Jueves 3 de septiembre de 2020, p. 8
París. Hace 500 años, paralelamente al descubrimiento del Nuevo Mundo, nacía en Europa el concepto de utopía, de un mundo soñado que hoy el extranjero sigue perpetuando en La Habana, según cuenta Epicentro, cinta de Hubert Sauper, que pone el dedo en la llaga de las contradicciones históricas que hicieron de la capital de la isla un lugar único.
Con la participación de Oona Chaplin, Epicentro se estrenó recientemente en Francia, donde cosecha buenas críticas, tras llevarse el Gran premio del jurado al mejor documental internacional del Festival de Sundance.
Su director, el austriaco Hubert Sauper, fue nominado al Óscar en 2005 por La pesadilla de Darwin, en la que denunciaba el explosivo comercio de la perca del Nilo en Tanzania.
Esa misma dialéctica perversa entre norte y sur
, volvió a empujarlo a tomar la cámara en La Habana donde vivió durante tres años impartiendo clases en la Escuela Internacional de Cine.
A través de la mirada libre y a la vez politizada de una niña, Leonelis, y de otros “jóvenes profetas“, como los llama el cineasta, Epicentro reflexiona sobre cómo el turista convierte a La Habana en un espejismo, en un american dream, a bordo de un reluciente descapotable sobre el Malecón.
Sauper carga contra este turismo superficial que considera consecuencia del último siglo en Cuba, iniciado simbólicamente en 1898 con la explosión en la bahía de La Habana del navío USS Maine por causas indeterminadas, pero que sirvió de pretexto a Washington para iniciar la guerra hispano-estadunidense y lanzarse en la carrera hacia su hegemonía mundial.
Sobre los motivos para filmar Epicentro, dice: “Hace 20 años que giro en torno al mismo tema, esta dialéctica a veces perversa entre norte y sur y me di cuenta de que hay grandes paralelismos entre la dialéctica norteamericana y la de América Central y del Sur. Por ejemplo, el american dream y la revolución cubana son variaciones del mismo concepto: la utopía, susceptibles de convertirse en distopía.
Un tipo de aislamiento
–La película presenta La Habana como el paraíso soñado de los turistas. ¿Así lo sintió mientras vivió allí?
–Para el extranjero, La Habana, que fue la primera ciudad cosmopolita del planeta, la única donde se cruzaron históricamente personas de todos los continentes, es la materialización del sueño americano: grandes autos, mujeres que bailan, piscinas en hoteles de lujo...
Incluso, los niños cubanos aspiran a ello, y los turistas cuando toman fotografías alimentan ese cliché, así como las parejas que se retratan frente a la Torre Eiffel refuerzan la idea de que París es la ciudad del amor.
–En su película aparece un fotógrafo extranjero que explica que no da dinero a los niños que retrata porque es un honor
aparecer en sus instantáneas, y esto da pie a usted a preguntarse hasta qué punto el trabajo del artista es también una especie de turismo.
–Es una pregunta que me hago todos los días. ¿Qué hago aquí en tanto que europeo? Pero trato de verme no como un extranjero en La Habana, sino como un artista y a la vez un ser humano que mira a los ojos de otro ser humano.
–Epicentro también reflexiona sobre cómo el cine puede convertirse en instrumento de propaganda.
–Sí, ahí está el ejemplo de la explosión del USS Maine. Pasó en la noche, sin apenas testigos, y en cambio el mundo fue testigo de una explosión falsa filmada con barcos de madera en una bañera y humo de cigarro para simular las explosiones. Me da mucha pena ver que la gente no ve las películas en el cine sino en el ordenador. Así no se puede vivir. Pero no es el Covid-19 lo que está provocando la desaparición de las salas, sino las plataformas como Netflix y esta costumbre creciente de consumir todo en casa, en una especie de aislamiento.