e ha dicho en el pasado que muchas de las grandes tragedias de la humanidad dejaron también importantes avances científicos, tecnológicos y sociales, los cuales no habrían sido posibles ante su ausencia. Éste no fue el caso de las epidemias que sembraron la muerte en la Edad Media. De una de ellas nos cuenta el gran escritor Finlandés Mika Waltari en su libro Juan el Peregrino, narrando la devastación ocurrida en el sur de Europa, durante los diálogos bizantinos
ocurridos a mediados del siglo XV, en la que los únicos remedios al alcance de la población eran los rezos y el vino que les permitía al menos olvidarse de la peste.
A ocho meses del inicio de la pandemia de Covid-19, y luego del contagio de más de seis millones de personas y de cerca de un millón de fallecimientos, mientras en varios países, y entre ellos el nuestro, han logrado frenar el avance de la epidemia, las noticias recientes nos indican que pronto contaremos con una vacuna, ya probada, lo cual constituye un avance científico sin precedente, pues en tiempos pasados el desarrollo de una vacuna llevaba entre cuatro y 10 años; tal como sucedió en los casos de las vacunas contra la poliomielitis, la tuberculosis y la viruela, enfermedades mortales que fueron motivo de preocupación durante los siglos XIX y XX. Otros avances no menos importantes se observan en las tasas de mortalidad que en nuestro país se han venido reduciendo de 12.5 por ciento, respecto al número de enfermos, a menos de 10.8 por ciento hasta hoy, lo cual implica por ahora más de 8 mil 500 vidas humanas salvadas de la muerte, en la medida que los avances en el estudio de la enfermedad han logrado encontrar algunos métodos para neutralizar su desarrollo, lo cual tendrá seguramente implicaciones positivas en otras de las enfermedades pulmonares que aquejan a la humanidad año con año.
Pero no han sido éstos los únicos avances logrados, pues la epidemia misma ha impuesto nuevos modos de organización para el trabajo, los cuales ya se conocían desde hacía varios años, sin embargo, las necesidades impuestas por el aislamiento, como principal medio para su contención, han logrado convencer a las empresas de que no es necesario rentar costosas oficinas en el centro de las ciudades para que sus directivos y empleados puedan colaborar en forma eficiente, permitiendo de esta manera costos de operación más reducidos. Estas prácticas desde luego habían sido utilizadas desde hace 10 o 12 años en países más desarrollados que el nuestro, siendo la epidemia la que ha permitido demostrar las ventajas de estos esquemas de funcionamiento en nuestro país. Algo similar ha ocurrido en el caso de la educación, en la que, durante los meses recientes, un alto número de maestros han aprendido a utilizar las plataformas tecnológicas basadas en Internet, ampliando su capacidad para impartir clases a sus estudiantes y con ello continuar su labor como los constructores del país que hoy tenemos.
De igual manera, en el campo de la política, la epidemia ha puesto de manifiesto los niveles de gravedad a los que habían llegado las prácticas de corrupción, que han constituido un mal endémico, con efectos crecientes y devastadores, en tanto nosotros, el pueblo de México, lo habíamos permitido. Ciertamente la corrupción ha sido una realidad entre los funcionarios de gobierno, no sólo en nuestro país, pues sabemos que desde los tiempos de la república de Roma se practicaban, pero es ahora cuando nos hemos hecho conscientes de la gravedad de estas prácticas, así como de sus consecuencias, al percatarnos de que, por una parte, el empobrecimiento de un alto porcentaje de la población le ha llevado a vivir en condiciones de precariedad tales que el nivel de contagios en esos medios ha sido difícil de controlar, y por la otra al hacernos conscientes de la importancia que tiene la existencia de un sistema hospitalario y de salud eficiente, dotado de instrumental moderno y de insumos médicos suficientes para combatir esta enfermedad y muchas otras, gracias al compromiso de nuestros médicos y enfermeras, que con valor y responsabilidad le han hecho frente.
En el contexto internacional, la epidemia nos ha mostrado igualmente la diferencia de los resultados logrados por los países y gobiernos de corte capitalista, en los que las prioridades son las empresas y sus utilidades, con los de corte socialista y humanitario, en el que las vidas humanas constituyen la prioridad más importante, poniendo de manifiesto la diferencia entre los regímenes capitalistas conservadores, como los de Estados Unidos y Brasil o el mismo México de las décadas anteriores, y los gobiernos progresistas o socialistas como el que hoy tenemos, siendo válido preguntarnos si la pandemia conformará el fin del capitalismo que ha dominado al mundo en las pasadas décadas.
Desde luego, todas estas transformaciones no han sido ni serán gratuitas, la epidemia ha tenido un enorme costo económico y social, no sólo para el gobierno, sino también para los sectores más pobres de la población, tanto por las dificultades para su acceso a los servicios hospitalarios como para enfrentar sus problemas de alimentación y de necesidades básicas, al igual que para los cientos de miles de trabajadores que han perdido sus empleos, así como para las empresas pequeñas cuya presencia en los mercados ha desaparecido en la mayoría de los casos. Ello nos lleva a pensar en la necesidad de un cambio profundo para construir una sociedad más justa, diseñada necesariamente para enfrentar con éxito las catástrofes biológicas, ecológicas y climáticas, generadas por nuestra propia ceguera, la cual nos había impedido ver los daños que, como especie estamos causando a nuestro planeta. Todo esto nos lleva a hacernos la pregunta: ¿Representará el coronavirus el principio de un nuevo amanecer para la humanidad?
* Director del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa.