El duopolio taurino buscó el control de la fiesta más que la satisfacción del público
, advirtió hace 20 años Guillermo H. Cantú
o ha sido la reflexión en voz alta lo que caracteriza a la fiesta brava de México en décadas recientes. Tampoco un debate de altura en el que los diferentes sectores de la industria taurina se atrevieran a poner sus cartas sobre la mesa con el propósito de sumar esfuerzos y reencauzar rumbos hacia una menor dependencia y una mayor competitividad nacional e internacional en lo taurino. En consecuencia, los libros de análisis serio a cargo de autores nacionales no han tenido la difusión suficiente para mejorar el ejercicio empresarial de los metidos a promotores de una fiesta cada día más anquilosada y menos apasionante.
Esa suerte corrió el cuarto y último libro taurino de Guillermo H. Cantú, recientemente fallecido, Visiones y fantasmas del toreo, publicado hace 20 años por Ediciones 2000, y cuyos importantes, oportunos y premonitorios señalamientos no tuvieron eco en la llamada crítica especializada ni entre los autorregulados empresarios de entonces y de ahora. Junto con la economía y expresiones culturales, el neoliberalismo también secuestró a la fiesta brava de México, a ciencia y paciencia de gobiernos insensibles, autoridades cómplices y públicos indiferentes.
En el capítulo titulado Empresarios taurinos y antimercadotecnia
, de la citada obra, Cantú alude al duopolio que durante 25 años constituyeron los consorcios de Alemán y de Baillères en estos términos: “1) Ambos son propiedad de familias poderosas e influyentes en lo político y en lo económico. 2) Ambas empresas han delegado la administración de sus compañías en manos de bajo calibre. 3) Las dos aceptan con inexplicable fatalismo las lacras que acarrea el espectáculo, sin tomar la decisión de cambiar las circunstancias. Manifiestan el deseo de seguir bailando con esa música sosa y obsoleta que todos conocemos: prensa incondicional, ganaderos informales, toreros mediocres, figuras extranjeras sin interés de arrugarse la ropa en plazas mexicanas, y una filosofía de servicio basada en anunciar algo al público sin la menor intención de cumplirlo.
“4) Ambos viven y piensan con fórmulas del pasado: cero innovación y cero inversión en medidas y acciones que pueden fructificar en el futuro. 5) Ambos sobreviven como comerciantes pueblerinos, con horizontes de cortísimo plazo, sin levantar la mira de la inmediatez que manejan y sin decidirse, en serio, a sembrar hoy las semillas de una abundancia futura ni aprovechar el potencial existente. 6) Ambos invierten sin rigor de resultados. Mal verifican lo que compran, así como el desempeño de los actores contratados o la respuesta del público a la presentación del espectáculo, que es lo más importante. La recompensa del éxito no forma parte de sus prácticas.
“7) Ninguno parece preocuparse sobre lo que piensa y desea su principal cliente, el espectador. Creen a pie juntillas, y lo verbalizan, que por el hecho de arriesgar su dinero tienen todos los derechos y ninguna de las obligaciones que prometieron, anunciaron y cobraron en taquilla. 8) Ambos consorcios concluyen, dentro de esa lógica primitiva, con la exigencia, socialmente irresponsable, de que deberían eliminarse leyes, reglamentos y autoridades porque ‘estorban a la función taurina’. Esto es, una concepción impositiva y premoderna de cómo ‘servir’ a la sociedad a cambio de un ingreso remunerativo. Arguyen que ellos deberían nombrar a los jueces para orientarlos desde el palco de la empresa, o que son ellos quienes deberían legislar sobre ‘su’ espectáculo.” Aléguenle, positivos falsos.