La Jornada del campo
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Número 156 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
+COVID-19
Guillermo Jiménez FerrerGuillermo Jiménez Ferrer

Covid -19 y ganadería: caminos cruzados

Los orígenes

La actual pandemia causada por el nuevo coronavirus que ocasiona el síndrome respiratorio agudo severo (SARS-CoV-2) se inició en los “mercados húmedos” de Wuhan (China). Estos espacios tienen semejanza con algunos mercados y/o tianguis de México, en donde productores, comerciantes y la población, venden y compran diversos productos agropecuarios del campo, entre ellos carne, animales vivos (domésticos y silvestres). Debido al mercadeo de animales muertos en sitios con alta densidad de población, son espacios donde aumenta la probabilidad para la transmisión de nuevas enfermedades hacia los humanos, como ha sido el caso de COVID-19. La aparición y propagación de esta enfermedad infecciosa y otras, se debe a los efectos crecientes de perturbaciones de los ecosistemas que amenazan la conservación de la biodiversidad. Hoy se reconoce que la ruptura del equilibrio entre la actividad humana y la naturaleza determinan la reducción de los servicios ecosistémicos y afectan a la salud, favoreciendo la aparición de enfermedades reemergentes o emergentes, como la pandemia de COVID-19. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) y diversos grupos ambientalistas y organizaciones campesinas, han hecho énfasis en la deforestación y el cambio del uso del suelo, los sistemas agropecuarios extensivos, el uso de agroquímicos perversos como el glifosato, la resistencia antimicrobiana en humanos y animales por el uso desmedido de antibióticos, el uso de transgénicos, el comercio ilegal de la vida silvestre y sobre todo el cambio climático, como factores principales que han propiciado el surgimiento de enfermedades zoonóticas (enfermedades transmitidas de animales a humanos).

La conjunción de los impactos del cambio climático con la pandemia por COVID-19 ha tenido severas consecuencias en la población mundial. Las constantes sequías, huracanes, nevadas e inundaciones, hoy se acompañan de más de 22 millones de casos confirmados de COVID-19 y cerca de 800 mil muertes en todo el mundo desde que inició esta pandemia. Los casos siguen aumentando y México es muy probable que tenga cerca de 60 a 70 mil fallecidos en las próximas semanas (https://coronavirus.jhu.edu/map.html 20/08/2020). Aunque no deja de preocupar la continua aparición de casos de COVID-19, todo parece indicar que hasta ahora el sistema de salud de la 4T no se ha colapsado, y existe un “equilibrio relativo” en el abastecimiento de energía, medicinas y alimentos para la población. Respecto a la producción y abasto de alimentos en el país, existe una creciente preocupación con lo que sucederá en el futuro inmediato en el campo, principalmente con los productores agrícolas y pecuarios, y de forma particular, cuáles serán los mecanismos necesarios de implementar a corto, mediano y largo plazo, para mitigar el impacto de la enfermedad por COVID-19 en la vida de los productores rurales.

Retos en el camino

La preocupación en México se suma a las interrogantes a nivel mundial, con lo que sucederá en el futuro en el campo y la producción de alimentos. Debido a que la enfermedad ha causado una crisis sanitaria mundial y amenaza a la población más vulnerable- entre las que se cuenta el sector rural-, generando desestabilidad en su economía, salud familiar, disponibilidad de fuerza de trabajo, salud de sus animales, seguridad en la obtención de insumos, precios justos de comercialización, y desplazamiento seguro de sus productos. También se suma la preocupación de los impactos e implicaciones que COVID-19 podría estar generando sobre el combate a la pobreza, la seguridad alimentaria y la nutrición de las personas. Sin embargo, por ser una enfermedad zoonótica nueva, aun no existen muchos antecedentes de su influencia directa o indirecta sobre de los sistemas agroalimentarios, los cuales se sostienen por una población rural y periurbana, con altos niveles de pobreza. La ganadería -importante actividad que permite sobrevivir a más de 900 millones de familias pobres en el mundo- sin duda ha sido también seriamente impactada, pero apenas se comienza a ver la magnitud del daño en el sector pecuario, y aún persisten preguntas básicas sin responder. Por ejemplo ¿qué cambios y cuál ha sido la magnitud del impacto de la enfermedad COVID-19 en las estrategias de vida de los productores (as) y en las cadenas de valor de la producción agropecuaria? Al respecto, recientemente expertos de 38 países miembros de la Global Agenda for Sustainable Livestock (GASL) (http://www.livestockdialogue.org/), iniciativa donde participa México con la presencia de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), concluyeron que la pandemia por COVID-19 ha ocasionado una disminución drástica de la producción, una caída de los ingresos de productoras y productores en diferentes escalas y la reducción del poder adquisitivo de los consumidores. Además, se observa que los principales impactos sobre la seguridad alimentaria obedecen a una serie de rupturas en muchas cadenas de producción, procesamiento, transformación, distribución y adquisición de alimentos seguros por los consumidores en los mercados. De igual forma, las ganaderas y productores se han visto con dificultades para acceder a materias primas y servicios como insumos agrícolas, energía, comunicación, disponibilidad de fuerza de trabajo, recursos financieros y servicios de salud para atender a sus familias. Estas complicaciones también han generado dificultades en la producción agropecuaria con posibles efectos en los riesgos de propagación de otras enfermedades infecciosas en los hatos ganaderos. Asimismo, debido a la “focalización” de los servicios públicos nacionales en la atención de los problemas de salud pública inmediatos, se han visto debilitadas otras áreas importantes y estratégicas en la producción de alimentos (como el impulso a cultivos básicos, salud animal, controles de calidad en productos de origen animal, combate de plagas y enfermedades comunes, combate de efectos derivados del cambio climático). En muchos casos, la disminución de la demanda de productos de origen animal ha ocasionado excedentes de producción, los cuales se han perdido por no poder ser canalizados apropiadamente en el mercado. En otros casos, el aumento de la oferta en el mercado ha ocasionado dramáticas caídas en los precios de los productos pagados a los productores en México, como ha sido el caso del bovino en pie. A nivel de comercio internacional con Estados Unidos, a pesar de que en el primer semestre de 2020 se alcanzó una cifra ligeramente superior (2%) de exportación de ganado en pie (becerros y vaquillas) con respecto a 2019 (SIAP, 2020), la presencia de COVID-19 ha frenado la posibilidad de ampliar los volúmenes de comercialización a otros mercados como China y Japón. Esta situación se complica por políticas implementadas en el mercado internacional donde el “dumping” puede derrumbar los sistemas de producción ganaderos locales. En México ya se está observando la importación de leche en polvo y queso proveniente de USA a precios excesivamente bajos, afectando seriamente a la cadena de valor en las zonas ganaderas productoras de leche y queso. Así, se prevé una caída en el consumo nacional de productos lácteos de 10 a 15 %, lo que significa dejar de consumir en México cerca de 5 millones de litros de leche al día procedentes del hato lechero nacional (Cámara de Diputados, Boletín No. 3893, julio de 2020). Estos efectos y otros están impactando negativamente los esfuerzos por reducir la inseguridad alimentaria y mantener la estabilidad social y la calidad de vida de productores y productoras del sector rural.

