a economía de México está en proceso de recuperación. Eso dicen las cifras oficiales y se advierte en las calles. Quiere decir que vuelve a tomar ciertos de los rasgos que tenía antes de la pandemia, es decir, alrededor de la segunda quincena de marzo de este año.
El proceso de recuperar la actividad económica no tiene, sin embargo, los rasgos de una restitución; literalmente: restablecer o poner algo en el estado que antes tenía. La distinción no es inútil ni intenta ser una distracción semántica. Una recuperación puede ser parcial y no alcanzar a una restitución, cuando menos durante un largo periodo, en ocasiones demasiado largo y con condiciones distintas a las originales.
Claro está que, en este caso, como todo lo que concierne a los fenómenos sociales, algunos grupos o sectores se recuperarán de modo más ágil y otros tendrán sólo una restitución parcial de sus condiciones materiales, fuentes de ingreso, patrimonio, estado de salud, nivel y calidad de la educación o de la vivienda. Dada la vulnerabilidad de una gran parte de la población, la situación de pobreza tenderá a agravarse a mediano plazo.
La recuperación tiene peculiaridades: se registra en distintos tiempos, sin una sincronía que refuerce las ventajas que provoca; involucra a ciertas partes de la población; abarca segmentos de las muy diversas actividades que se realizan y los lugares donde todo eso pasa. La idea de una recuperación es, en sí misma, cierta, pero lo relevantes es apreciar cómo ocurre el proceso y su significado.
Esta crisis sanitaria y económica que se extiende ya por más de seis meses y de cuyos efectos hay signos de recuperación, no representará una vuelta a lo que antes se tenía, esa ilusión debe desterrarse pronto. La estructura y composición de la sociedad y la economía acabarán siendo muy diferentes a las de antes. Es previsible que no sean mejores durante un largo periodo, y lo que ocurra en éste será definitorio.
Cito un ejemplo: en agosto, según el Inegi, volvieron al trabajo más de 650 mil personas; desde mayo se retomaron poco más de siete millones de puestos perdidos en abril y restan 5.3 millones, lo que no es poca cosa; absorberlos es más difícil y lento. Los empleos que se han recuperado son de salario más bajo y la informalidad crece de manera significativa. Está próxima la presión creada por el endeudamiento contraído y que no puede pagarse aun con las regulaciones de Hacienda al respecto.
La recuperación así caracterizada ocurre por mera necesidad. En efecto, por la necesidad extrema de la gente por trabajar y generar un ingreso para subsistir. Por la necesidad de miles de negocios de muy distintos tamaños de evitar la quiebra. Sucede porque políticamente se tomó una decisión, difícil, sin duda alguna, de intentar un equilibrio entre los riesgos propios de la pandemia de Covid-19, es decir, la extensión de los contagios y el aumento de los decesos y, por otro lado, la apertura de las actividades económicas.
Tal equilibrio precario cede a favor de la extensión de la pandemia. Ese mismo dilema lo tienen, en general, todos los gobiernos del mundo. En unos casos se enfrenta mejor que en otros. Ése es un asunto de gestión política, social y técnica en materia económica y sanitaria, que distingue a unas sociedades de otras.
En España, por ejemplo, se había conseguido aplanar la curva de los contagios y reducir las muertes. Se abrió la economía y pronto se desató una segunda ola de contagios que se extiende ahora de manera muy agresiva y con mayor conflicto político. ¿Cuánto tiempo puede mantenerse confinada la población y cerrada la economía? No hay una sola aproximación para confrontar este asunto.
En Estados Unidos el gobierno federal ni siquiera alentaba el uso de los cubrebocas, medio que, sin ser infalible, es bastante simple para prevenir conta-gios. Algunos estados impusieron su uso y controlaron mejor la propagación del virus. Ahora el presidente Trump, que de manera literal se burla de quienes lo usan, está hospitalizado, contagiado del virus que él mismo ha propagado.
En México tal vez no haya una segunda ola de contagios, pues la primera no se ha abatido y las acciones de las autoridades sanitarias no están encaminadas a eso. Estamos muy cerca de los 80 mil muertos, según las mediciones oficiales, y no hay freno. El albur está en pleno desarrollo y la evolución del virus no tiene miramientos con las consideraciones políticas ni la indiferencia de la población. Es cosa de tiempo: ¿cuánto y con qué repercusiones?, tal es la cuestión.
Todo esto impone enormes demandas a la gestión del gobierno en cuanto al acceso a recursos, me refiero a dinero, estímulos para la inversión, generación de empleos formales que sustenten un mejoramiento de quienes trabajan, por la vía de los salarios, las prestaciones de salud y la constitución de pensiones que no se evaporen como actos de alquimia.
Tal vez no guste ahora la expresión acerca de la necesidad de generar riqueza, cuestión que no debe confundirse con hacer más ricos a los que lo son, sino que debe entenderse como la generación de bienes y servicios, de capacidad productiva, de absorción de gente en el trabajo y de instrumentos eficaces de distribución entre la sociedad.