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Reinterpretar a México
E

l periodo neoliberal, durante más de 30 años, causó la destrucción o el olvido, entre otras cosas, de nociones sobre México que ya habíamos conquistado. Su legado es un inmenso pantano de corrupción donde el país ha estado a punto de hundirse. Lo arrojaron ahí una sucesión de dirigentes políticos priístas y panistas imbuidos de una ideología neoliberal, desnacionalizadora, de capitalismo salvaje, orientados a lograr la sustitución del pacto social heredado de la Revolución que, aunque de manera subordinada, incluía a las clases subalternas en la Constitución. En particular, en los artículos 3, 27 y 123.

Esos artículos garantizaron un peculiar Estado de bienestar mediante el reconocimiento de derechos colectivos, lo que en 1917, al promulgarse, constituyó una novedad mundial. Peculiar, no sólo porque ese reconocimiento se adelantó a los estados de bienestar que, para contrarrestar la influencia del socialismo, de la Revolución de Octubre y del comunismo, se establecieron en los países desarrollados, sino también porque, en nuestro caso, se organizó en las condiciones de una nación subdesarrollada y dependiente, lo cual implicó que los beneficios no alcanzaran para todos.

El pacto, que incluyó el derecho primigenio del país a fundar las distintas formas de propiedad, no fue una dádiva, sino producto directo y comprobable del empuje de los ejércitos populares de Zapata y Villa durante la Revolución. Las clases dominantes sellaron así un compromiso social sobre el cual se estableció el poder de los sucesivos gobiernos posrevolucionarios. De ahí derivaron su legitimidad y el consenso pasivo de las clases dominadas, mantenido y administrado por el aparato corporativo mediante el cual el régimen capturó a las grandes masas de obreros y campesinos.

Los neoliberales han dedicado más de 30 años de embates a eliminar la esencia de esos artículos, cuya culminación creyeron alcanzar con las llamadas reformas estructurales del gobierno pasado, y en guerra directa contra los salarios, contratos colectivos, estabilidad en el empleo, pensiones, seguridad social y salud, educación, el ejido y las tierras comunales, que generaron un inmenso proceso de empobrecimiento de la población, en el polo mayoritario, y una concentración sin precedente de la propiedad y de la riqueza, en el polo minoritario. Hay que contar los asesinatos, desaparecidos, fosas clandestinas, la descomposición de las policías y de parte de las fuerzas armadas, al incrementarse las actividades del crimen organizado gracias a la alianza, complicidad y participación directa del poder político.

La campaña presidencial de 2018 marcó un desvío en el camino hacia el desastre de la nación. La determinó una movilización inédita de millones de mexicanos. Una enorme masa en constante crecimiento, que se reflejó en que el candidato puntero encabezara las encuestas durante todo el periodo de campaña, que quebró los mecanismos usuales de mantenimiento del poder, anuló la acción adversa de los medios de derecha mediante la participación decidida de los partidarios del cambio en las redes sociales y volvió imposible hacer fraude, a pesar de las inocultables intenciones del INE por llevarlo a cabo.

Fue una revuelta antineoliberal pacífica, que encontró en Andrés Manuel López Obrador a su dirigente idóneo. Para ese momento, éste había elaborado un discurso antineoliberal, había definido la lucha contra la corrupción como herramienta indispensable para avanzar en la regeneración nacional y había construido, con el proyecto de la 4T, el emblema y la propuesta de cambio a la que aspiramos millones. La revuelta antineoliberal mexicana se adelantó un año a las que sacudirían, en 1919, a Chile, Ecuador, Colombia y a muchos otras naciones. Fue sin duda la más extensa, intensa y numerosa de las que ha habido en el mundo. Se produjo en el marco de un proceso electoral, lo cual implicó que fuera pacífica y legal y, además, logró culminar exitosamente al llevar a su dirigente al Poder Ejecutivo. La multitudinaria toma pacífica de Los Pinos, el primero de diciembre de 2018, aportó la imagen simbólica para indicar que algo muy profundo había cambiado.

Pero el México de hoy no es el mismo que el de hace 36 años. Urge ocuparse de un trabajo de reinterpretación que permita re-conocer a nuestro país, para profundizar los cambios a favor de las mayorías nacionales, con su participación, como viene ocurriendo, y revertir o remediar lo dañado por la ofensiva neoliberal. La carencia de un debate informado, de investigaciones pertinentes de economía, sociología, política, ideología, cultura, es un síntoma profundo de la pérdida teórica y cultural; de la menguada presencia del pensamiento crítico en la academia y entre los intelectuales. Muchos de ellos cooptados por el neoliberalismo, derechizados y corrompidos.

El Conacyt propone, con sus Programas Nacionales Estratégicos, investigar y participar en la solución de algunos de los grandes problemas nacionales. Agua, salud, educación, toxicidades y otros. Mientras esas investigaciones avanzan y la ciencia encuentra nuevas formas de participación y cambio, se nota la poca presencia de las humanidades y de las ciencias sociales y su pérdida de visión crítica.

Después del 68, en contraste, se desató un vasto movimiento intelectual que, en pocos años, produjo una nueva visión de la nación. Fundamos periódicos, revistas de información, de opinión y debate político, teóricas y de interpretación, aparecieron folletos y testimonios, se iniciaron y concluyeron investigaciones que desembocaron en libros valiosos que proporcionaron una imagen crítica de la Revolución, de su ideología, del partido de Estado, del corporativismo, de la economía posrevolucionaria, de las crisis y más. Es un capítulo de la historia cultural de México que aguarda una investigación.

* Titular de la Unidad de Planeación, Comunicación y Cooperación Internacional del Conacyt