Un camino con soluciones colectivas

A pesar de esta crisis, las comunidades campesinas e indígenas y organizaciones de productores y productoras ganaderas están promoviendo estrategias y acciones de mitigación de la pandemia. Por ejemplo, lo observado en Chiapas muestra una “ruptura relativa” en las cadenas de suministro de insumos y alimentos básicos, principalmente para las familias locales. En muchas zonas campesinas e indígenas, a pesar de tener capacidad para autoabastecerse, la restricción sanitaria ha originado estrategias comunitarias para evitar el contagio. Así, en la zona de las Cañadas del municipio de Ocosingo, se ha observado un aumento en la superficie sembrada de maíz y frijol, debido a presencia de lluvias tempranas y abundantes, al retorno de población migrante y su imposibilidad de movimiento a zonas urbanas como Palenque, Cancún y USA. Asimismo, se han masificado acciones comunitarias como el uso controlado de entradas y salida de la población de sus localidades mediante garitas y guardias sanitarias. Se han formado comisiones de jóvenes para la compra de alimentos e insumos, renta colectiva de transportes, promoción de cuarentenas a la población que ingresa a las comunidades. Sin embargo, la pandemia está golpeando la frágil economía campesina. Ello ha propiciado también un aumento en el costo de la carne, huevos, azúcar, detergentes, medicinas, bebidas como los refrescos y cerveza, y la gasolina. En este contexto y a pesar de una desconfianza y desconocimiento de los efectos de esta pandemia por la población de esta zona, se aprecia una amplia cobertura de información derivada del uso de internet y red telefónica. El efecto de esta pandemia en zonas urbanas y periurbanas también ha mostrado la importancia de la producción local de alimentos y de mecanismos comunitarios urbanos para abastecerse de alimentos y servicios, así como romper la dependencia de tiendas o supermercados de grandes cadenas corporativas. Por ejemplo, en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, ha sido de gran importancia el abasto de frutas, hortalizas, quesos, pan, por parte de productores y artesanos locales, muchos de ellos con prácticas agroecológicas y orgánicas y con áreas de venta colectivas como los tianguis localizados o con suministros directos en casa. En el contexto de la mitigación de esta pandemia y al reactivar las economías familiares en varios continentes, diversos expertos (GASL, 2020) han hecho énfasis en la necesidad de llevar acciones a corto plazo. Entre estas acciones se identifica que es necesario monitorear la crisis de esta pandemia y apoyar a mantener activas las cadenas de valor de productos pecuarios; impulsar precios de garantía, subsidios y financiamientos accesibles y blandos para los pequeños productores; proteger los empleos y evitar la migración en el campo, apoyar la obtención de alimentos y asegurar los salarios de productoras(es) pobres. También es indispensable impulsar y apoyar los mercados locales y regionales, fortaleciendo las cadenas locales de comercio de productos alimenticios, y apoyar las técnicas ganaderas amigables con el ambiente -sistemas agroforestales, como los sistemas silvopastoriles, ganadería orgánica, practicas agroecológicas, buenas practicas ganaderas- e impulsar la conservación de la biodiversidad y de los ecosistemas dentro de los paisajes ganaderos, así como su retribución hacia el productor y a la sociedad en general mediante los servicios ambientales. En el aspecto sanitario, se requiere la implementación de medidas higiénicas y controles zoosanitarios efectivos, para evitar el ingreso ilegal de ganado proveniente de Centro América, la reducción y regulación del comercio de vida silvestre, e implementar estándares de seguridad alimentaria acordados internacionalmente. Así, en este complejo panorama de “caminos cruzados” es importante encontrar el rumbo correcto. Promover y apoyar la gobernanza y resiliencia en las organizaciones de productores(as) ganaderos y del campo, en general, permitirá a corto plazo solventar esta pandemia y estar en condiciones de responder a futuras calamidades zoonoticas y/o del cambio climático. •