n un amplio documento publicado originalmente en la Revista Mexicana de Sociología, en Le Monde Diplomatique y en Les Cahiers de L’Amerique Latine, Sergio Zermeño, brillante alumno y posteriormente maestro de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, discute los modos
pacíficos o radical-revolucionarios de lograr la transformación de las sociedades.
Es muy vieja la discusión del tema, pero, en términos mucho más actuales, Guillermo Almeyra nos dice, citado por Zermeño, que es necesario “Organizar a los vecinos […] desarrollar un poder paralelo al poder oficial y crear un antipoder a través de la educación práctica de las grandes masas. La gente puede comenzar a crear una sociedad libre y humana... entre el ensayo y el error. Durante el proceso se podría reducir la alienación y la deshumanización […] La lucha de clases es una lucha política cotidiana, una cesión y concesión del gobierno para mantener en lo posible la dominación, pero también una conquista y una ganancia de posiciones por parte de los oprimidos” (Almeyra, 2003). Después de expresiones muy radicales, el subcomandante Marcos, cabeza durante muchos años del movimiento zapatista, agrega: Queremos que este fin de la explotación se dé de manera civil y pacífica y que tenga un destino donde todos se vean reconocidos en sus derechos y dignidad
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Citando al sociólogo griego Cornelius Castoriadis, Zermeño añade: “Revolución no significa guerra civil ni derramamiento de sangre. La revolución es un cambio en ciertas instituciones centrales de la sociedad a través de la actividad de la misma sociedad […] es la entrada de la comunidad en una fase de actividad política […] instituyendo una verdadera democracia ciudadana […] que sólo puede ser el resultado de un movimiento de la población que se extiende a lo largo de todo un periodo histórico, y no surgirá hasta que pueda cambiar a todos (o a la gran mayoría) de los significados institucionales, de las normas y valores que dominan el sistema actual”. Nos dice además, citando al propio Castoriadis: En una sociedad poscapitalista se produciría una supresión de monopolios y oligopolios, lo que no quiere decir que los mercados no seguirían siendo relativamente imperfectos dado que siempre tendrán que incorporarse, y hasta en cierto nivel, confundirse con el espíritu de entrega
, es decir, siempre estará presente el espíritu de empresa y de superación de cada individuo en medio de los demás miembros de su colectivo.
El griego Takis Fotopoulos, formado en la escuela de su compatriota Cornelius Castoriadis e iniciador de la corriente llamada democracia inclusiva
, escribe: El único camino hacia un proyecto democrático será a través de una transformación radical de las estructuras locales a nivel político y económico, a partir de un municipalismo confederado que transforme y democratice el gobierno local sobre la base de las asambleas populares, una confederación de municipios que se fortalecerá en tensión y en conflicto con el Estado nacional
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Al intentar resumir este argumento, diríamos que nos enfrentamos a dos ejes conceptuales. Por un lado, un eje que conjuga anticapitalismo y acumulación de fuerzas, enfrentamiento y cambio radical y violento a corto plazo (revolución). Y, por otro lado, un eje que conjuga anticapitalismo y acumulación de experiencias, cambio lento y preferentemente pacífico, sedimentación, construcción de regiones medias confederadas, densificación social y decadencia.
Una vez que la democracia inclusiva gane fuerza en las comunidades confederadas y las personas, por primera vez en sus vidas comienzan a tener un poder real para determinar su existencia, comenzará una erosión gradual del paradigma y marco social dominante... Gente tras gente, ciudad tras ciudad, región tras región, emergerán del control efectivo de la economía de mercado y el estado nacional, siendo remplazados por confederaciones de comunidades. Es obvio que en un momento dado, las élites gobernantes y sus seguidores, al ver disminuidos sus privilegios y de haber empleado hasta el final sus medios de control (medios de comunicación, coerción económica, etcétera), pueden verse tentados por el uso de la violencia física como siempre lo han hecho en el pasado. Pero, en ese momento por venir, un paradigma social alternativo se habrá vuelto hegemónico y se habrá producido una ruptura en el proceso.
Hemos de decir aún que después de la experiencia de la epidemia del Covid-19, que fue prácticamente por el encierro universal, global, las sociedades en general parecen más dispuestas a colaborar con la comunidad, con la comunidades, y, por tanto, más susceptibles de aceptar formas de conducta diferentes, de mayor colaboración social. Hemos ya subrayado en artículos anteriores esta predisposición favorable de grandes sectores sociales, después de la pandemia, que en principio favorecerían un cambio radical hacia el socialismo.
Por lo demás, cuando en México se anuncia una suerte de refundación de Morena, con la necesidad evidente de relaborar un gran número de aspectos o tramos conceptuales para fundar su acción futura, nos ha parecido oportuno redactar un artículo como el presente, sobre todo por la razón de que hay claros puntos de contacto entre esta elaboración conceptual y los principios más evidentes que se manejan ya dentro del proyecto de la Cuarta Transformación que se desea. Y para insistir en que no es suficiente con asegurar las mayorías en el sufragio, sino que es necesario también tener un horizonte claro sobre el rumbo que se emprende. Ojalá estos párrafos puedan contribuir de alguna manera a las discusiones que necesariamente surgirán en el país sobre el cambio en marcha y sobre su futuro.