as palabras contienen una construcción social que las provee de significado. Con el pensamiento, en consecuencia, sucede lo mismo.

Cuando leemos o escribimos, dialogamos con generaciones pasadas y aspiramos a ser entendidos por las que nos sucederán. Algo similar ocurre con la amistad. Deseamos que nuestros amigos perciban la parte más sincera de nosotros y, por tanto, nos mostramos auténticos, casi descarnadamente, esperando lo propio. Así, platicamos y platicamos con nuestros amigos porque queremos saber quiénes son, aprehenderlos y confirmar nuestras primeras impresiones, pero también descubrir de dónde vienen. Queremos comprender y que nos comprendan con la multitud de voces, palabras, pensamientos que traemos detrás y nos conforman.

Luis Prieto fue toda su vida un hombre de convicciones de izquierda, consecuente y crítico, a quien había que entender para forjar juntos una amistad.

Siento que estas líneas de despedida las escribo en nombre de sus amigos, aquellos con quienes creció, se educó, peleó y fue infinitamente feliz: Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Luz del Amo, Josefina Zoraida Vázquez, Cuauhtémoc Cárdenas, José María Muriá, Elena Vázquez Gómez, Teresa Proenza, Carmen Brufau Civit, pero también en nombre de sus amigos jóvenes, y tuvo muchos, con quienes compartió ilusiones, discutió y se divirtió enormemente: Eugenia Huerta, José Rubén Romero, Ricardo Pérez Montfort, Rafael Vargas, Guadalupe Tolosa, Luis Rius Caso, Salvador Rueda, Luis Barjau y tantos más.

A últimas fechas, durante cuatro años pude verlo en repetidas ocasiones y lo escuché engolfarse hilvanando, componer y recomponer, sus historias, reír e ironizar. Él congregaba con su plática a un verdadero universo de personas. Todos sus amigos hablaban a través de él y todos seguiremos conversando con él.

Hasta luego, Luis Prieto Reyes.