in humanismo fraterno, democracia y empatía con las generaciones de hoy y del mañana, como parte vital de la noción del mundo que nos rodea (Weltanschauung, dirían de Kant, Marx y Freud a Marcuse y Fromm), la 4T no sería transformativa. Entre otras metas y asuntos de trascendencia mayor, es necesario tomar nota que los efectos de la pandemia de Covid-19 ocurren al paso de la urgente regulación y freno a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), dióxido de carbono (CO₂) y metano (CH4), entre otros, que siguen calentando al planeta. Hacerlo, bajo consulta científica, como se hace con el Covid-19, es vital. En verdad es necesario proceder en lo climático vía acciones basadas en el interés público nacional, los compromisos formalizados y en la ciencia pertinente en su mejor nivel.
Tanto en la pandemia como con el colapso climático capitalogénico (CCC) en curso, la expresión externa de la 4T abraza los valores de nuestra diplomacia de hoy, pero requiere más operaciones concretas, entre otros rubros, el de la electromovilidad del tipo puesto en marcha por el gobierno de la CDMX. (Ver Víctor Alvarado con Vaney Macías, “Corredores de Transporte Público. Una acción para reducir el CO₂, México 2018). Siendo planetario el CCC tenemos ante nosotros la alternativa entre un internacionalismo asentado en el derecho internacional, la igualdad jurídica de los Estados o, como advierte Noam Chomsky ante el negacionismo climático de Trump en la presidencia imperial
(revistamemoria.com), una crisis mayor de la civilización, de acentuada extinción de especies, la nuestra incluida.
El negacionismo climático y del Covid-19 (it’s a hoax), que para Trump es una farsa, acarrea eternas tragedias: más de 210 mil decesos por Covid, 20 por ciento mundial con sólo 4 por ciento de la población del planeta. Trump incluye más gasto militar nuclear, operativos de tercera guerra mundial (ver Daniel Ellsberg The Doomsday Machine: confesiones de un planificador de guerra nuclear (2018), y desregulaciones tecnológicas, ambientales de GEI y otros gases tóxicos de la industria, dañinos a humanos y animales. El retiro de Estados Unidos del Acuerdo de París de 2015 y las lamentables y provocativas operaciones del unilateralismo agresivo militar/nuclear heredado de sus antecesores, deben revertirse: son indicios ominosos de lo que está en juego en los comicios presidenciales.
En estas materias, el equipo de estudiantes de Ciencias Políticas de la UNAM, que me ayuda desde el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias (CEIICH), me envió una valiosa compilación de múltiples organizaciones del más alto nivel científico, con los datos y análisis más recientes sobre el deterioro climático en curso. Es un trabajo con apoyo de la ONU y coordinado y encabezado por la Organización Mundial de Meteorología (WMO, por sus siglas en inglés) es el informe United Science 2020. Ahí se ofrecen datos que permiten percibir el orden de magnitud de la actual emergencia climática. En el texto, los secretarios generales de ONU y la WMO, António Guterres y Petteri Taalas, califican al 2020 como un año en que el Covid-19 y el colapso climático irrumpieron con fuerza sobre la humanidad y la biosfera: calor récord, derretimiento de polos y glaciares, incendios forestales, inundaciones, sequías cada año más intensas y frecuentes; mientras nada hay sobre el retraso a la regulación de los GEI.
Taalas indica que los volúmenes de las emisiones registradas representan ya los mayores niveles en 3 millones de años y continúan aumentando, llegando este año 2020 a nuevos niveles récord
. El periodo de los cinco años entre 2016 y 2020, dice Taalas “se perfila como el quinquenio más caliente… el cambio climático ha continuado sin descanso”.
Los GEI del capital fósil presentes desde la revolución industrial son más intensos. La noción capitalogénica del CCC es más puntual desde toda perspectiva que la menos precisa y difusa antropogénica.
Todavía no vivimos en un mundo equitativo. El deterioro climático es asunto de clase. Un estudio de Oxfam y el Instituto Medioambiental de Estocolmo muestra que entre 1990 y 2015 el uno por ciento de la población mundial más rica produce más del doble del dióxido de carbono que el 50 por ciento de la población más pobre. En ese periodo de 25 años las emisiones de CO₂ aumentaron 60 por ciento, pero el aumento de las emisiones de los más ricos fue tres veces mayor que el aumento del 50 por ciento más pobre, según informó Fiona Harvey de The Guardian (Londres 21/9/20). Tim Gore, jefe de investigación y promoción de Oxfam, en entrevista sobre ese estudio, mencionó la adicción de los más ricos al transporte de alto consumo (de combustibles fósiles) advirtiendo que el presupuesto
de esos combustibles disponible se despilfarró para satisfacer el consumo de los ya ricos.” Añadió que sólo hay una cantidad finita que puede agregarse a la atmósfera si quieren evitar los impactos de la crisis climática. Debemos asegurarnos del mejor uso de esos recursos
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