La educación ha sido considerada patrimonio histórico cultural de nuestro país desde la época prehispánica. Y no ha dejado ser un campo de debate y, en ocasiones, agria disputa de grupos que aspiran al poder o luchan contra el régimen establecido. En periodos fundamentales de nuestra historia, como los que antecedieron al gobierno del General Lázaro Cárdenas, la educación vivió al menos tres momentos críticos: el que enfrentó a grupos religiosos contra la laicidad, del que hay huellas fundamentales en el debate sobre el Artículo 3º constitucional en 1916 y 1917 y después, durante la presidencia de Plutarco Elías Calles, en que se desató una guerra religiosa; el que se produjo en el periodo en que ocupó el Ministerio de Educación Narciso Bassols, quien propuso la coeducación y la educación sexual y enfrentó la violenta resistencia de la Unión Nacional de Padres de Familia; y el que encabezó desde su campaña el general Cárdenas, cuando se inició el programa de la educación socialista, y enfrentó a maestros y campesinos con grupos de latifundistas y fanáticos en todo el país.
Estos y otros momentos coinciden en la confrontación de intereses particulares e intereses públicos, pero ninguno como el de la educación socialista tuvo la osadía de vincular de manera decidida la lucha por la tierra con los alcances y objetivos de la educación pública. Vale la pena señalar, para empezar, que el debate por la educación socialista de fines de los años 20 polarizó posturas al interior del gobierno y el Partido Nacional Revolucionario, en que se confrontaron los partidarios del obrerismo –fuertemente influidos por la Revolución, aunque ajenos al Partido Comunista Mexicano, como Narciso Bassols y Vicente Lombardo Toledano–, y quienes durante muchos años, desde la Revolución y, particularmente a partir de la creación de la Secretaría de Educación Pública, se inclinaron por la educación para el servicio a las comunidades, y particularmente de los pueblos originarios. Una brillante expresión de esta última postura se produjo, durante el periodo en que José Manuel Puig Casauranc ocupó la Secretaría de Educación, a partir de la experiencia que condujo el subsecretario de Educación Moisés Sáenz, en la que se conoció como Estación Experimental de Incorporación del Indio en Carapan, Michoacán, en el centro de la Meseta Purépecha, y a la que se opuso con fuerza Narciso Bassols, en 1932 y 1933.
Esta iniciativa había tenido como antecedentes enriquecedoras experiencias educativas vinculadas con la lucha agraria, y desde luego con la Revolución, así como con la defensa de los indígenas, a cargo de diversas agrupaciones políticas y sus dirigentes: uno de los primeros fue el encabezado por el general sinaloense Salvador Alvarado, quien propuso en su tierra y en Yucatán, en noviembre de 1915, la que se conoció como República escolar, que se proponía la democratización de la educación básica. Felipe Carrillo Puerto, gobernador de Yucatán entre 1922 y 1924, introdujo en su programa de gobierno la educación en lengua maya y decretó la creación de la Universidad Nacional del Sureste para incorporar a estudiantes indígenas excluidos hasta entonces de la educación superior. Otras propuestas semejantes se fueron planteando a la par de la creación de partidos socialistas en muchos estados del país: destacan las encabezadas por los gobernadores Francisco J. Múgica, de Michoacán en 1920; Emilio Portes Gil, de Tamaulipas en 1920, y Adalberto Tejeda, de Veracruz, entre 1920 y 1924 y de 1928 a 1932. En sus largos andares en la política y en la lucha social, el general Cárdenas cultivó el conocimiento y la amistad de varios de ellos y, pese a que el general Tejeda fue candidato a la Presidencia en competencia con el General, éste no dudó en incorporarlo a tareas diplomáticas de su gobierno. Fue precisamente Manlio Fabio Altamirano, quien encabezó el debate por la educación socialista en el Congreso del Partido Nacional Revolucionario en que se aprobaron el Plan Sexenal de Gobierno y la candidatura a la Presidencia del general Cárdenas.
Ojalá pudiera alcanzarse hoy la profundidad y altura de argumentos y principios que mantuvieron en aquellos tiempos los debates sobre la educación. En particular, valdría la pena releer el modo en que expusieron sus propuestas las facciones obreristas –fundamentalmente ligadas al callismo, que en educación representó Narciso Bassols–, y las agraristas y socialistas –que encabezaron Luis I. Rodríguez y Manlio Fabio Altamirano–. El encono llegó a ser tan serio que el propio general Cárdenas intervino para zanjar en definitiva la polémica y dar un rumbo cierto y terminante a la campaña electoral: propuso que los dos asuntos que guiaran su campaña, y de los que dependería su propia decisión de ser candidato presidencial, serían precisamente la reforma agraria y la educación socialista. Y fue en esos términos que en el Congreso de diciembre de 1934 se aprobó por unanimidad que el General representara al partido del gobierno en la contienda presidencial.
La educación socialista se concibió como el instrumento fundamental que permitiría a los campesinos e indígenas de México conocer sus derechos, recuperar sus tierras y organizarse para alcanzar el mejoramiento definitivo de sus condiciones de vida. A diferencia de lo que han señalado muchos de sus críticos, el programa socialista de la educación no constituyó la antesala para la conquista del poder político por un grupo político de orientación socialista, y mucho menos, la subordinación a la Unión Soviética o a la Internacional Comunista. Extensas y hondas raíces habían sembrado en nuestro país los programas y propuestas de una educación basada en la participación y organización colectiva en beneficio de las comunidades, particularmente aquéllas más alejadas, aisladas y abandonadas, que eran las de los campesinos pobres y los pueblos originarios.
