upernaranja Donald Trump de un golpe al cuello derribó a su oponente Joe Biden, delicado y suave, al grito de: ¡A mayores ganancias, menores impuestos!
, y se perfiló a ser el presidente del planeta Tierra (si es que queda algo del mismo).
SuperDonald, creador de mitos, emanación del Sol y la Tierra. El caballero naranja comiéndose al Sol. Abre paso a que la Tierra reine en jeroglíficos intraducibles. Luz transformada en resplandores endiablados en choque frontal con los desheredados. Afirmación de imperativos categóricos y prohibiciones enmarcadas en el abracadabra derivada del pánico y el horror de estar a merced de fuerzas irracionales transferidas a la naturaleza en inestabilidades subterráneas que amenazan con aniquilarnos (cambio climático, guerra nuclear, hambruna).
A pesar de que ya no existe el temor de que no salga el Sol y se torne jeroglífico, como si no se le viese más y todo se convirtiera en un fluir que es un no pensar, un no saber, un no sentir, un sueño eterno, contra el que se establece una oposición. Sólo sabiduría prehispánica para rehuirlo, quebrarlo, con los espíritus, los demonios, los duendes que, ante hermosos fenómenos, como la cercanía de la Luna con la Tierra este verano, a pesar de la modernidad económica, aparecen en toda su intensidad y con ellas nuestro pasado magnífico y esplendoroso. La necesidad de la magia que defina la aparición del Sol y busque a la amada Tierra y el compás del parpadeo cual semáforo raudo y majestuoso mande una lluvia de alegres mariposas, un mar que azulee, una barca en que bogar, miel que endulce.
Cantos que arrullen, porque nada garantiza que el Sol aparezca y convierta a la Tierra en piel de suavísimo capullo naranja y la Tierra le gane una milésima de segundo al tiempo y al espacio, para que las fantasías se muden a la sombra del inconsciente y se inclinen respetuosas ante la Tierra; ¿será posible?
Será posible la muerte del Sol a mordidas de la Tierra que enamorado, sorprendido y temeroso, sienta que algo ha ocurrido, perciba diferente y viva un mundo desconocido, misterioso, inimaginable que no encaja en la modernidad de América. Enamoramiento que no es una meta, no tiene objetivo: sólo una puerta abierta que vuelve al caballero naranja, sensación comparable a lo comprensible de la muerte, fuerza natural, ola de fondo, temblor de tierra, desbordarse de río, frenético brotar de la llama, fuego capaz de acabar con todo.
Al torrente solar no se le puede pedir ser Tierra, porque el torrente nace sólo y no se le puede encauzar sin anular, y si, a pesar de todo quiere volverse nostalgia de ritmos perfecto, retirarse al interior, que no sabe reglas, ni métodos, ni modales, pero tiene la fuerza brutal que se escapa y perdura y frente a la cual todo ritmo, voluntario y estudiado, se detiene al borde profundo del abismo que se inicia y no sabe el origen, ni adonde va y borra el misterio de las inquietudes que se tornan ideales. Forma alucinante y armónica de ritmo e instinto.
Fuerza naranja, dulzura de tortura, que da aparente fin a la vida que sigue y sigue como un torrente instintivo de Sol sobre la quieta Tierra que lleva a querer matarla porque enloquece, la hace esclava y quiere desaparecer.
Si Dios no lo remedia, el mundo será naranja.