la puerta a la insurrección de los grupos más violentos para que tomen las calles en protesta por lo que él considera una elección fraudulenta.

La dignidad en el Partido Republicano se pierde en la bruma, debido a que sólo unos cuantos legisladores pertenecientes a esa fuerza política han admitido que es tiempo de cerrar el capítulo y dar paso a una transición pacífica.

Es muy pronto para hacer una reflexión seria sobre los resultados de la elección y la forma en que, nuevamente, los pronósticos (encuestas) fallaron en torno a los resultados electorales. Se irán decantando conforme se conozcan más puntualmente los detalles de los comicios. Aunque hay que evitar la especulación que otra vez puede llevar a conclusiones erróneas. Existen, sin embargo, hechos concretos sobre los que se puede hacer algún comentario.

En primer término, no se concretó la gran ola azul que pronosticaron quienes se adelantaron a la realidad en una actitud que contrastó incluso con la mesura de Biden, quien se abstuvo de hacer declaraciones triunfalistas previo, durante y aun después de las primeras horas de la elección. El dique que frustró la intensidad de esa ola azul fue, entre otras cosas, ignorar que la profunda división social, económica y política en la nación pudiera cristalizarse en las urnas.

Cada vez es más evidente que entre millones de estadunidenses hay una incapacidad para entender y admitir los cambios que en la mayoría de las sociedades han ocurrido a lo largo de los años. El magnate cabalgó en esa ignorancia para seducir y usar a millones de sus fanáticos que aún viven en el siglo XVIII, y a otros, los menos, que al igual que Trump la han aprovechado en beneficio propio en los cuatro años recientes.

Una de las paradojas de la elección fue el incremento sustancial en el número de votantes, a pesar de la intensa campaña que el presidente y su equipo hicieron para disuadir a los electores de sufragar. Además de los millones de jóvenes que acudieron a las urnas por primera ocasión, hay que tomar en consideración la algidez provocada por la represión a los negros y latinos, cuyo resultado fue el movimiento multitudinario Black Lives Matter, la amenaza de coartar los derechos que millones adquirieron mediante la reforma al régimen de salud, la fabulosa campaña de los millones que promovieron el voto y la astronómica recolección de fondos en favor de los demócratas.

Es innegable, también, que por el lado de los republicanos hubo más votantes.

Una de las razones fue que, en las tres semanas previas a la elección, el presidente realizó una desesperada campaña con apariciones públicas en las que se esmeró en mentir y distorsionar la realidad para energizar y deleitar a sus seguidores.

Si acaso se vale hacer un pronóstico: el voto por correo llegó para quedarse, lo que en el futuro debería incrementar el nivel cívico y la participación electoral en Estados Unidos.