Más que muchos de sus contemporáneos, el general Cárdenas sabía que lo más valioso que tendría siempre nuestro país sería a su pueblo, y que debía estar en sus manos la defensa y la lucha por superar rezagos, dificultades y ataques de quienes habían usurpado su representación y les habían despojado de sus derechos a la tierra y al sustento de sus familias.
“Daré a los campesinos el máuser con el que hicieron la Revolución, para la que la defiendan, para que defiendan el ejido y la escuela…” fue la frase con que inició su campaña el general Cárdenas en el ejido de Tres Palos, Guerrero, en 1934. Y es justamente la vinculación entre la educación y la organización de los campesinos para la defensa de sus tierras lo que imprimió su sello característico a lo que conoció el país como la educación socialista.
Ignacio García Téllez, primer secretario de Educación del nuevo gobierno, convocó en enero de 1935 a los y las jóvenes egresados de las escuelas de formación docente a lanzarse a las comunidades rurales a luchar contra el conservadurismo y el monopolio de plazas de maestros en todo el país: asociados con el latifundismo y el fanatismo religioso, decenas de directores y supervisores, así como maestros “anquilosados”, asociados al callismo, los cacicazgos y la inercia burocrática se habían convertido en una poderosa palanca en contra del cambio social y, sobre todo, de la organización de obreros y campesinos para su liberación del yugo que les habían impuesto viejos y nuevos poderes. Los maestros cardenistas deberían encargarse de difundir en el pueblo los principios y propósitos de la educación socialista, que podía resumirse como aquélla orientada a poner en las mentes y las manos del pueblo trabajador sus derechos a la tierra, la educación y el trabajo. Los derechos conquistados por la lucha revolucionaria y consagrados por la Constitución sólo se alcanzarían a través de la organización y el fortalecimiento de la acción colectiva.
El solo anuncio de la distribución de las tierras había dado lugar al armamento de latifundistas para impedir cualquier movimiento que pretendiera afectar sus propiedades: largos años habían transcurrido ya desde la lucha revolucionaria y a los viejos hacendados se habían agregado nuevos ricos, propietarios y políticos que habían aprovechado puestos y privilegios para acaparar tierras abandonadas, pero también para evitar que se devolvieran a los pueblos las tierras de las que habían sido despojados durante la dictadura porfirista. Era urgente, por ello, que se constituyera una fuerza social capaz de derrotar a la reacción, así como de restituir y consolidar la capacidad revolucionaria de quienes habían luchado durante años por la justicia sin haber logrado sus propósitos. De esa tarea deberían encargarse los maestros: la educación sería el medio por el cual se liberaría esa energía necesaria para alcanzar cambios verdaderos, los que sólo podrían producirse con la organización de las comunidades para el ejercicio pleno de sus derechos y el mejoramiento de sus condiciones de vida.
La educación socialista, protegida por agrimensores que realizaron los nuevos deslindes de tierra en favor de pueblos despojados, y por el Ejército, que se constituyó en el brazo defensor de la restitución de las tierras, tendría en maestros y maestras un formidable apoyo para impulsar, desde las escuelas, los campos y las fábricas, el movimiento que haría posible remontar los obstáculos que habían impedido la realización de tan ansiada justicia. Alejados de burocracias políticas y sindicales, maestros y maestras en lucha realizaron con enorme esfuerzo y sacrificio la tarea que se les había encomendado y que dio cuenta, en decenas de miles de cartas, de agravios y procesos de transformación de enormes dimensiones. De estas cartas, que se conservan en los archivos de la Secretaría de Educación Pública y del Archivo General de la Nación y que debieran estar en los archivos públicos de todo el país, así como del recuento de la violencia que desataron los enemigos de la educación socialista y de la reforma agraria, con asaltos y ataques, secuestros y asesinatos de estos héroes y heroínas de la transformación del país, puede y debe hacerse hoy la base de un homenaje pendiente a los hombres y mujeres que pusieron su empeño, sus convicciones y su vida por la libertad de quienes vendríamos después.
La educación socialista fue el programa de mayor alcance y profundidad que haya tenido la educación en nuestro país hasta hoy. Dejó experiencias dolorosas, pero también una apertura invaluable a la solidaridad y al empoderamiento de obreros y campesinos constituidos como sujetos de sus propios derechos a lo largo y ancho del país. No obstante, su mayor legado fue incorporar a niños, niñas, jóvenes y adultos a la escuela y romper las fronteras elitistas que habían impedido durante siglos la realización de la aspiración a aprender, a conocer, a transformar a partir del propio conocimiento. En asambleas escolares y comunitarias, en millones de páginas de libros escolares, obras artísticas, relatos en cuentos, novelas y poesías, sones, corridos e himnos se guarda un testimonio todavía desconocido para los mexicanos de hoy, pero que serviría de aliento enorme para entender los afanes y los trabajos requeridos para lograr una verdadera transformación •