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Relatos del ombligo

La Santa Fe, lejos de la utopía

A

sí como en su momento las colonias Roma, Polanco, Lomas de Chapultepec y, posteriormente, el Pedregal de San Ángel se convirtieron en zonas exclusivas para los ricos –o para quienes con mucho trabajo y sacrificio decidieron aparentar serlo–, hoy, sin el encanto de las que acabo de mencionar, la zona de Santa Fe es considerada la meca del nuevo lujo en la Ciudad de México.

Ahí podemos encontrar oficinas de empresas trasnacionales, centros comerciales, y grandes residenciales que comparten, además de lattes de a 50 pesos y accesos a áreas comunes con ayudantía, ser vecinos de un desarrollo urbano altamente cuestionado que, al lado, tiene una de las zonas más marginadas de la ciudad, cuyo contraste no pasa desapercibido. Lejos está Santa Fe de ser la ciudad global que gobernantes e iniciativa privada prometen desde hace más de 20 años; aún más lejos está de ser el lugar utópico que, en el mismo sitio hace casi 500 años, fundó Vasco de Quiroga.

Quiroga Nació en Madrigal de las Altas Torres, España; la fecha no es clara y se supone, por registros históricos, que pudo haber sido entre 1470 y 1478. Se dice que fue descendiente de reyes godos y suevos, y más allá de su hidalguía o estudios –no está del todo claro si fueron en Salamanca o en Valladolid–, poco se conoce sobre su vida antes de que partiera a territorios españoles en América. Fue juez de residencia en la provincia de Orán –hoy territorio de Argelia– donde llevó a cabo la labor de resolver litigios haciendo cumplir las disposiciones de la corona española (así, en minúsculas, pues soy republicano). Posteriormente Carlos V le ofreció elegir entre ser inquisidor, gobernador de una provincia o tener un cargo de justicia en la Nueva España.

Tras meditarlo detenidamente, Vasco de Quiroga aceptó ser oidor de la Segunda Audiencia de la Nueva España justo durante una época de cambio en la que se desmoronaron los principios culturales del medioevo y se dio entrada a nuevas ideas, entre ellas la obra Utopía escrita por Tomás Moro, con la que el político y escritor inglés concibió la construcción de una sociedad ideal con temas que hoy son principios fundamentalmente humanistas: la existencia de un orden social justo y equitativo, y una dura crítica a la propiedad privada y a la tiranía de gobernantes. Utopía se convirtió para Vasco de Quiroga en un ideal a alcanzar.

Quiroga formó parte de un grupo de destacados personajes que emprendieron la tarea de remplazar a una Primer Audiencia, liderada por Nuño de Guzmán, que representaba un problema para la corona debido, principalmente, al terrible trato que se daba a la población indígena. Con Vasco de Quiroga, la Segunda Audiencia se convirtió en un órgano dedicado a velar por el buen trato a los indígenas, a evangelizarlos y a proteger los intereses del emperador.

En 1532, con recursos propios, Vasco de Quiroga compró en el poniente de la Ciudad de México, en una zona rica en manantiales llamada Acatxóchitl, tierras en las que fundó la República (aquí sí en mayúscula) Hospital de Santa Fe; no se trató de un hospital con el significado actual que se da al lugar en el que exclusivamente se atiende enfermos, sino una institución dedicada a dar refugio a los necesitados y a proveer de salud, cultura, protección y religión a sus habitantes. En este lugar, Vasco de Quiroga ubicó a jóvenes indígenas educados por frailes para que, a su vez, ellos compartieran la misma educación con quienes fueran llegando al hospital.

Quiroga inició en Santa Fe una labor dedicada al bienestar de los indígenas que continuó hasta Nuevo México con la fundación, a su paso, de pueblos utópicos en los que se recuperaron los valores propios de las personas dándoles la dignidad de la libertad y la autosuficiencia, por tanto el reconocimiento a su propia existencia. Tras la fundación de sus hospitales, Vasco de Quiroga fue ordenado clérigo y nombrado obispo de Michoacán. Murió en 1565 y fue enterrado en Pátzcuaro, lugar en el que, como a lo largo del país, casi 500 años después se sigue recordando con gran amor a Tata Vasco.

Lejos está Santa Fe de ser aquel lugar civilizador a la luz de la utopía. En el olvido durante siglos y convertido en el basurero más grande de América Latina durante la década de los 70, enfrenta hoy serios problemas, principalmente una desigualdad tan evidente que para observarla únicamente hay que cruzar el puente que lleva del sur al poniente de la ciudad –el de los poetas– y notar, de un lado, un desarrollo inmobiliario con grandes casas, jardines y hasta un campo de golf, y del otro cientos de viviendas cuyos ocupantes viven en situación de pobreza. Ante esto –no sé si le suceda– uno no puede dejar de preguntarse: ¿cómo tan pocos pueden estar tranquilos con tanto, habiendo tantos con tan poco? No se trata de que los que tienen mucho tengan menos, sino de que los que tienen menos dejen de vivir en extrema pobreza; una utopía, pues, pero no en el sentido de inalcanzable, sino de ideal.