l mejor tratamiento contra la pandemia es la solidaridad, dice la socióloga Ana María Carrillo, de la UNAM, según lo recoge La Jornada del pasado viernes. Como razón moral la tesis es irrebatible; como advertencia de riesgo frente a los escépticos, indiscutible; en contraste, como posibilidad efectiva la solidaridad es ajena para un segmento de las élites mexicanas, trastornado por la 4T, y lo es también para una inestable parte de los sectores medios adictos al individualismo agudo.
Los críticos
de la gestión de la pandemia usan petardos inservibles. Es notorio su desconocimiento de los conceptos básicos de la epidemiología y, así, la crítica no es tal: no proviene de un examen racional, sino de sentimientos de desprecio por el gobierno de la 4T. Filas interminables de críticos
hacen numeritos: ¡tantos contagiados!, ¡tantos muertos!, desprovistos de toda referencia de contexto y circunstancia.
Todo ocurre como si Hugo López-Gatell fuera un demiurgo omnipotente capaz de producir todas las adversidades de la epidemia por todo México. Muy lejos de condiciones deseables, la gestión de la epidemia corre para todos a cargo de la OMS más la Organización Panamericana de la Salud para el caso de América Latina, de una cadena internacional de repositorios científicos de avances incipientes en el conocimiento del virus y de los tratamientos médicos verificados, de un buen número de revistas científicas, con todo lo cual está vinculada en México, en tiempo continuo, la Dirección General de Epidemiología de la Secretaría de Salud. El 2 de marzo, tres días después del arribo del primer caso importado
(de Italia), México anunció haber secuenciado el genoma del virus, trabajando con material genético de circulación internacional. La gestión de la pandemia la realizan, adviértase, la Secretaría de Salud y las 32 secretarías de salud estatales, a través de cientos de miles de trabajadores de la salud, 50 mil de los cuales fueron contratados antes de mayo, a toda prisa.Cebarse en López-Gatell sólo demuestra ignorancia supina de quienes no pueden ser llamados críticos.
Es nula para el conocimiento toda evaluación de la gestión epidemiológica que no parta de, al menos, las siguientes vertientes de contexto y circunstancia existentes al 28 de febrero. Un sistema de salud dado al traste por el régimen neoliberal, dislocado e insuficiente en extremo; las carencias eran y son de muy diversa naturaleza. Sólo la falta de médicos y personal de enfermería, de acuerdo con la Secretaría de Salud, se cifra en al menos 200 mil y 300 mil trabajadores, respectivamente. El virus visibilizó, además, la deficiencia aguda en medicina crítica (intensivistas) y neumología, entre otras especialidades.
Una segunda vertiente es el estado de salud de la población en la fecha de la llegada del virus. Los estragos cometidos por la epidemia son proporcionales a las debilidades inmunológicas de los mexicanos, producto de epidemias no infecciosas: hipertensión (la padecen 20 por ciento de los contagiados), obesidad (18 por ciento), diabetes (16 por ciento), tabaquismo (8 por ciento) y otras apidemias también debilitantes del sistema inmune. En 2019 México fue el país con mayor obesidad infantil del mundo y el segundo lugar entre los adultos, en un contexto en que, de acuerdo con la OMS, desde 1975 a la fecha esta epidemia se ha triplicado en el mundo, provocando severos daños en forma de cardiopatías y accidentes cerebrovasculares, osteoartritis y cánceres de endometrio, mama, ovarios, próstata, hígado, vesícula biliar, riñones y colon. Un estado de salud propio de la pobreza, resultado de la comida chatarra y de la producción agropecuaria neoliberal.
La tercera vertiente es la movilidad de la población obligada por la pobreza y la desigualdad. El Covid-19 es una enfermedad de pobres, imposibles sujetos del confinamiento, forzados a trabajar en medio de la pandemia.
Para México era un exigencia inducir una epidemia lenta o larga, sin lo cual el precario sistema de salud habría colapsado. En las condiciones apuntadas, importa ver las tendencias. En las primeras 19 semanas de la epidemia, los casos estimados crecieron a una tasa semanal promedio de 95.5 por ciento; durante las siguientes ocho semanas esa tasa fuede 7.9 por ciento en promedio semanal; en tanto, la epidemia activa, los casos estimados activos, pasaron del 14 al 5 por ciento del total de los contagiados estimados. La tasa promedio semanal de defunción aumentó, en los lapsos señalados, en 74.4 y 7 por ciento respectivamente, y la tasa de positividad pasó de 50 a 39 por ciento. Las camas ocupadas generales pasaron de 45 a 38 por ciento, y las camas con ventilador, de 28 a 25 por ciento. La tasa efectiva de reproducción (Rt) era ≤1 para 20 estados y pasó a ≤1 para 23 estados, al final de los lapsos indicados.
Una evaluación en detalle de la gestión operada hasta ahora por la sociedad toda y el sistema de salud nacional, resultaría exitosa en su contexto y circunstancia.