Recuerdos // Empresarios (CXXXVI)
o era exageración.
¿Había exagerado Conchita?
No.
¿Olor a rosas y jazmines, a naranjos y nísperos, a tierra mojada y a sol?
Utilicemos algunas palabras del inmortal García Lorca:
“Amanecía
en el naranjal.
Abejitas de oro
buscaban la miel.
¿Dónde estará la miel?
Está en la flor azul,
Isabel.
En la flor
del romero aquel”
Volvamos con Conchita:
“¡Ah, qué cosa tan maravillosa! Quisiera abrazar al mundo, quisiera que todos conocieran este delirio de bienestar. ¡Despertar una mañana de aquellas en un cortijo como aquel y, además, sabiendo que se va a torear en la feria de Sevilla! ¿Qué habría hecho yo en la vida para merecer tantas maravillas de Dios?
“No cabe duda: algo, no cabe duda: algo, esa mañana, me llegó hasta el alma; no recuerdo sensación igual. Vistiéndome rápidamente y después de saborear unos huevos y unos churros con chocolate, preparados por la vieja gobernanta Asunción y supervisados con aprobación por el joven capellán del cortijo, salí corriendo en busca de Ruy y del dueño de la casa, don Ignacio Vázquez, que debería haber llegado de Sevilla esa mañana. Encontré a los dos en la huerta. Conversaban con el mayoral.
“–Muy bien, señorito –respondía ése.
“Me llamó la atención que llamara señorito a un señor ya de edad.
“Don Ignacio me recibió con mucho cariño y nos dijo que su mujer nunca venía al campo en verano y que nos esperaba para almorzar en Sevilla.
“Era temprano cuando atravesamos el puente de Triana. Las calles estaban recién regadas, eran pocos los caballistas y en los cafés los camareros estaban tranquilos. Mas cantaban ya las castañuelas de la gente mayor y en el aire había una promesa de calor y toros. Miré a la Maestranza; estaba cerrada. El cartel del día era: Manolete, Pepe Luis Vázquez y Carlos Arruza. Mi tarde era la última de la feria. ¡Ya llegaría!
“El movimiento, el colorido y el sabor de la feria superaron todas mis exageradas fantasías. Me parecía imposible que en un siglo como el nuestro aún existiera tal manifestación de folklore auténtico, sincero, nacional. Nada había allí para el turista, nada era estudiado. El duende de las casetas donde se bailaba, bebía y cantaba era familiar, natural. ¿Cuánto tiempo permanecería Sevilla así? Quién sabe. Quizás eternamente. Aquel año vi un letrero americano que decía: Tome Coca Cola
y por debajo estaba escrito: No me da la gana
. Hay, pues, esperanza. Por la noche tuve ocasión de ver que también en las casetas el ambiente, a pesar del turismo, sigue igual. A un señor australiano le dieron cuatro copitas de jerez para empezar. Cuando volvimos por la caseta, la gran atracción era El Niño de Australia bailando flamenco.
“Uno de los encantos de estas romerías nocturnas del recinto engalanado e iluminadísimo de la feria es precisamente su falta de programa. Nunca sabe uno qué va a ver. A veces pueden transcurrir horas sin que pase nada extraordinario, a no ser la admirable alegría de todos y el entrar y salir de estrellas de cine, toreros, príncipes y gitanos; mas, súbitamente de su lugar un espontáneo
, que baila o canta de maravilla y se arma la juerga sentida
.
“Aquel año, Jaime Ostos hizo lo imposible por mostrarnos el arte del Porrini (un gitano de clavel en el zapato y corbata puesta de cinturón), mas éste no quizo cantar. Dio dos notas del aria de una ópera, se calló y salió. Genialidades. Y al filo de las cuatro de la mañana encontramos al cantaor solo o casi solo en una caseta pequeñita cantando y bailando con una gitana gorda y negra. Ella temblaba como gelatina y él vibraba como las cuerdas de la guitarra que les acompañaba. Genialidades. Pero nos quedamos allí, presos por un misterioso sentimiento de emoción que difícilmente podría explicar. No, no tiene explicación aquello. Aquello apenas puede sentirse. Era maravilloso el verlo y espantoso, asombroso el oírlo. Mis ojos, en aquella primera y bellísima feria que conocí, la de 1945, eran demasiado chiquitos para abarcar todo lo que me rodeaba.”
(Continuará) / (AAB)