Lunes 26 de octubre de 2020, p. a11
Una sombra ansiada siempre destacó en la obra cinematográfica de mi amigo Paul Leduc. Opuesta a la nitidez de las imágenes de su aguda concepción, se entrometía la obsesa ironía de que todo desenlace tenía que ser congruente con el desconsuelo de la realidad.
Cineasta de la memoria convertida en vivencia directa, Paul Leduc fue el realizador independiente por excelencia. Junto con la carga de sus carencias como la de sus victorias, sus aciertos le fueron un fardo todavía más exigente, más riguroso para dar la espalda a las reglas de toda narrativa tradicional. Había que filmar sin palabras.
Durante su combate de más de 60 años por la libertad, no acumuló títulos de películas de éxito, sino al contrario, todos los calificativos con los que se le pueden endosar a un realizador terco pero atinado, intratable pero visionario, hermético y burlón, pero como toda su singular obra, convincente y nunca falsificadora.
La sombra del volcán la cubrío la neblina y la bien ganada reputación de Paul Leduc, lo colocó donde se inscriben los títulos de las obras señeras de nuestro cine hispanoamericano. Sin duda alguna, Reed, México insurgente y Frida, naturaleza viva quedarán como la evidencia de un talento histórico.