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Mano de obra
L

a clase obrera va al paraíso. Mano de obra, primer largometraje del realizador y productor David Zonana, describe con elocuencia y concisión un microcosmos de la actividad laboral en la Ciudad de México, específicamente el sector mal remunerado de la construcción. La rutina de su protagonista, el albañil Francisco Cruz (formidable Luis Alberti), se ve sacudida por un accidente en el que pierde la vida un hermano suyo, y de cuya responsabilidad se deslinda con pasmosa facilidad el dueño de la casa.

A partir de ese momento, la vida de Francisco, y la del resto de los trabajadores en la obra, cobra un giro dramático. Las condiciones laborales, de suyo muy precarias, se vuelven insoportables (demora en los pagos, descuentos por desperfectos o pequeños accidentes, comunicación nula entre albañiles y encargados de obra), y el descontento y los agravios crecen hasta generar un resentimiento social potencialmente explosivo.

La pretendida concordia que se podría suponer existe entre trabajadores y patrones, muy pronto exhibe sus grietas irreparables. El propietario de la casa en construcción aparece como ser fantasmal y anónimo, resguardado detrás de una entidad burocrática también opaca –la oficina– encargada de manejar sus intereses. Cuando Francisco reclama una compensación por la muerte de su hermano y se inconforma con la versión de que éste se encontraba en estado de ebriedad al momento del accidente, se topa con una infranqueable cerrazón por todas partes. La imposibilidad de una reparación del daño orilla al albañil a una solución desesperada.

Para conferir mayor realismo al relato, David Zonana ha combinado el desempeño actoral de Luis Alberti con la participación de actores no profesionales que son trabajadores de la construcción. Hay un cuidado meticuloso en preservar un lenguaje popular que en rara ocasión aparece aquí contrastado con el habla de la clase media. Incluso el encargado de la obra y el abogado corrupto que auxilia a los abañiles en sus reclamos, comparten con ellos una misma identidad de clase.

Es natural entonces que cuando el propietario de la casa desaparece en circunstancias por lo demás misteriosas, la lujosa residencia llegue a transformarse en una inesperada tierra prometida para los trabajadores. Un espacio mágico que podrán conquistar y que habrá de resarcirles por todos los agravios sociales hasta entonces padecidos.

Una primera parte del filme, marcada por un realismo seco, próximo a lo propuesto por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne en La promesa (1996), da paso paulatinamente a un tono de comedia negra muy propio del Buñuel de Viridiana (1961). La parábola de una sublevación de desposeídos que súbitamente acceden al paraíso de la prosperidad burguesa, para desde ahí reproducir, de modo caricaturesco, los mismos vicios morales que antes condenaban, es un estupendo arranque de sátira. La residencia en construcción sugiere ese otro gran edificio social en obra negra diseñado para proteger a una minoría de privilegiados mientras queda en la intemperie el resto de la población. Esta injusticia elemental, generadora de espirales de corrupción, lleva a Francisco a asumir de modo sutil y turbio un liderazgo inesperado e instaurar en la casa tomada un orden nuevo susceptible de perpetuar los abusos de poder.

El constante clima de crispación social que revela Mano de obra parece ir a contracorriente de esa concordia entre las clases que parece ser ilusión irrenunciable de una ideología dominante empeñada en rehuir las polarizaciones. Al respecto, la cinta se emparenta a títulos tan elocuentes como Workers (2013), de José Luis Valle, o Parque vía (2005), de Enrique Rivero.

Lo interesante es constatar que David Zonana no limita su propuesta a una simple denuncia de las desigualdades sociales, sino que la extiende al vicio inherente en muchas revoluciones de volverse réplica del viejo orden derrocado, como memorablemente lo ilustra Marat-Sade (Peter Brook,1967), según la obra teatral homónima de Peter Weiss. Mano de obra es un primer trabajo vigoroso y bien calibrado que pronto supera una posible deriva melodramática para volverse una metáfora precisa del mal endémico de la corrupción en México. En este aspecto renueva una tradición crítica de nuestro mejor cine reciente, emparentándose de lleno con el trabajo de un colaborador y mentor artístico suyo, Michel Franco, quien en breve también estrenará Nuevo orden, una faceta más de este trabajo de demolición de algunas de nuestras viejas certidumbres sociales.

Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 17:45 y 19:45 horas, así como en salas comerciales.

Twitter: @CarlosBonfil1