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Nosotros ya no somos los mismos

Nueve meses de la pandemia // Las causas detrás de la virulencia // Científicos, a escena

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▲ En la Ciudad de México permanece activa la campaña con kioskos de pruebas de detección de Covid-19 a donde pueden acudir quienes tengan síntomas.Foto Pablo Ramos
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l 31 de diciembre de 2019 o, para ser más precisos, el primero de enero de este estremecedor 2020 fue cuando la Organización Mundial de la Salud emitió de manera oficial y urbi et orbi (diría el Papa don Francisco) una importantísima ESPI, es decir una declaratoria de emergencia de salud pública internacional.

En Wuhan, provincia de Hubei, se había detectado la existencia de un nuevo virus de origen no precisado que atacaba a los humanos y que producía tan severas afectaciones a su sistema respiratorio que indefectiblemente, hasta ese momento, les provocaba la muerte. Para el 13 de enero, con verdadero azoro se dio a conocer el primer brote de esta enfermedad afuera no sólo de la provincia de Hubei, sino del inmenso territorio chino. Una pandemia tocaba a nuestra puerta.

Han transcurrido nueve meses y la situación imperante no nos favorece a los 7 mil 700 millones de terrícolas que constituimos en el 2020 la población mundial.

La guerra defensiva que estamos librando no tuvo una declaración específica, pero no debemos asombrarnos, nosotros, como especie, tenemos siglos provocándola en todas partes y de todas las formas. El actual enemigo no surgió por generación espontánea. Ha sido nuestra civilización quien de manera estúpida y permanente ha ultrajado, desde tiempos inmemorables, a la madre común y generosa que no ha permitido crecer, reproducirnos y permanecer vivos, merced a su amparo, mientras ejercíamos generación tras generación la vocación depredadora con la biósfera y ecosistemas.

Resulta inconcebible lo que estamos padeciendo en estos nueve meses de ardua batalla por nuestra supervivencia, el score o marcador en nada nos favorece. Primero, fuimos tomados por sorpresa, pese a que las voces más científicamente autorizadas nos advertían que las cosas que estaban aconteciendo en el planeta eran campanadas de alarma, urgentes avisos para corregir comportamientos criminales y suicidas.

Nos negamos a entender que todos los fenómenos llamados naturales, es decir explicables, inevitables, han dejado de serlo: son reacciones provocadas por nuestro afán destructivo e irracional hacia una naturaleza que nos empeñamos en degradar, pero que hasta hoy ha sido inmensamente generosa porque, estúpidamente, hemos considerado invariablemente a nuestro servicio y utilidad. O qué, entonces, ¿las trombas, los tornados, los tsunamis, los diluvios, las inundaciones, los huracanes, los incendios cada día más amplios en praderas resecas, nada tienen que ver el derretimiento de los glaciares (El Ecuador ha perdido en las décadas recientes 54 por ciento de sus glaciares y el Thwaites, glaciar del tamaño de Florida, perdió 14 mil millones de toneladas de hielo en sólo tres años), con el cambio climático, el calentamiento global, la explotación desmedida de la entraña terrestre por medio del uso de criminal fracking? ¿Podemos seriamente suponer que lo que ahora nos acontece nada tiene que ver con nuestro diario comportamiento durante muchísimos años?

Hoy quería terminar mi conversa de una manera no tan dramática, sino haciendo referencia a un ángulo del grave problema que la pandemia nos representa, y que no he visto abordado en ningún otro lado: el aspecto emocional, erótico y sexual de este conflicto. Sin embargo, consideré que valía la pena comentarles estos datos: hasta el momento, especialistas, investigadores no se ponen de acuerdo en una cuestión vital para el desarrollo de los proyectos que se están llevando a cabo en los principales laboratorios e institutos del mundo. La cuestión es elemental y compleja, de su resolución depende el análisis científico acertado: ¿El Covid-19 es un ser vivo o tan sólo un ADN, un ente?

Miguel Pita, doctor en Biología molecular por la Universidad de Madrid sostiene: los virus no son seres vivos. La doctora Del Val, de la Universidad Nacional, sostiene una tesis contraria. Conozcamos ambos puntos de vista la próxima semana.

Y lo del erotismo, recuérdenmelo, por favor.

@ortiztejeda