Al lado de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez y Francisco I. Madero, el general Lázaro Cárdenas del Río es una de las figuras históricas más inspiradoras para el gobierno de la Cuarta Transformación.
Los dos primeros iniciaron en el territorio de la Nueva España la construcción de México como un país independiente, entregaron su vida por esa causa y aunque no llegaron a verla culminada, dejaron un importantísimo legado político y moral que sigue siendo la base y el fundamento de nuestra soberanía. Además, a ellos debemos trascendentes actos de justicia como la abolición de la esclavitud, decretada por Hidalgo el 6 de diciembre de 1810 en Guadalajara, Jalisco, o los principios igualitarios plasmados por Morelos en los Sentimientos de la Nación, dados a conocer en Chilpancingo, Guerrero.
Benito Juárez García, a quien considero el mejor presidente en la historia de México, no sólo fue un férreo defensor de la Patria, sino también un hombre honesto y austero; venció al bando conservador, emancipó al poder público de la subordinación al clero, condujo al país en el triunfo contra la intervención francesa y el imperio y restauró la república; pero además no se dejó derrotar por los oropeles del poder y llevó, como presidente de la república, una vida sencilla y modesta.
El presidente Madero, llamado Apóstol de la Democracia, fue también un mártir de la libertad. Puede decirse que su breve gobierno de apenas 14 meses, surgido tras el derrumbe del Porfiriato y violentamente interrumpido por el cuartelazo de Victoriano Huerta, fue el único periodo verdaderamente democrático que se vivió en México en el siglo XX. Nadie tan demócrata como Madero.
La reacción golpista no logró mantenerse en el poder por mucho tiempo y el traidor Huerta fue derrotado por las facciones revolucionarias, lo que inició un ciclo de violencia fratricida que no habría de terminar sino hasta diez años después, con la llegada al poder de Plutarco Elías Calles y la fundación del Partido Nacional Revolucionario. Sin embargo, el ideal antirreeleccionista que había dado inicio a la Revolución Mexicana se vio traicionado por el Maximato, una simulación impuesta por Calles para reservarse los hilos del poder mediante el tutelaje de los presidentes formales.
La llegada del general Lázaro Cárdenas a la presidencia significó el fin del Maximato y el inicio de una etapa nueva caracterizada por trascendentes decisiones nacionalistas y de profundo contenido humanista.
La diferencia principal entre Cárdenas y los líderes revolucionarios que se repartieron el poder entre 1917 y 1934 reside en que el primero fue capaz de concebir un proyecto de país y de Estado con instituciones dedicadas a procurar el bienestar de la población; fue, pues, un estadista, con dimensión social. Su estrategia fue sencilla pero profunda: primero apoyó y se ganó la confianza del pueblo; luego lo organizó y con ese respaldo popular recuperó el petróleo y otros bienes de la nación que Porfirio Díaz había entregado a particulares, principalmente extranjeros.
Como gran estadista comprendió que la agricultura y la industria, bases fundamentales del desarrollo del país, debían sustentarse en la mejoría de las condiciones de vida de campesinos y obreros, y a ello dedicó buena parte de sus empeños como gobernante: impulsó la reforma agraria y la creación de ejidos sin violentar las formas comunitarias ancestrales, fomentó el surgimiento de centrales sindicales y la vigencia de los derechos laborales y emprendió la creación de infraestructura para el desarrollo independiente de México. Con una visión nacional ajena a los faccionalismos, reconoció el papel de los empresarios en la economía y suspendió la hostilidad oficial hacia la Iglesia católica.
Uno de los aspectos más entrañables que se recuerdan de la presidencia cardenista es la solidaridad que brindó a la República Española, agredida y a la postre destruida por el fascismo, y la generosidad con la que recibió al exilio español en nuestro país. Además de estos gestos de profunda humanidad, la política exterior del presidente Cárdenas tiene una faceta que denota su genio político: la habilidad para mantener buenas relaciones con Estados Unidos sin ceder un centímetro de soberanía nacional y sin transigir en la defensa de los intereses de México. En ese sentido, la nacionalización de los ferrocarriles (1937) y de la industria petrolera (1938) representan hazañas dobles: por lo que significaron de positivo para la independencia y el desarrollo económico del país y porque su realización produjo ciertamente inconformidades y roces diplomáticos, pero no conllevó conflictos internacionales de grandes dimensiones.
Por lo demás, el general Cárdenas fue un mandatario que escuchaba a la ciudadanía, que convivía con los humildes y los desposeídos y que no permitió que el cargo lo separara de la gente común. Ha sido, sin duda, el presidente que más amor y respeto le ha profesado al pueblo. El 20 de noviembre de 1939, un año antes de concluir su mandato, escribió en su Diario la siguiente nota: “He podido conocer el verdadero fondo moral de muchos servidores públicos al observar en sus semblantes el disgusto que les causa la demanda de auxilio o de justicia de las gentes pobres. Entonces pienso más en la tragedia interminable de nuestro propio pueblo”.
La obra de gobierno realizada por el general Cárdenas en seis años dejó una herencia tan sólida y vasta que la camarilla neoliberal y oligárquica no logró destruirla en las cuatro décadas en las que permaneció en el poder. Ahora, por voluntad del pueblo, desde el primero de diciembre de 2018, hemos emprendido la Cuarta Transformación de la vida pública de México. Es decir, estamos poniendo fin a un régimen profundamente corrompido, violento y antidemocrático que llevó al país a un nivel de devastación y descomposición sin precedente en su historia.
El divisionario de Jiquilpan fue el más importante consumador de la Revolución Mexicana, que fue la tercera gran transformación en la historia de México. Por eso, la Cuarta Transformación lo asume como una fuente de inspiración y como un ejemplo a seguir. Casi 90 años nos separan del inicio de la presidencia cardenista y en ese lapso el país y el mundo han experimentado enormes transformaciones, pero hay principios éticos y políticos del cardenismo que distan mucho de ser anacrónicos; por el contrario, resultan particularmente vigentes y necesarios para quienes estamos empeñados en llevar a cabo la construcción de un país que no excluya a nadie, con una economía que no deje a ninguno en la intemperie, una institucionalidad que no oprima y un Estado que tenga por fin último el bienestar de la población. Por eso, este 19 de octubre, cuando se cumple medio siglo de ausencia física del general Cárdenas, su memoria es una presencia viva, entrañable e irrenunciable en la nación que estamos construyendo•
Ciudad de México, 19 de octubre de 2020
Andrés Manuel López Obrador