n tribunal de apelaciones del estado de California avaló ayer la decisión del gobierno de Donald Trump de eliminar el llamado estatus de protección temporal, una medida humanitaria que permite residir y trabajar en Estados Unidos a inmigrantes procedentes de El Salvador, Haití, Nicaragua, Sudán, Honduras y Nepal (aunque la situación de estos dos últimos se dirime en otro juicio). Los más de 260 mil salvadoreños que forman el grueso de los beneficiarios de ese estatus de protección podrían diferir un año más los efectos de este fallo en virtud de un tratado bilateral.
La eliminación de esta protección humanitaria fue decretada por Trump en enero de 2018, y previamente había sido bloqueada por un tribunal inferior. Además de su ofensiva insensibilidad hacia las personas que se han visto obligadas a salir de algunas de las naciones con los mayores índices de pobreza e inseguridad del planeta, el anuncio de que se les condenaría a la deportación es de infame memoria, pues fue seguido de unas declaraciones en las que el magnate calificó a El Salvador, Haití y los países africanos como agujeros de mierda
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La suerte de este nuevo embate xenófobo está de manera estrecha atada al calendario electoral, cuyo eje son los comicios del próximo 3 de noviembre. En primer lugar, porque supone una victoria para el mandatario republicano en la tarea de afianzar su voto duro y ganarse a los sectores que, sin los extremos fanáticos en los que incurren sus entusiastas, comparten puntos de vista contrarios a la migración.
Además, porque se da por descontado que el caso terminará por dirimirse en la Corte Suprema, cuyo veredicto no se producirá antes de que concluya el actual periodo presidencial en enero de 2021. De esta manera, una derrota de Trump casi con toda seguridad llevaría a que su contrincante cancelara el fin del estatus de protección temporal.
Sin importar que sea motivado por un mero ánimo electoral o la suerte que finalmente corra en el tribunal supremo, lo cierto es que se trata de una muestra más de los extremos de barbarie a los que está dispuesto a llegar el líder de la nación más poderosa del mundo para forzar la consecución de sus objetivos personales.
Asimismo, desnuda la podredumbre cívica y moral en que se ha deslizado un sector muy amplio de la población estadunidense: que se pueda ganar votos dejando en el desamparo a cientos de miles de personas, muchas de las cuales viven y trabajan en este país desde hace décadas, habla tan mal del político que enarbola esa causa como de los ciudadanos que cierran filas ante ella.
Que el Estados Unidos contemporáneo esté integrado casi en su totalidad por descendientes de migrantes –pues los nativos de estos territorios fueron sometidos a un exterminio tan cruel como sistemático– añade una nota de infame ironía a la actitud del mandatario y sus simpatizantes ante quienes acuden a rehacer sus vidas en la autodenominada tierra de los libres
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