unos meses de la elección presidencial en Estados Unidos y a menos de un año del proceso electoral para renovar alcaldías, gubernaturas y la Cámara de Diputados, entre otros cargos de elección en México, vale la pena reflexionar sobre en qué medida la marcha de la economía determina los resultados electorales.
Con cierta facilidad, se podría argumentar que si la economía prospera, si el dinero fluye a los bolsillos de los ciudadanos, si hay trabajo y capacidad de compra, el gobierno en turno tiene mayores posibilidades de mantenerse o resultar relecto. Esto ha sido una variable histórica, comprobada a lo largo de muchas décadas de democracia representativa.
Sin embargo, hoy día esa asociación parece no ser tan lineal, como antes. Hay percepciones sutiles que matizan el impacto del factor económico –para bien y para mal– en el ánimo de los electores. Así, un gobierno exitoso económicamente hablando puede resultar un desastre en términos electorales, si la discusión pública se centra en otros temas, o si los ciudadanos atribuyen todos los éxitos económicos al esfuerzo personal, y todas las trabas, al gobierno. Recordemos el caso de Barack Obama en 2016: los electores votaron a Trump como si Estados Unidos hubiera estado viviendo un desastre económico, y no los años de sostenida recuperación que Obama logró a partir de 2009. Trump fue capaz de posicionar la idea de la amenaza migrante, pero también de una economía sin el lustre de la posguerra. De poco sirvió a los demócratas incrementar la generación de riqueza, si su enemigo fue capaz de vender que esa riqueza palidecía frente a lo que generaciones pasadas habían alcanzado.
Estos meses y años venideros serán interesantes para probar esa hipótesis, dado que si bien la pandemia de Covid-19 ha generado un colapso económico, la percepción en muchos países es que ese colapso no es responsabilidad directa de su gobierno, sino parte del inevitable desastre económico global. Los efectos negativos en el bolsillo de la gente pueden ser los mismos, pero no la dosis de culpa que atribuyen al gobierno.
¿Qué pasará en noviembre en Estados Unidos? Una economía en crecimiento el año pasado permitía apostar a un triunfo irrebatible de Donald Trump. No obstante, la caída del PIB en ese país y la histórica cifra de desempleados (que suma varias decenas), si bien le han restado competitividad al proyecto releccionista, no lo han aniquilado por completo. A Trump, todo indica le han quitado más puntos los movimientos sociales que el colapso económico. Él capitalizó muchos de los éxitos de Barack Obama, pero ahora Joe Biden está capitalizando el resto de su larga lista de defectos y exabruptos que han dividido profundamente a la sociedad estadunidense en particular en cuestiones raciales.
Otro caso paradójico está en Argentina, a pesar de que buena parte de la crisis económica estructural fue generada por las políticas del kirchnerismo, los ciudadanos no le tuvieron paciencia al remedio
económico que significaba Mauricio Macri y votaron por una nueva vuelta al populismo y a la deuda, con el hoy presidente Fernández.
En suma, la sofisticación de los distintos electorados, la capacidad comunicativa del gobierno y sus contrapartes, la velocidad con que hoy viajan las noticias, así como la irrupción de nuevas variables determinantes en la mente del ciudadano, hacen que el resultado del desempeño económico se quede en un debate de unos cuantos enterados, en un país de más de 126 millones de habitantes, y que ello sea menos relevante para la gran audiencia, el gran mercado electoral. Con esto no quiero decir que al ciudadano la marcha de la economía haya dejado de importarle, sino que la economía puede ir bien o mal, sin que necesariamente, como en otros tiempos, el ciudadano se lo atribuya de modo directo a su gobierno.
Las elecciones, hoy más que nunca, son un resultado emocional, más que intelectual. Si un gobierno, electoralmente hablando, logra disociar el golpe económico de su responsabilidad directa en ello, habrá dado un paso en la dirección correcta, recordando que para el ciudadano hay elementos que se encuentran fuera de su control (seguridad pública, atención médica, etcétera) y otros, como el desempeño económico donde suele considerarse que el esfuerzo personal es lo que marca la capacidad de ingreso/gasto.
Creo que en estos tiempos, a diferencia de antes, que las elecciones sí dependen del desempeño económico, pero que hoy hay variables que matizan esa correlación y que tanto los gobiernos como los partidos políticos deberán tomar en cuenta en sus narrativas y estrategias; hoy tenemos dos laboratorios electorales casi inmediatos para confirmarlo o refutarlo, la ya inminente elección en Estados Unidos y el proceso electoral en nuestro país que recién se ha iniciado.