Opinión
Ver día anteriorMiércoles 7 de octubre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Violencia ¿redentora?
S

on células muy organizadas para arrasar todo. Los grupos que se hacen llamar, o son llamados por los medios, anarquistas, no son espontáneos, sino que disciplinadamente atacan a personas, bienes públicos y privados que consideran son parte del sistema que buscan abolir.

Un reducido grupo de mujeres aprovechó la marcha del 29 de septiembre por la despenalización del aborto en todo el país para dañar mobiliario urbano y al contingente policial femenino que resguardaba edificios y monumentos históricos. La jefa del Gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, explicó que en esta movilización venía un grupo de mujeres muy violentas, con bombas molotov, martillos, pistolas con gasolina, cohetones y espray con gas. Ante el resultado del uso de los instrumentos citados, invitó a evaluar el asunto: Hagamos una reflexión las feministas, todas: ¿a quién ayuda esta violencia, este uso de objetos peligrosos? ¿Es justificable que una policía sea golpeada en el piso o que sea martillada en la cabeza? (https://bit.ly/3nlzhxM).

En el ejercicio reflexivo hay que preguntarse ¿por qué actúan así, qué las mueve a devastar con mazos e intentos de incendios todo lo que encuentran a su paso? ¿Cuáles son las utopías que las motivan, qué nuevo orden social vislumbran? No contribuye seriamente al análisis pretender explicar sus acciones como resultado de manipulaciones de actores políticos que las financian y usan para desestabilizar al gobierno federal. Quienes aprovechan cada movilización para arremeter violentamente tienen la convicción que es mediante acciones directas y contundentes como debe enfrentarse a la violencia sistémica. No son infiltrados, ni responden por gratificaciones pecuniarias, más bien forman colectivos cuya lógica es hacer añicos el objeto de su ira.

Es claro que el sistema patriarcal y machista dominante en el país debe ser transformado por uno en el cual las mujeres no vivan cotidianamente la vulneración de sus derechos. El hartazgo contra la violencia simbólica y física que padecen las mujeres en el país fue demostrado con gran fuerza el pasado 8 de marzo, dos semanas antes de que diera inicio el confinamiento por la pandemia. En la Ciudad de México la movilización abarrotó el Zócalo, y miles no pudieron llegar al mismo porque ya no había espacio para más manifestantes. Pero no nada más en la capital nacional resonaron voces y pasos, los sonidos de la furia y el silencio retumbaron por todo el país. Las movilizaciones de las mujeres demostraron tanto el hartazgo contra la violencia que las oprime como su decisión de transformar drásticamente la estructura social y cultural que sistemáticamente las pone en peligro.

Las reivindicaciones exigidas por las mujeres a unos días de concluir el invierno, y que anunciaron primavera, eran, y son, de distinto tipo. Un sector se identificaba feminista de larga data, o herederas de luchas por derechos que les han sido negados y buscan hacerlos vigentes en las leyes e instancias judiciales. Otra parte era la formada por las más jóvenes que todos los días experimentan las desventajas sistémicas que les dificulta el desarrollo personal. Unas más, miles, perdieron terriblemente a una hija o pariente y se han topado con el páramo que acalla sus desesperados gritos. Pero todas tenían un denominador común: la violencia que las acecha y se cierne sobre ellas en cualquier lugar, a toda hora y la impunidad de los agresores. Impunidad que multiplica la repetición de los ataques.

Ante la vastedad de las manifestaciones, particularmente la desarrollada en la Ciudad de México, los pequeños núcleos violentos fueron contenidos exitosamente por las mujeres que marcharon a rostro descubierto y se deslindaron de quienes se obstinaban en sacar raja para su particular forma de concebir las luchas sociales. Los miles que colmaron las calles citadinas no compartieron, ni comparten, la noción de violencia redentora a que les llamaban las embozadas. Igualmente los recientes acontecimientos protagonizados por las células pretendidamente anarquistas (¿en realidad lo son?) han sido rechazados por quienes levantan reclamos de justicia, pero lo hacen abiertamente y sin ocultar el rostro.

El problema de la violencia redentora es que tiene continuidad como medio de lucha y forma de ejercer el poder. Si no en todos los casos, sí la mayoría de las veces. La violencia libertaria continuamente desemboca en nueva violencia sistémica y resistencia a dirimir las diferencias democráticamente. Se ha visto cómo tratan algunas integrantes de células pertrechadas con mazos y bombas molotov a quienes les manifiestan su desacuerdo, ya sea en la ocupación de instalaciones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos o al reclamarles que atenten contra el patrimonio histórico: les lanzan improperios racistas y clasistas. Así se aíslan, aunque su efectividad destructora tiene en jaque a la mujer que gobierna nuestra ciudad.