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Fratelli tutti, otro modo de interdependencia
L

a pandemia obligó al mundo entero a detenerse y repensar las formas de relacionarse como humanidad ante la evidencia de la magnitud de la crisis económica, política, social y ambiental que vivimos; crisis que ciertamente es anterior a la emergencia sanitaria, pero que ésta ha acabado por develar muy crudamente en sus profundas causas y gravísimas consecuencias.

Sin embargo, por lo visto hasta ahora, no parece que la conmoción que estamos experimentando vaya a provocar un cambio de paradigma en nuestra organización social; todo parece ser nada más que una pausa que estamos viviendo obsesionados con la higiene y cada vez más impacientes por conseguir una inmunidad que nos permita retomar el rumbo de nuestras vidas en el punto y en la misma dirección en que las dejamos cuando tuvimos que iniciar la, ya muy larga, cuarentena. Entre los grandes actores políticos y económicos no hay cuestionamientos de fondo sobre las condiciones estructurales que han permitido las pautas de propagación de la pandemia y las repercusiones socioeconómicas en un mundo globalizado y desigual como el actual.

Es en este panorama en el que el papa Francisco recién ha decidido publicar la tercera encíclica de su papado, titulada Fratelli tutti ( Hermanos todos). Un documento que apuesta por dar un giro radical a las relaciones humanas en todos los ámbitos, a la luz de las enseñanzas evangélicas y en pos de una sociedad más fraterna.

La Fratelli tutti nos remite a una clave conceptual sobre la cual es necesario impulsar el diálogo colectivo indispensable para poder establecer nuevos consensos respecto de una agenda social que permita mitigar y poner las condiciones esenciales para revertir a largo plazo los efectos devastadores sobre la dignidad de la vida de la mayoría de la población mundial y sobre la vida en general en el planeta. Ese concepto es el de la interdependencia, entendida como dato fundamental de la condición humana, y como un condicionante central del actual orden de cosas, que atraviesa y modula todas las dimensiones de nuestra vida.

El modelo hegemónico de interdependencia en el que vivimos y nos movemos se arraiga en la globalización capitalista, y es entendido y actuado bajo la forma de una competencia totalizante por la posesión de bienes, donde la acumulación es el centro de la ética económica antes que el compartir y el distribuir. Francisco parte de esta mirada crítica sobre el modelo de interdependencia vigente que se antoja ya insostenible, en el que –parafraseándolo– los sueños de sociedades democráticas, y en comunión mundial, visualizados como agenda desde la posguerra, se van rompiendo en pedazos ante la reaparición de fundamentalismos, nacionalismos y otros modelos identitarios cerrados y egoístas, que pasan de largo por las evidencias sobre la radical fragilidad y finitud humanas.

Frente a ello, hay por lo menos otro modo de concebir la interdependencia humana, que es al que me parece que apela el papa Francisco; un modo otro de comprenderla y abrazarla, que nos permitiría el diseño y proyección de opciones más pertinentes y sustentables de experimentar nuestra vida juntos en/con el planeta. Este otro modo, se ubica en consonancia con las voces que, durante los periodos de crisis que hemos experimentado en el mundo los pasados 20 años, han expresado la urgencia de instaurar un modo alternativo de interdependencia donde sea el cuidado y no el consumo el que dé sentido a nuestras relaciones. Una interdependencia que elija la solidaridad y la fraternidad como principales caminos para alcanzar la libertad y la equidad.

En tiempos oscuros, esta encíclica ofrece luz para poder guiarnos en pos de la construcción de los cambios necesarios en nuestra sociedad. La Fratelli tutti puede leerse como una natural continuación de la Laudato si; ahora, Francisco invita a poner la mirada no sólo en la naturaleza como espacio de explotación que ha sido y es víctima de un modelo inviable, sino en el otro humano: el extranjero, el pobre, el anciano, el discapacitado, como signos también de una sociedad global enajenada por el consumismo y el egoísmo neoliberales.

La pandemia no es, por supuesto, el origen de la encíclica papal; claramente tiene una genealogía que se remonta mucho tiempo atrás; no obstante, la actual emergencia sanitaria es una coyuntura que subraya la urgencia de avanzar en la agenda a la que el Papa nos invita. Una sustentada en la vigencia de los derechos humanos, que invita a dar acogida al migrante, al refugiado, al descartado; una agenda que nos llama al cuidado de nuestra casa común, y que nos mueve a actuar con compasión con el que sufre, al modo del buen samaritano.

El camino que señala Francisco supone el diálogo como herramienta básica para rencontrarnos en tiempos de división. Sólo así podremos construir una nueva cultura del encuentro y construir puentes en tiempos de muros; convertir enredos en tejidos, en redes fraternas, diversas, pero comunitarias. La encíclica reinterpreta y nos entrega, en momentos singularmente adversos, una vieja y sencilla verdad largamente ignorada o negada: somos hermanos y hermanas; nadie puede salvarse solo.