Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de noviembre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De humillaciones
L

a sociología política es un instrumento privilegiado de conocimiento del poder y la sociedad y qué bueno que los mandatarios la usen. Malo cuando abusan de ella, como pasa cuando pretenden convertirla en arma contra quienes consideran sus adversarios o, peor aún, enemigos. De esas escenas nuestro país no está exento: las embestidas presidenciales se han convertido en verdaderas lanzas contra conservadores, fifís, oligarcas y otras especies de la zoología fantástica de la 4T.

Hemos dedicado ya horas a tratar de pergeñar un nuevo Carreño ( pace querido Pepe) que oriente la conducta presidencial en política exterior, con resultados nulos cuando no contraproducentes para el más que necesario discurso mexicano ante el cambio del mundo y el inminente relevo en el poder imperial en Estados Unidos. Lo que hoy nos inunda no es otra cosa que pena, propia y ajena, ante el triste espectáculo del abuso y el mal uso de nuestras mejores tradiciones y destrezas para lidiar con el siempre agresivo y veleidoso coloso que nos tocó por vecino. Creo que nadie, nunca, hubiese imaginado que viviríamos tal bochorno que con las horas empeora a medida que le agregamos consideraciones mayores sobre la soberanía, los principios constitucionales, la independencia o el postulado de que México no es colonia, sino un Estado nacional independiente. Difícil suponer, por cierto, que algo de eso estuviera en juego cuando inició esta lamentable ronda con la negativa presidencial a felicitar al candidato del Partido Demócrata Joe Biden por su triunfo en la elección presidencial.

El enredo ha escalado y está ahora convertido en asunto de Estado, mayorías y minorías, lealtades y conspiraciones… y más vale que pase pronto, antes de que los valedores de la Cuarta acaben por inventarse un compló adicional, esta vez articulado por los demócratas gringos y su victorioso abanderado. No puede ser sino un despropósito proponer, por ejemplo, que insistir en que el presidente López Obrador salude a Joe Biden sea parte de las intrigas oligarcas para la elección del 21 y lo que sigue. Eso se llama delirio.

El Presidente abusa de su sociología política cuando señala, en versión de Alma Muñoz y Mariola Martínez en La Jornada, que “La organización Sí por México busca el retroceso y dice sí a la corrupción, a la pobreza, al racismo, al clasismo, a la humillación del pueblo, a que el gobierno esté al servicio de una minoría rapaz y no paguen impuestos ‘los de arriba’”. Y agrega que: cuando está cerca de ellos y del Frente Nacional AntiAmlo (Frena) hay que cuidar la cartera porque se roban todo ( La Jornada, 12/11/20 p.3).

Denostar al contrario daña al emisor. Al expresarse en esos términos, supuestamente irónicos, de unos mexicanos que se manifiestan y organizan en contra de sus políticas y gobierno, el jefe del Ejecutivo abusa de su investidura cuyo poder, como Presidente constitucional que es, no tiene parangón.

Si de verbos y semánticas se tratara tendríamos que decir que México, con su democracia y pluralismo más que probados en las alternancias habidas, considerando la llegada del mismo López Obrador al poder, está en grave peligro. Pero, si en vez de ello nos refugiamos en la experiencia de estos meses y años de estreno democrático todavía podemos consolarnos pensando que se trata de una curva de aprendizaje, ciertamente pronunciada al extremo por la contingencia internacional de crisis económica y sanitaria.

Sea cual sea la opinión que podamos tener al respecto, lo que sí debemos detener es el alevoso intercambio de humillaciones virtuales en las que el blanco es siempre el pueblo, el bueno, el malo y el feo. Para eso, siempre está disponible el maestro Sergio Leone.

Todavía podemos evitar tocar el lodoso y engañoso fondo de esta hecatombe. Pero no lo haremos con cargo a voluntarismos u ocurrencias, sino apuntando al núcleo duro de la tragedia que es la de una política vaciada de sentido. Una política que prescinda de la ética es, sencillamente, mala política, afirma la filósofa española Adela Cortina; ni siquiera inmoral: es mala. Para agregar: “la política tiene que perseguir el ‘bien común’, esa es la clave” (http://valenciaplaza.com/adela-cortina- una-politica-que-prescinde-de-la-etica-es -sencillamente-mala-politica).