as elecciones del 3 de noviembre en Estados Unidos se dan en un clima de odio y división del país y no debe descartarse violencia de los partidarios armados de Trump en caso de que éste pierda. Existen 165 milicias y acaba de ser arrestado por la FBI un grupo que planeaba secuestrar y derrocar a la gobernadora demócrata de Michigan, Gretchen Whitmer. El magnate inmobiliario ha estimulado, un día sí y otro también, el odio hacia los negros, las minorías, los extranjeros y particularmente los latinos; no se digan las constantes calumnias e injurias contra los mexicanos. Existe la duda de si aceptaría una eventual victoria de su rival, Joseph Biden, o gritará que ha habido fraude y escalará un conflicto poselectoral que ahora podría, como en 2002, terminar decidiéndose en la Corte Suprema, ya con la nueva juez conservadora Amy Coney Barrett adentro. Cabe recordar que entonces el máximo tribunal concedió la victoria a George W. Bush al ordenar el cese del conteo de votos en Florida, no obstante que su rival Al Gore lo superaba por más de medio millón de sufragios. Y es que el propio Trump ante preguntas expresas de medios se ha negado a admitir que aceptaría la derrota. En varias ocasiones ha dicho que una victoria demócrata sólo puede obedecer a una elección amañada
( rigged). De la misma manera, lleva meses asociando, contra toda evidencia, el voto por correo al fraude electoral. En estos comicios el voto por correo se duplicará, pues muchos de quienes lo ejercen son demócratas, que evitan contagiarse de Covid-19. El fanatismo, el culto a la ignorancia y el desprecio por la ciencia y la vida fomentados por Trump han llegado a tal extremo que muchos de sus partidarios asisten masivamente a los mítines del multimillonario sin observar la distancia social ni usar cubrebocas. No debe olvidarse que, en relación a su población, Estados Unidos supera a casi todos los países por el número de infectados y fallecidos a consecuencia del nuevo coronavirus. El país con una de las dos mayores economías del planeta y con un extraordinario desarrollo científico en general, y de las ciencias médicas en particular, ha hecho una gestión muy deficiente de la pandemia, comparada, por ejemplo, con la de Cuba y Venezuela, a los cuales bloquea inmisericordemente aplicándoles una cruel y redoblada asfixia económica, incluso en medio de la contingencia. Queda claro, a diferencia de Washington, La Habana y Caracas dan más importancia a la vida que a ninguna otra consideración y no cobran un centavo por su atención a ningún paciente.
Aunque muchos estadunidenses critican duramente el manejo del Covid por la Casa Blanca, no es el caso del electorado de Trump, en el que muchos son negacionistas del coronavirus. Numerosas encuestas dan ventaja a Biden sobre Trump y el promedio de Real Clear Politics ( RCP) arroja una ventaja, en general, de 9.2 para el demócrata y de 4.9 en los decisivos estados pendulares. Pero no pocos analistas insisten en que datos parecidos hicieron creer a muchos en la inevitable victoria de Hillary Clinton en 2016, incluso dentro del equipo de Trump. Varios apuntan, con sobrada razón, que en el peculiar sistema electoral estadunidense no es el voto popular lo que decide sino el del Colegio Electoral. Clinton sacó casi 3 millones de votos populares más que Trump, pero perdió en ese órgano. Es interesante que según RCP Trump se está desempeñando ligeramente mejor respecto del Colegio Electoral que en esta misma fecha de 2016. Esto podría significar que consiguiera repetir lo que logró entonces: alcanzar la victoria en los estados pendulares y de esa forma reunir más votos que su oponente demócrata en la elección indirecta del Colegio Electoral. Y en estos datos no se considera la eventual sorpresa de octubre
u otro hecho que pueda modificar a favor del presidente el ánimo de un electorado caracterizado por su volubilidad.
Muchas personalidades liberales, progresistas y de izquierda coinciden en que la relección de Trump sería desastrosa para Estados Unidos y para la humanidad. Noam Chomsky ha expresado que votar por Trump es peor que haberlo hecho por Hitler en los 30. Chomsky argumenta que sufragar por el magnate es dar luz verde a una aceleración del cambio climático con las consecuencias trágicas que ya tiene para la vida y que significaría el fin de la democracia. A ello habría que añadir la continuidad del total desprecio al derecho internacional por Washington. En nuestra región implicaría el reforzamiento del bloqueo a Cuba y Venezuela, el total apoyo a los impresentables gobiernos neoliberales que sufrimos y la continuidad del uso de la fuerza para derrocar a los líderes progresistas o impedir que lleguen al gobierno. Biden se ha corrido bastante a la derecha y dejado clara su distancia del sector progresista de los demócratas, ha dicho que seguiría una nueva política
hacia Cuba y ha sido menos claro sobre sus planes con Venezuela, pero en ambos casos ha continuado con la cínica cantaleta de la democracia. En otra entrega realizaré una comparación de lo que podría ser la política exterior de ambos candidatos.
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