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Manuel Azaña murió en México hace 80 años
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ay muchos textos dedicados a la vida de Manuel Azaña Díaz, el último presidente que fungió como tal de una República Española que sucumbió en los primeros días de 1939, ante el fascismo endémico en ese país.

Se los merece por haberse ganado el calificativo de paladín de la democracia aunque, como buen español, hablaba de la necesidad de bombardear Barcelona cada 50 años para que ésta nunca llegara a ser plenamente catalana…

Su repudio a catalanes y vascos lo remachó cuando, después de haberse comprometido a pasar la frontera con Francia junto con los presidentes de Cataluña y de Euskadi, para dejar establecido un principio de unidad, se adelantó a ellos sin aviso y se fue a recluir en una elegante finca a 300 metros de la frontera con Suiza. Ahí renunció a su encargo, vivió en paz durante unos meses y luego se mudó a una casa cerca de Burdeos, que se llamaba Edén.

No le duró el gusto. Primero se puso de manifiesto un problema cardiaco y luego, el 25 de junio de 1940, Hitler se paseaba por París.

Avalada por los nazis, la policía de Franco se lanzó a la cacería de republicanos. Un tal Pedro Urraca hacía cabeza. Azaña se escapó por poco de sus garras y logró refugiarse en un departamento en Montauban. Ahí pidió ayuda a la embajada de México que ya se hallaba en Vichy.

Luis I. Rodríguez le ofrece asilo, pero ante la imposibilidad de hacer el viaje, el embajador de México decide llevar una parte de la representación diplomática a Montauban: alquiló cinco habitaciones en el Hotel du Midi, que constituían una sección aparte, y las declaró extensión de la embajada de México. No es un detalle sin importancia decir que la nueva sede tenía también el derecho de usar la bandera que, por cierto, se instaló en el balconcito de la misma habitación de la que no saldría vivo Manuel Azaña. Murió el 4 de noviembre de 1940, hoy hace 80 años.

Pero antes de ingresar a la sede, el 15 de septiembre de 1940, el tal Urraca se les atravesó y pretendió, con la amenaza de que él y sus dos esbirros usarían sus pistolas si el embajador no cedía, llevarse al ex presidente.

Lo que no se esperaba es que el mexicano echaría mano de una escuadra que portaba adosada a su espina dorsal y el capitán Antonio Haro Oliva haría lo mismo con su arma reglamentaria del Ejército Mexicano. La retirada de los tres guaruras fue una muestra del valor de su hidalguía.

Como se apuntó, Azaña estuvo enel hotel hasta que falleció en las primeras horas de un día como hoy. Nuestro lábaro tricolor ondeaba en su balcón y la administración francesa hizo todo lo que pudo para evitar que hubiera un cortejo y el féretro fuera cubierto con la bandera de los republicanos.

A la primera prohibición, Rodríguez contestó al prefecto francés: veremos a cómo nos toca; a lo segundo, desplegando la bandera mexicana sobre el ataúd y diciéndole: para nosotros será un honor, para los españoles un motivo de esperanza y para los franceses de vergüenza.

Azaña fue sepultado y muchos españoles de hoy tienen conciencia del lugar y hasta arreglaron la tumba hace algunos años, pero lo que es un hecho sospechoso es que ninguno de los textos sobre Azaña diga claramente que murió en territorio legalmente mexicano, como lo hizo claramente por primera vez mi amigo Luis Dantón Rodríguez, hace ya más de 30 años y varios otros lo hemos secundado.

In memoriam Luis I. Rodríguez