Las redes sociales
no de los mejores negocios actuales es el de las redes sociales, no sólo por los productos que anuncian sino porque convierten al usuario en mercancía, lo manipulan y lo venden al mejor postor.
Los datos sobre los consumidores que se acumulan en las redes son inconmensurables. Cada vez que una persona da un clic genera información para el mercado y a través de este simple movimiento los administradores de las bases de datos conocen qué es lo que compra cada individuo, cuáles son sus preferencias y sus hábitos, lo que permite manipularlo para reforzar o cambiar sus convicciones y consumos.
Si alguien cree, por ejemplo, que el coronavirus es un mito o un arma biológica producida por China, Rusia o Estados Unidos, encontrará un comentario que confirma lo que piensa y de ahí se despliegan dos, cuatro, ocho y mil comentarios más, incluso con connotaciones científicas
que reafirman su convicción y lo polarizan contra quienes piensan diferente. Esto se repite en todos los ámbitos de la vida en sociedad, desde la economía y la política hasta las creencias religiosas.
En las redes sociales, la ciencia y la verdad son algo relativo, porque la sicología y las herramientas que utilizan los administradores convencen a los incautos. La gente encuentra y refuerza la argumentación sobre sus creencias más profundas. De esta manera, las redes lo orientan
a votar por un candidato, a defender su posición política, a asumir alguna ideología o a comprar un bien o servicio que ahí le ofrecen.
Sin duda que las redes sociales son una gran herramienta que revoluciona la comunicación, pero el problema es que todavía no hay reglas adecuadas para su uso. La falta de controles afecta con más facilidad a niños, adolescentes y a personas que tienen un bajo nivel cultural y educativo, como se muestra en la película El dilema de las redes sociales.
Por lo pronto, la información difundida a través de las redes sociales avanza mucho más rápido que el control que los gobiernos ejercen para evitar la manipulación del usuario. Lo peor de todo es que países como el nuestro, que simplemente utilizan esta forma de comunicación y no la producen, no tienen posibilidad de controlar el mal uso de la información que ahí se difunde.