Moscú. De acuerdo con 99.07 por ciento de votos escrutados, la política prooccidental Maia Sandu, postulada por el Partido de Acción y Solidaridad, ganó ayer la segunda vuelta de las elecciones presidenciales con ventaja de más de 10 puntos porcentuales sobre el actual presidente Igor Dodon y será la siguiente mandataria de Moldavia, el país ex soviético que tiene la triste fama de ser el más pobre de Europa.

Según el conteo, Sandu obtuvo 57 por ciento de sufragios, por 43 por ciento de Dodon. La participación oficial en el balotaje, dada a conocer por la Comisión Electoral Central, alcanzó 53 por ciento del padrón frente a 43 por ciento de la votación hace dos semanas.

El triunfo de Sandu va a alterar el equilibrio moldavo en sentido contrario a los intereses de Rusia, siempre y cuando Dodon reconozca su derrota y no se aferre al poder.

Sandu defiende otro proyecto de país y no comparte con Dodon las promesas que éste hizo al Kremlin en el sentido de que Moldavia iba a denunciar el acuerdo de asociación con la Unión Europea, revertir el acercamiento con la Organización del Tratado del Atlántico Norte y, por el contrario, solicitar el ingreso a la Unión Económica Euroasiática promovida por Moscú.

Nada de esto pudo hacer Dodon, limitadas las facultades presidenciales por el Parlamento en Moldavia. Al carecer de mayoría legislativa, nula resultó la influencia del mandatario en la política interna y poco pudo conseguir en materia de política exterior, suspendido en el cargo varias veces cuando la oposición tenía que aprobar alguna iniciativa bloqueada por Dodon.

El actual presidente, postulado por el prorruso Partido Socialista, rompió con el también prorruso y polémico empresario Renato Usati, el tercer aspirante más votado en la primera vuelta que primero exhortó a sus seguidores a no sufragar en el balotaje por su anterior aliado y, después, de plano les recomendó no acudir a la cita en las urnas

Moderación con Rusia

La decepción del medio rural, parte importante del electorado de Dodon, por las promesas incumplidas y el creciente deterioro del nivel de vida de sus habitantes, acabó de inclinar la balanza hacia Sandu, quien supo atraer a muchos indecisos con un lenguaje más moderado respecto del futuro de la relación con Rusia.

Curiosamente, en las presidenciales de 2016, Usati desempeñó un papel determinante para que se impusiera Dodon, también en una segunda vuelta, a Sandu.

En el verano de 2019, Dodon y Sandu, presionados por Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea –en una inusual coincidencia tripartita de intereses–, se aliaron para terminar con el régimen oligárquico de Vlad Plahotniuc, el hombre más rico de Moldavia que la convirtió en una lavandería de capitales foráneos de dudosa procedencia y, desde su modesto escaño en el Parlamento, llevaba cinco años saqueando el país y dominando toda la política moldava mediante sobornos a altos funcionarios gubernamentales, legisladores, jueces, policías y militares.

La alianza coyuntural de Dodon y Sandu destituyó al premier Pavel Filipp, subordinado de Plahotniuc, y obligó al multimillonario a huir a Turquía, pero el matrimonio por conveniencia –él presidente y ella primera ministra– duró hasta noviembre del año anterior, cuando el Parlamento cesó a la política prooccidental, que a partir de ese momento asumió el liderazgo de la oposición.

Ahora Sandu toma la revancha a Dodon, pero el Parlamento seguirá acotando las facultades presidenciales, situación que sólo puede cambiar de ganar sus seguidores las legislativas previstas para 2023.

Mientras, Sandu deberá manejar con pinzas su relación con Rusia, que apostó por la fallida relección de Dodon y desde hace años garantiza con sus tropas de pacificación que no vuelva a prender la mecha de la confrontación armada en el irresuelto conflicto territorial de la autoproclamada república de Transdniéster.