Recuerdos // Empresarios (CXXXIV)
más invitaciones. Los tentaderos no faltaron. Al contrario. Durante los seis meses siguientes, Conchita cotejó así sus impresiones:
“Estuvimos en casa de Coimbra, de los mellizos Palha, el doctor Silva y de Faustin Gama. Además, fuimos al tentadero del buen amigo y ganadero Pinto Barreiros, que reservó, para mi solita, 80 becerras. Las toreé en dos días.
“En ese tentadero conocí a los aficionados Antonio Simões, Camilo Infante, Antonio Bustorff y Víctor Ribeiro.
“Antonio Simões, fino y suave de maneras, era refinado en sus gustos y aficiones. Camilo, alto, con el porte de una columna romana, vibraba cual roble al viento frente al vendaval de las pasiones. Bustorff, enérgico, abogado eximio, amante de lo bello y en el toreo de lo poderoso, era entusiasta en el aplauso; en el desdén, aplastante. Víctor, de morena fisonomía y expresión burlona, aficionado cien por cien, joselista y torista, sabedor como pocos de lo verdadero, unía a su erudición taurina muchísima gracia y una memoria privilegiada.
“Totalmente distintos en sus caracteres y vidas, los cuatro amigos, frente a la emoción taurina, se fundían en una sola pieza. Atravesaban la península, con el fin de ver algo que les interesara. A mí fueron a verme matar un toro a Ceuta y sus amistosas expresiones acabaron por parecerme parte de varias ferias conocidas.
“En ese feliz invierno nos invitó Antonio van Zeller a Pancas, las marismas donde pastan los célebres toros de Palha.
“Manejando, con su aire inconfundible de gran señor, un coche tirado por cuatro caballos, Antonio nos acompañó a las sombreadas praderas de sus campos. Allí nos preparó una cacería a las liebres, espectáculo que se me antojó precioso… Al presentirse liebre y galgo, empieza la lucha de los instintos y ambos se lanzan en vertiginosa carrera, perseguidos por una veintena de jinetes. Al paso veloz de los animales, el campo se alegraba y los pastos se tendían sobre la tierra como pudieran hacerlo frente a la brisa o como o lo hace el agua tras el deslizar de un cisne. Y al momento de tanta vida que por allí pasó, dejando a los arbustos temblorosos, en la pradera no quedaba nada. Reinaba nuevamente el silencio. Allende, no se sabía, dónde dormía muy tranquila otra liebre; aquende, muy manso y muy tranquilo, otro galgo miraba atento la marisma.”
***
Una mañana, en casa de los condes de Monterreal, conocí a los condes de Barcelona. No sé si ya estaba más acostumbrada a esos encuentros o si fue hallarme en un ambiente de tentadero, pero no lo pasé mal. Al contrario, al contarme el alto y buen mozo señor que tenía una mano izquierda superior y que cuando las personas se cohibían con él, les adelantaba la muleta y ‘tiraba de ellas’, me captó por completo. Bajó conmigo al tentadero y toreamos al alimón. Me prometió que si fuera rey de España me dejaría torear a pie. ¡Ah, muchas oraciones envié al cielo con ese fin!
“Esto me recuerda que una tarde, en una cacería, la condesa de Barcelona se alejó súbitamente del grupo de jinetes, llamándonos para que la acompañáramos, entre ellos a Greca y a Guillermo, dueños de la preciosa finca fronteriza. En seguida, sin decirnos nada, echó a galopar, montando con elegancia, hacia la frontera española. Allí, mirando desde la raya el paisaje de su tierra, vi que se le llenaron los ojos de lágrimas.
‘Es el suplicio de Tántalo’, dijo.
“Regresamos al paso bajo un atardecer sereno, mientras sobre la caballista teñida de bronce por el sol poniente, pasaban las sombras de los árboles. Yo me preguntaba cuáles serían sus tristes pensamientos.
No serían ciertamente dedicados a su hijo, un niño precioso y rubio, heredero del trono de España, que conociera yo en casa de Olga Cadaval. El niño era un encanto. Cuando lo vi, estaba sentado a los pies de una visita de Olga, una señora india, vestida con las sedas y adornos de su casta. Era la maharajani Brinda.
(Continuará) / (AAB)