Opinión
Ver día anteriorDomingo 1º de noviembre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La soledad del Ogro
J

air Bolsonaro, el aprendiz de genocida que destroza Brasil, se ríe todo el tiempo. Es una risa nerviosa, tensa, falsa, grosera como él.

Mi país se derrumba, los muertos por el coronavirus superan 160 mil y la cantidad de contagiados se acerca a 5 millones 600 mil. Pero él se mueve todo el tiempo en una precoz campaña para la relección en 2022.

El número de desempleados rompe todas las marcas de la historia, la tensión fiscal se dispara –en septiembre la deuda pública superó 90 por ciento del producto interno bruto–, la moneda local, el real, ha sufrido en lo que va del año una devaluación superior a 40 por ciento frente al dólar estadunidense. El gobierno se muestra cada vez más sin programa ni rumbo, la devastación del medioambiente se multiplica, todo se derrumba, y él sigue riéndose.

Uno de esos días, y al lado de su ministro de Economía, Paulo Guedes, un ex funcionario de Augusto Pinochet, el Ogro que ocupa el palacio presidencial aseguró que Brasil está tan fenomenal que grandes inversionistas extranjeros compran la moneda del país. Miente, sin miedo al ridículo.

Hay contradicciones de difícil comprensión. Bolsonaro mantiene una popularidad sorprendente –roza la marca de 38 por ciento–, aunque los sondeos muestran que los candidatos a alcalde respaldados por él en las dos principales ciudades brasileñas, San Paulo y Río de Janeiro, caminan a derrotas humillantes.

Analistas coinciden en que tal popularidad se debe casi ex-clusivamente al bono de emergencia distribuido a las familias de bajos ingresos. Ese auxilio terminará a fin de año, no hay recursos previstos para extenderlo, y si cesa, será altísimo el riesgo de que la popularidad de Bolsonaro se desplome.

Mientras niega que el país pase por un veloz proceso de destrucción, el Ogro ve aumentar de manera veloz su aislamiento en Sudamérica.

Todo empezó hace un año, con la victoria de Alberto Fernández, teniendo como vicepresidente a Cristina Kirchner, sobre Mauricio Macri, en Argentina. A partir de entonces, Bolsonaro, que había empeñado inútiles esfuerzos para apoyar la relección al derrotado, no pierde oportunidad para atacar al país vecino, según él la nueva Venezuela comunista.

La victoria de la derecha en Uruguay no cambió el escenario: Luis Lacalle Pou dejó claro, desde su campaña, que cualquier distancia de Bolsonaro sería poca.

En 2019, Brasil apoyó con énfasis el golpe de Estado contra Evo Morales, en Bolivia, alineándose de manera clara a una OEA manipuladora y, claro, a Donald Trump.

En las recientes elecciones, emisarios del gobierno brasileño trataron de unificar la oposición boliviana para impedir la victoria de Luis Arce. Nueva derrota, nuevos problemas a la vista.

Vino entonces lo de Chile. Admirador confeso de Augusto Pinochet, el Ogro vio cómo una mayoría aplastante de chilenos votaron por enterrar de una vez la Constitución heredada de la sangrienta dictadura aplaudida por él.

Ahora, hay un riesgo inmenso de aislar a Jair Bolsonaro aún más: la prevista victoria de Joe Biden en Estados Unidos. Los enfrentamientos parecen inevitables.

Brasil se transformó en un paria global. Su única órbita es el vasallaje vergonzoso de Bolsonaro frente a su ídolo, Donald Trump. Y ahora corre el altísimo riesgo de aislarse de una vez.