Durante la guerra civil española mi abuela, que era obrera y vivía en la martirizada Barcelona de los bombardeos y el hambre, iba de vez en cuando a los campos cercanos a traer valiosas patatas, cebollas y tomates que le daba una familia de payeses a los que conocía. “Antes eran los más pobres, ahora la pasan mejor que nosotros”, decía mientras extendía su tesoro sobre la mesa de la cocina.
Tenaz sobreviviente de todas las desgracias, el campo resiste. El comportamiento de la agricultura y de las sociedades rurales durante esta pandemia está confirmando la idea de que en los campesinos tenemos una valiosa reserva civilizatoria; un modo resiliente de vivir que cobra particular relevancia cuando a resultas del virus el orden dominante se cimbra y tambalea. Todo indica que el campo se sobrepone a la adversidad mejor que otros sectores.
Aunque de momento es difícil generalizar pues estamos en medio de la tormenta, me parece útil consignar lo que por hoy son observaciones puntuales, pero quizá se transformen tendencias: regreso al campo y a la producción alimentaria, fortalecimiento de la defensa integral del modo de vida campesino.
Porque interactúo con un grupo de investigadores que trabajan en el agro y por fortuna no han perdido el contacto, he podido constatar de manera casuística que este año la gente sembró igual o más que en años anteriores.
Regreso al campo
La suspensión de actividades económicas no esenciales, como necesaria y pertinente medida de mitigación, no paró los trabajos campesinos. No solo porque sembrar y cosechar alimentos es esencial, sino también porque los procesos productivos agrícolas son estacionales y suspender o posponer una actividad es perder un año completo y arriesgar el deterioro del recurso productivo. Y finalmente porque los campesinos pequeños y medianos, como los cuentapropistas urbanos, viven de lo que obtienen de su esfuerzo cotidiano y detener o interrumpir la producción es quedarse sin ingresos. De modo que este año la gente que de por sí sembraba sembró, y algunos sembraron más que el año pasado.
En otros casos, familias campesinas que se sostenían total o parcialmente con ingresos provenientes de empleos asalariados desarrollados fuera de la unidad en actividades como la construcción o el turismo que por la pandemia se suspendieron o cancelaron, emplearon la capacidad de trabajo ahora disponible en recuperar o intensificar su producción agrícola de autoconsumo.
Algunos pequeños productores comerciales de bienes no directamente alimentarios como el café o el cacao, preocupados porque debido a la recesión es previsible que se reduzca el consumo y con él los precios, intensificaron el aprovechamiento de los otros productos de las huertas diversificadas y restablecieron o incrementaron su producción milpera de autoabasto. Esto último también para reducir el riesgo de contagio concurriendo lo menos posible a los mercados locales para proveerse de alimentos.
Individuos o familias de origen rural que vivían y trabajaban en ciudades y que perdieron su empleo o su fuente de ingresos, regresaron a sus pueblos y recrearon o fortalecieron la economía agrícola que habían abandonado.
Pequeños y medianos agricultores de riego que producen hortalizas para la venta y que durante la pandemia vieron incrementada la demanda de sus compradores –por ejemplo, de tiendas departamentales– intensificaron aun más las siembras y acortaron los ciclos para aprovechar la bonanza ocasionada por la pandemia.
Esto y el buen temporal, hacen pensar que paradójicamente el terrible año de la pandemia será un buen año agrícola. Tanto en lo tocante a la producción que sale al mercado y es medible como en la estadísticamente menos visible, pero muy importante que se autoconsume.
Como sucede en las guerras y en las crisis económicas, en la presente emergencia sanitaria al campo le está yendo menos mal que a otros sectores, sobre todo en lo tocante al impacto de sus secuelas socioeconómicas. Lo que nos remite a que en lo productivo, la agricultura acostumbra tener un comportamiento contra cíclico (los datos más recientes del INEGI indican que lo está teniendo) y a que en lo social, el mundo rural es más resiliente que el urbano.
Si estas observaciones puntuales se consolidaran como tendencia, estaríamos ante un proceso más o menos intenso y más o menos duradero de recampesinización. Regreso a prácticas ancestrales que no sería sorprendente pues por una parte, producir para comer es un recurso que aun los campesinos más comerciales no olvidan, y por otra es sabido que para la gente de origen rural el pueblo natal ha sido siempre retaguardia y red de protección frente a la desgracia, sea esta familiar, nacional o como ahora, global.
Otras señales del mismo revival de lo rústico, se encuentran en la reactivación de la agricultura urbana en grandes ciudades como Guadalajara y el comportamiento de las remesas que envían los mexicanos residentes en Estados Unidos; transferencias que contra todas las previsiones, este año crecieron notablemente. Y es claro para mí que enviar dinero a las familias del país de origen, muchas de ellas rurales, es un reflejo cultural netamente campesino, aunque las manden quienes en el país de adopción viven en ciudades y trabajan en la industria o los servicios.
Defensa integral del modo de vida campesino
Otra respuesta a la pandemia casuísticamente observable y que quizá pueda volverse tendencia, es que organizaciones que hasta hace poco centraban sus movilizaciones en torno a objetivos muy específicos como la defensa de sus territorios amenazados por minas, presas, carreteras, desarrollos turísticos…, ahora están ampliando el espectro de la lucha a otras dimensiones de su problemática; cuestiones también estratégicas pero que hasta hace unos meses eran menos visibles o menos movilizadoras como la salud y la producción de alimentos, de las que igualmente depende la vida y que hoy se vuelven claramente prioritarios.
Decía un dirigente de una organización de la Sierra Nororiental de Puebla: “Ayer nos movilizábamos principalmente en defensa de los territorios del entorno, hoy luchamos también por la salud del cuerpo como nuestro primer territorio”. Y es que en la sierra poblana las grandes asambleas regionales que en número de treinta y dos habían sido el eje de la lucha contra mineras e hidroeléctricas, están por el momento suspendidas por razones sanitarias; además de que la presión de las corporaciones –que no va a desaparecer– ha disminuido un poco porque la recesión y la baja de los precios de los minerales no anuncia buenos tiempos para la minería.
Más que un cambio de tema movilizador lo que estamos viendo es el reconocimiento, favorecido por la pandemia, de la multidimensionalidad e integralidad de la lucha por preservar el modo de vida campesino. Lucha que no se agota en los combates monotemáticos contra tal o cual “megaproyecto” y por conservar el control sobre los territorios, sino que incluye también la preservación o creación de las condiciones que hacen posible la reproducción de las comunidades en dichos territorios: la salud, la alimentación, la cultura, la seguridad, la economía…
Dicho de otra manera, en algunos casos la pandemia está haciendo evidente que defender el territorio tiene poco sentido si no se trabaja también por hacerlo habitable y apropiárselo productivamente. De modo que, aunque en cada momento tenga prioridades, la lucha campesina ha de ser multilateral e integradora…, como lo es la propia vida.
La preservación e incremento de la producción alimentaria y de autoabasto, el ocasional regreso al campo, y el creciente reconocimiento de que la defensa del modo de vida campesino ha de ser integral, son estrategias de resistencia frente a la adversidad en las que se sustenta la proverbial capacidad de las comunidades rurales para sobreponerse a las contingencias.
Resiliencia probada, que la crisis sanitaria y los severos retrocesos socioeconómicos provocados por la pandemia ponen en primer plano. Hoy más que nunca es evidente que el futuro depende de nuestra capacidad de recuperarnos de los golpes y levantarnos de la lona. Y los campesinos, los eternos sobrevivientes, son expertos en enconcharse y seguir de pie por desigual que sea la pelea. •